¿Tienes una sensación de cansancio constante? ¿Te cuesta concentrarte en clase? ¿Te quedas dormido sobre la mesa mientras el profesor explica? Si la respuesta es sí, tal vez la culpa no sea tuya sino del ‘jet lag adolescente’, un nuevo término para describir el desajuste circadiano que sufren la mayoría de los jóvenes españoles por culpa de los horarios de los adultos.
Suena la alarma del móvil a las 7:30 de la mañana. Te despiertas, te duchas y desayunas con prisa para llegar a tiempo al instituto. Entre las 8 y las 8:30 suena el timbre y entras en clase. Comienza un largo día repleto de apuntes, exámenes, PowerPoints y trabajos. A las 14:30 sales y, con suerte, a las tres de la tarde comienzas a comer. Por la tarde gestionas tu tiempo como puedes: repasar esa asignatura que se te ha quedado atravesada, cotillear los stories de Instagram de tus amigos, ir a clases particulares, llegar a tiempo a las actividades extraescolares a las que estás apuntado… Acabas el día desgastado, pero no puedes tirarte sobre la cama porque tus padres todavía no han llegado del trabajo a casa. Al final cenas a las 22:30 y te acuestas más tarde de las doce. Al día siguiente se repite la misma rutina.
La situación que acabamos de describir es el pan de cada día de prácticamente todos los adolescentes españoles y aunque hasta ahora nadie se había parado a reflexionar sobre la utilidad de estos horarios, los expertos han comenzado a cuestionarlos.
Los ritmos circadianos son todos aquellos cambios físicos, psicológicos y biológicos que tienen lugar aproximadamente una vez al día cada 20-28 horas, siendo el ejemplo más prototípico el ciclo vigilia-sueño. También existen ritmos ultradianos, que se repiten en cuestión de minutos u horas, como por ejemplo el ritmo cardíaco o la respiración, y los ritmos infradianos, que suelen suceder una vez al mes o estacionalmente, como por ejemplo la menstruación o la hibernación. Hoy vamos a centrarnos en los ritmos circadianos, concretamente en los hábitos de sueño, y en cómo pueden verse perjudicados por los horarios de nuestra sociedad.
Todos los seres vivos necesitamos dormir y en el caso de los humanos no iba a ser menos. Esta necesidad no surge de la nada, puesto que tiene una base biológica: hay numerosas sustancias y áreas cerebrales que controlan tanto la vigilia como el sueño. Sin embargo, no todo es biología y lo que sucede a nuestro alrededor también influye.
Si acostumbras a un bebé a dormir en brazos, cuando le tumbes en su cuna va a patalear, chillar y llorar, dando lugar a un insomnio por hábitos inadecuados. Lo mismo sucede si te vas a la cama a las cuatro de la mañana porque estás viciado al Fortnite y te despiertas a tres de la tarde. Nuestro cuerpo se va a adaptando a las circunstancias externas ya que los ritmos circadianos no son algo constante y estático, sino que varían a lo largo de los años influenciados por nuestros hábitos.
Cuando los ciclos circadianos no concuerdan con las necesidades externas se puede producir un trastorno del ritmo sueño-vigilia, y esto es lo que le sucede a la mayoría de adolescentes. Se despiertan muy temprano para ir a clase y se acuestan demasiado tarde para adaptarse al trabajo de sus padres y a los horarios de nuestro país.
En el resto de Europa a las ocho de la tarde se cena y a las diez de la noche se apagan las luces y toca dormir, al menos entre semana. En España esto es impensable. Sin embargo, sí que nos despertamos tan pronto como en otros países. ¿Qué sucede cuando madrugamos igual, pero tardamos mucho más en irnos a la cama? La respuesta es sencilla: que nuestra salud se ve perjudicada.
Las consecuencias del ‘jet lag adolescente’ son, entre otras, somnolencia diurna, peor rendimiento en clase, problemas de atención y de conducta, desmotivación, irritabilidad, alteraciones metabólicas por comer tarde, estrés y problemas psicológicos asociados. ¿La solución? Cortar este círculo vicioso y retrasar los horarios escolares.
Antes de llevarnos las manos a la cabeza ante esta propuesta es importante señalar que, según diversos estudios, retrasar 60 minutos el horario lectivo puede reducir la somnolencia diurna de los adolescentes, un problema que sufren aproximadamente el 70% de ellos. Esto mejoraría el rendimiento académico, la satisfacción en clase e incluso la salud de los jóvenes.
Aunque algunos centros educativos se están adaptando a las recomendaciones profesionales adelantando los horarios de comidas, todavía queda mucho trabajo por hacer. No es un antojo ni una sugerencia banal, sino una reforma necesaria para mejorar la calidad de vida de los adolescentes españoles y a la larga evitar los problemas educativos, físicos y psicológicos que muchos padecen.