Cuando pensamos en la hipnosis, más o menos a todos se nos viene a la cabeza algo que hemos visto en el cine o en la televisión. Si se trata de una escena de una película o serie, seguramente esté enmarcada en una trama de terror o, al menos, un poquito rara, siendo el que hipnotiza, generalmente, el personaje malo; y si pensamos en algún hipnotizador que vimos por la tele, es probable que lo que recordemos sea una persona un tanto peculiar haciendo que otras pasen un mal rato o hagan alguna acción ridícula como ser una gallina.
Si la despojamos de su lado espectacular, la hipnosis no deja de ser una alteración del estado mental provocado por la sugestión o autosugestión. Se puede realizar con fines de experimentación, de entretenimiento, pero también tiene un uso terapéutico.
En mi caso, yo me dejé hipnotizar por curiosidad. Me llamaba la atención eso de que alguien pudiera creer o no creer en la hipnosis, es como si alguien no creyera en la anestesia o en el estrés, así que quería comprobar qué había de cierto y qué había de cuentillo peliculero en todo esto de la hipnosis.
Un día una amiga me avisó de que, en un teatro pequeñito de Salamanca, habían programado un show de hipnosis. Ni dos segundos tardé en decirle que me apuntaba. En general, no me dan miedo las cosas "sobrenaturales", es más, me generan tanta curiosidad como para querer probarlas por mí misma. Así que allí que me fui esperando, por un lado, sentir algo, y por otro, divertirme y echarme unas risillas. Mis deseos fueron cumplidos: ¡aquella fue una noche inolvidable! Aunque no de la forma que yo habría deseado.
El protagonista del espectáculo era el mentalista e hipnotizador Max Verdié. Cuando salió al escenario nos explicó a los asistentes que íbamos a viajar con él a través de algunas de las grandes historias de la literatura, pero antes, debía ponernos a prueba para ver quién de nosotros era más sugestionable, y más fácil de hipnotizar.
En todo momento explicaba lo que iba a pasar y por qué ocurría lo que veíamos ante nuestros ojos. Porque, sí, vimos cosas fuertecitas. Para empezar, nos comentó que, mientras que todo el mundo puede ser sugestionado, no todo el mundo era igual de sugestionable en todo momento. Al escuchar esto yo deseé muy fuerte ser sugestionabilísima porque me habría llevado una decepción si me hubiera quedado sentada en mi silla durante toda la velada sin haber probado la hipnosis en mis propias carnes después de haberla tenido tan cerca. Por suerte para mí, yo esa noche estaba muy receptiva a la sugestión, así que fui una de las seleccionadas para subir al escenario.
Subimos unas quince personas y cada una nos sentamos en una silla. Y sí, como hemos visto en la tele o en el cine, tuvimos que cerrar los ojos y contar hacia atrás en busca de un estado de relajación. La verdad es que la hipnosis es algo agradable. Es casi como dormir, pero siendo consciente de todo lo que está ocurriendo a tu alrededor. En ningún momento "desconectas" de tu cuerpo y tu mente se apaga y tu consciencia se va hacia un lugar muy oscuro en el que se queda atrapada mientras otros manejan a su voluntad tu cerebro, o algo así. En ese sentido no es como en las películas.
Tal y como había anunciado el mentalista, a través de la hipnosis nos sentiríamos parte de grandes historias de la literatura. Fuimos caballeros medievales, enamorados furtivos, y... ¡piratas! A medida que la historia avanzaba y el estado de hipnosis iba siendo más profundo, algunos de los elegidos fueron siendo invitados a dejar el escenario porque no respondían de la forma esperada. Mi momento de abandonar el show llegó cuando "pusimos un pie en el agua".
Lo que no sabía Max Verdié es que yo tengo fobia al mar. Así que, a pesar de que me lo estaba pasando genial dejándome llevar por las aventuras literarias que íbamos recorriendo y cada vez sentía más ese "gustillo" de dejar que otra persona genere sensaciones agradables en ti, todo cambió cuando los que estábamos bajo el efecto de la hipnosis fuimos trasladados a un barco pirata. A un barco que se mecía por las olas del mar.
Ahí es cuando descubrí que sí te puedes resistir a la hipnosis. Que, si es cierto que cuando estás relajadita y a gusto es mucho más fácil dejarse llevar por las palabras del mentalista, en el momento que tú detectas un problema o un peligro puedes "salir del juego". Pero eso no quiere decir que sea fácil "volver".
En cuanto nos convertimos en piratas yo empecé a experimentar sensaciones negativas, ¡y muy reales! Sentía el mismo miedo que experimento, por ejemplo, cuando me asomo a un acantilado y veo el mar tan cerca... y tan profundo... pero fueron las palabras del hipnotista que describían el vaivén de las olas las que provocaron que, literal y metafóricamente, yo abandonase el barco.
Fueron tres o cinco segundos, pero a mí se me hicieron eternos. En cuanto me asusté decidí que ya no quería más hipnosis, pero no es tan fácil salir de ese estado mental, del mismo modo que tampoco se entra diciendo "un, dos, tres, duerme". El mentalista debió notar que yo no lo estaba pasando bien (a lo mejor mi cara también estaba siendo un poema, porque durante la mayor parte del espectáculo teníamos los ojos cerrados) y me "despertó", me preguntó que me había pasado y cuando entendió que me había dado sustillo surcar los mares en velero bergantín me invitó a volver a mi asiento junto al público.
Caminé hacia las escaleras del escenario y de repente... ¡empecé a notar el vaivén de las olas nuevamente! Ese ligero pero reconocible movimiento se me había metido "tan dentro" que al asomarme "al abismo" del borde del escenario sentí nuevamente el mismo miedo. Ahora sí que estaba acojonada. ¡Se supone que ya no estaba hipnotizada! Me agobié tanto que me puse a llorar (tremendo ridículo, pero estaba pasando tan mal rato que no pensaba en cómo me verían todos los asistentes, sino en el susto que llevaba encima) y Max Verdié acudió en mi ayuda, ¡menos mal! Según él, no había logrado salir del todo del estado de hipnosis, así que me volvió "a dormir" y me dijo que imaginase una serie de cosas para "salir" del todo.
Al despertar nuevamente ya no sentía miedo, y... ¡bajé las escaleras! Qué mal rato, de verdad. Han pasado años y todavía lo recuerdo con angustia. Pero conseguí lo que quería, que era experimentar la hipnosis y comprobar lo que era capaz de hacer otra persona cuando yo "le dejaba entrar".
Desde mi silla seguí viendo el espectáculo, en el que cada vez quedaban menos personas sobre el escenario pero más profundamente hipnotizadas. Y aunque yo no lo experimenté hasta el final, sí que flipé con lo que somos capaces de lograr con la sugestión adecuada. Aquella noche pude ver con mis propios ojos cómo un chico se quedaba rígido como una tabla en posición horizontal hasta el punto de no caerse a medida que le iban quitando sillas hasta quedarse solamente apoyado por la cabeza y los pies. ¡Alucinante!
No he vuelto a ser hipnotizada desde entonces, aquella fue mi primera y única vez, pero al menos ahora ya puedo saber lo que se siente. Me gustaría probarla desde un punto de vista terapéutico. Por ejemplo, hay gente que recurre a la hipnosis para dejar de fumar o vencer un miedo, pero todavía no he encontrado la ocasión. ¡Si lo hago prometo contarlo!