Era un miércoles como otro cualquiera. Román salió a hacer la compra justo después de comer, y al llegar a casa y guardar las bolsas comenzó a sentir un intenso dolor de cabeza. Primero el dolor, después el mareo y finalmente perdió la consciencia. Así estuvo durante casi diez minutos hasta que su pareja salió del baño y vio a Román tirado en el suelo.
El joven, que por aquel entonces tenía 22 años, acababa de sufrir un ictus isquémico, un accidente cerebrovascular causado por un coágulo que tapona un vaso sanguíneo del cerebro, impidiendo que llegue la sangre y con ella, el oxígeno. De no ser atendido con tiempo, las células cerebrales pueden comenzar a morir provocando secuelas o, en algunos casos, la muerte de la persona.
Román se siente afortunado de que su pareja estuviese en casa, “de no ser por ella habría muerto”, relata. No anda muy desencaminado, ya que, en cuestión de minutos, el ictus isquémico que sufrió provocó secuelas en ciertas áreas cerebrales relacionadas con la audición y el equilibrio. “Tengo sordera parcial y también problemas de vértigos, mareos por el tema del equilibrio y dolores de cabeza provocados por esas secuelas”, nos explica. Y son precisamente esos dolores de cabeza los que más le incapacitan. “Para mí lo más difícil es el dolor de cabeza porque cuando me dio el ictus, fue el síntoma que tuve. Por eso ahora cada vez que me duele siento mucho miedo de que me vuelva a pasar”.
Tras el accidente cerebrovascular, Román comenzó un proceso de rehabilitación física y psicológica. “En el hospital me atendieron muy bien, todos se preocuparon por mí y me explicaron que muchas personas que han sufrido un ictus necesitan luego ir al psicólogo porque tienen una especie de estrés postraumático”, nos explica. “En mi caso sí que fue así, lo pasé muy mal y me daba pánico quedarme en casa solo. Mi novia estaba preparándose una oposición y pasaba mucho tiempo en casa, y menos mal, pero tampoco era sano porque sé que el primer año después del ictus le condicioné mucho. Quedaba menos con sus amigos y dejó de ir a la biblioteca. No sacó plaza ese año, y creo que es por la presión que puse sobre sus hombros”, reflexiona. “Si ella no estaba, llamaba a algún amigo o me iba a casa de mis padres. Mis padres también lo pasaron muy mal. Nadie espera que un hijo joven que no fuma, que casi no bebe, que hace deporte y come bien, tenga un ictus”.
Han pasado ya tres años y medio, y el joven de Badajoz trabaja como fisioterapeuta, ha vuelto a salir con normalidad y afirma que ha recuperado su vida, pero todavía sigue sintiendo un escalofrío cada vez que tiene un dolor de cabeza. “Me dan muchas menos migrañas, pero cuando me dan me quedo paralizado. En ese momento una parte de mí piensa que va a morir, y aunque intento aprender a estar solo, cuando me dan los dolores de cabeza siempre llamo a alguien”.
El caso de Román no es algo aislado, y es que en las últimas dos décadas han aumentado un 25% los casos de ictus en jóvenes según el Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la SEN (Sociedad Española de Neurología).
En algunos casos, el ictus se debe a una malformación que ha acompañado a la persona toda su vida, pero también puede relacionarse con hipertensión o con enfermedades del corazón. Además, el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas ilegales supone una combinación de factores de riesgo para la aparición de un ictus isquémico en personas de entre 20 y 30 años.
A todos los factores de riesgo se suma el estrés. Según el estudio ‘Ictus en adultos jóvenes’ de la Revista Clínica Española, más de la mitad de jóvenes que sufrieron un ictus presentaban estrés previo, concretamente un 57,2%. Esta cifra es mucho mayor a otros factores de riesgo tradicionales como la obesidad, que solo afectaba al 33% de los pacientes, la diabetes, que afectaba al 18,2% o incluso la hipertensión, que afectaba al 50%. Esto resulta chocante, porque durante años se nos ha machacado recalcando la importancia de comer bien, hacer ejercicio y mantener un IMC (Índice de Masa Corporal) en normopeso, cuando a la hora de la verdad lo que más impacto puede tener es la salud mental.
Como antes hemos explicado, un ictus se produce cuando el cerebro deja de recibir oxígeno o bien porque una vena o arteria se ve bloqueada –esto es lo que se conoce como isquemia cerebral–, o bien porque una vena o arteria se rompe –produciendo una hemorragia cerebral–. Los ictus más frecuentes son los primeros, es decir, los provocados por una obstrucción o bloqueo.
Las tres horas siguientes a un ictus son las más importantes. Es lo que se conoce como ‘ventana de oro’, porque si no recibe atención médica durante ese intervalo de tiempo, el daño cerebral puede ser irreversible. Esto se debe a que el cerebro es muy sensible a la falta de oxígeno. Además, dependiendo de la ubicación del ictus los daños pueden ser letales. Por eso es mejor prevenir que curar e ir a urgencias si detectamos alguna de las siguientes señales de alarma:
Identificar las señales de riesgo es especialmente importante para los jóvenes ya que, según los expertos, tienden a quitar importancia a los síntomas de un ictus y tardan mucho en pedir ayuda. Cuando se supera esa ventana de oro de la que hablábamos antes y pasan tres horas o más, las secuelas pueden ser graves y crónicas. Esto le sucede a hasta el 40% de los jóvenes que sufre un ictus según la Sociedad Española de Neurología, sufriendo una discapacidad a edades tempranas.
Como vemos, la juventud no asegura un mejor pronóstico ni tampoco una mejor recuperación, así que, ante la duda, llama al servicio de emergencias de tu país o vete a las urgencias más cercanas.