Ir al médico es algo sencillo, al menos en la teoría. Pides cita, te llaman por teléfono, si es necesario acudes a la consulta y con suerte identifican tu problema y te proponen una solución. En la práctica, esta secuencia se puede enrevesar de muchas maneras, y cuando entra en juego la salud ginecológica, todavía más.
Desde no conseguir que te atiendan por la vía pública teniendo que contratar los servicios de un ginecólogo privado, hasta saltar de consulta en consulta porque nadie es capaz de ponerle nombre a tu problema, hay un sinfín de situaciones frustrantes a las que se enfrentan las personas con vagina.
Tal vez has escuchado hablar de la violencia obstétrica, que es aquella sufrida durante el embarazo, el parto o el postparto. Pero, ¿conoces la violencia ginecológica?
Aunque la OMS recomienda someternos a una revisión vaginal una vez al año desde que comenzamos a mantener relaciones sexuales, hay muchas mujeres adultas que jamás han acudido a la consulta de un ginecólogo. No es por falta de interés, sino por miedo a que se les juzgue, por malas experiencias propias o de alguna conocida y, en el caso de los hombres trans con vagina, por evitar situaciones tránsfobas.
Pese a no ser la norma, son muchas las personas que han denunciado en redes sociales un mal trato en el ámbito sanitario, concretamente en lo relativo a la salud ginecológica. Y es que nadie tiene derecho a invalidar lo que sentimos, a quitar importancia a nuestras experiencias, a deshumanizarnos ni a hacernos sentir inferiores o tontas por no tener ciertos conocimientos médicos.
Algunas red flags de que estás sufriendo violencia ginecológica:
Si vives cualquiera de estas situaciones, lo ideal es poner una queja formal en el hospital y asesorarte legalmente.
Una de las muchas situaciones de violencia ginecológica a la que se enfrentan las personas con vagina es la que tiene que ver con una menstruación ‘fuera de lo normal’. Se estima que entre el 20 y el 50% de la población experimenta dolor grave asociado a la regla, lo que también se conoce como dismenorrea. Sin embargo, es muy raro que se pida ayuda ya que el dolor menstrual tiende a minimizarse.
Desde pequeñas aprendemos que la regla duele y que tenemos que aguantarnos con estoicismo y, como mucho, un ibuprofeno. Desde pinchazos hasta cólicos e incluso mareos, vivimos esta semana del mes como una auténtica tortura, y lo peor de todo es que normalizamos este sufrimiento. Entre amigas compartimos consejos para mitigar el dolor, y cuando la situación se vuelve imposible de tolerar y pedimos ayuda profesional, nos adentramos en un laberinto sanitario.
Marta, de 24 años, sospechaba desde hacía meses que algo iba mal con su menstruación. “Era muy irregular, igual estaba tres meses sin bajarme y luego sangraba durante dos semanas con un dolor brutal”, comparte con Yasss, por lo que decidió pedir cita con su médico de cabecera. “Le conté lo que me pasaba y su primera recomendación fue que tomase la píldora. Le dije que no quería porque había antecedentes de trombo en mi familia y después de darme el sermón y pedírselo yo activamente, acabó derivándome al ginecólogo a regañadientes”.
Sin embargo, la cita con el ginecólogo no mejoró su problema. “Una vez allí le conté lo que me pasaba y me dijo que si para esa tontería iba, que al ginecólogo hay que ir por cosas serias y que si me dolía, pues que me pusiese una bolsa de agua caliente, hiciese reposo y me tomase un analgésico. Salí de allí con un ataque de ansiedad”, recuerda. “Me tuvo que pagar mi novio un ginecólogo privado porque yo en ese momento no tenía dinero, y al final encontraron unos pólipos uterinos que me causaban el dolor”.
Su situación no es la única, y es que el dolor menstrual no sólo es un tabú en la sociedad, sino que también es una situación que algunos profesionales normalizan o minimizan.
Ainara, de 23 años, tuvo que acudir hasta a cinco profesionales hasta que le diagnosticaron una endometriosis. “Ni me hacían pruebas ni me hacían caso. La mayoría de los médicos me han llamado exagerada cuando me quejaba, pero yo lo pasaba tan mal durante la regla que me mareaba y vomitaba. No me lo inventaba. Ojalá no haberlo pasado así de mal. Quien sufre no lo hace por gusto, y si encima estás pidiendo ayuda es obvio que la necesitas”, reflexiona.
“Te recetan la píldora para todo”, relata Elena, de 26 años. “A mí siempre me ha dolido, desde pequeña, en plan de no poder ir a clase porque no me levantaba de la cama. Ya de mayor se me ocurrió contárselo al médico un día y su respuesta fue que cómo somos las mujeres, que ya por un dolor de nada queremos una paga. Me siento idiota por no haberle puesto una denuncia o algo a ese señor machista, pero me callé, me sentí como una mierda y sólo conté esto de más mayor, y este médico estaba jubilado”.
En el caso de Belén, de 27 años, las consecuencias de la violencia ginecológica fueron más serias. “Tuvieron que operarme porque tenía un embarazo ectópico y se rompió una trompa de falopio”, confiesa. “Llegué a urgencias pálida, con sudores fríos y que ni podía caminar. El médico que me atendió primero me dijo que a ver si me había sentado algo que había comido mal. Le dije que yo no era gilipollas y sabía diferenciar una indigestión de algo más grave. Se puso chulo y me llamó exagerada. Me tuvo casi una hora haciéndome preguntas en vez de mirar a ver qué me pasaba, mientras yo me desangraba por dentro. Hizo falta que perdiese el conocimiento para que me tomase en serio”.
Hugo, de 23 años, vivió no sólo violencia ginecológica, sino también un episodio de transfobia. “Estuvo toda la consulta llamándome por mi deadname (nombre previo a la transición) aunque yo le decía que por favor me llamase Hugo”, relata a Yasss. “Por no hablar de que soltó frases súper inapropiadas como que seguía teniendo caderas femeninas y que eso no se me iba a quitar, que por qué no me operaba para ponerme un pene si tan a disgusto estaba con mi pasado, o que si así gustaba a las chicas, a los chicos o a lo que me fuese, «que ya se sabe cómo somos nosotros»”
No son exageraciones, tampoco casos aislados. Se trata de experiencias de mal trato en el ámbito sanitario que se pasan por alto (quizás por haber tenido la mala suerte de contar con un médico), que no se cuentan por vergüenza y que se convierten en un trauma para las víctimas. Por eso es fundamental poner nombre a la violencia ginecológica y denunciar.