Si algo ha propiciado el coronavirus –además de unas medidas de higiene dignas de un cirujano– es la convivencia. Para algunos ha sido con la pareja, para otros con sus compañeros de piso, y muchos otros has tenido que pasar el confinamiento con sus padres.
Pese a las inevitables discusiones y los momentos de caos en el hogar, son muchos los que han sacado algo positivo de esta experiencia. Al fin y al cabo, más de dos meses encerrados con una persona solo nos deja dos opciones: que la relación se refuerce o acabar dividiendo la casa en dos zonas para no cruzar palabra.
En el caso de Ferran, Roberto y Julia, sin duda gana lo positivo, y es que el confinamiento les ha permitido conocer una versión de sus padres que hasta entonces pasaba desapercibidas: vulnerables, asustados y luchadores.
Ferran, de 21 años, vive con sus padres en un pueblo de Lérida, y pasar el confinamiento con ellos ha hecho que cambie su forma de ver la vida. "Reconozco que siempre he sido un poco… Digamos que no era un ejemplo a seguir. Se lo he hecho pasar muy mal a mis padres, y durante la cuarentena hemos tenido tiempo para hablar de cosas que eran un poco tabú, sobre todo mis problemas de drogas en la adolescencia", comparte. "Yo no sabía que les había hecho tanto daño, y estos meses hemos abierto ese baúl y han salido cosas muy feas a la luz de las que me arrepiento y que cambiaría. Les he pedido perdón y me he dado cuenta de que no quiero que vuelva aquella parte de mi vida".
Roberto tiene 24 años y aunque vive en un pequeño piso de alquiler en Granada, cuando comenzaron los rumores de la cuarentena, decidió ir con su madre para que no estuviese sola. “Conozco a mi madre y sé que le encanta salir con sus amigas y quedar con su hermana, y me dio mucha pena que tuviese que pasar la cuarentena sola. De todos modos, yo pensaba que serían solo un par de semanas”.
Pasaron los días y el estado de alarma siguió prorrogándose. Ahora, dos meses después, le preguntamos a Roberto si ha cambiado su relación con su madre tras el coronavirus. La respuesta es que sí, y para mejor. "Mi madre siempre ha sido para mí un ejemplo a seguir. Es de esas personas luchadoras que hasta en los peores momentos sonríe para evitar que el resto esté mal", confiesa con una sonrisa. "Cuando murió mi padre, siguió adelante por mí y por mi hermana, y durante estos meses he visto su lado más frágil y me ha encantado ser yo quien la protegiese a ella, quien iba a hacer la compra o a la farmacia y quien le tranquilizaba cuando tenía miedo por el virus".
Julia tiene 23 años y "orgullo" es la palabra que mejor define su relación con su padre. "Mi padre nació y creció en un pueblo supercerrado de Andalucía donde la cultura era abiertamente machista. Me ha flipado poder compartir con él un poco de todo lo que he aprendido del feminismo", comparte la joven gaditana. "La mayoría de mis amigas tienen padres que no se meten a opinar sobre machismo, y me alegra mucho que mi padre haya querido aprender un poco más sobre igualdad, y también enseñarme a mí cosas que no sabía. Estoy orgullosa de que sea mi padre".
El denominador común de estas historias es la comunicación, y es que muchas veces los padres evitan compartir ciertas preocupaciones o reflexiones con sus hijos para no romper el rol de "figura de autoridad". Cruzar la barrera del autoritarismo, totalmente desfasada, y comunicarnos sinceramente con nuestros padres es el punto de partida ideal para mejorar la relación y conocerlos mejor.
Sin embargo, no todas las experiencias son igual de enriquecedoras. Para María y Nicolás pasar tanto tiempo con su familia ha pasado factura a la relación paternofilial, y ahora cuentan los días para que acabe el confinamiento y poder independizarse.
María, de 24 años, está harta de que en su hogar no entiendan sus problemas psicológicos, algo que está agravando su ansiedad. "Sé que hay gente con padres cariñosos y comprensivos, pero en la mía no es así. Tengo trastorno de ansiedad generalizada y cuando empezó la cuarentena tuve que dejar de ir al psicólogo".
Se lamenta al no poder contar con el apoyo de sus padres en estos momentos, y pese a haberles intentado explicar lo que es la ansiedad, sólo obtiene malas respuestas. “Me dicen que exagero, que eso de la ansiedad es un invento de la gente de mi generación para hacer el vago, y que lo que debería hacer es dejar de quejarme tanto. Duele que cualquiera te diga eso, pero cuando son tus padres, todavía más”, confiesa.
En el caso de Nicolás, un joven de 21 años residente de Pontevedra, no hay ningún drama ni problema grave, simplemente una falta de conexión. “Yo quiero a mi padre, pero simplemente no encajamos. Todas las cosas que le gustan a él, a mí me aburren, y viceversa. Al final no tenemos nada de que hablar y durante la cuarentena siento que nos distanciamos más. Intento hablar de cualquier cosa con él, pero siempre está ocupado o directamente no le interesa lo que le cuento. Es mi padre, sí, pero hay muchas otras personas a las que tengo mucho más cariño.”