Por qué me ha flipado tanto Disneyland si tengo 30 años y ni siquiera lloré con 'Up'
El debate de que si los dibujos animados no son solo para niños está ya más que superado. Ni siquiera voy a entrar en él. O sea, estoy partiendo de la base de que ya todos sabemos y entendemos que la animación en general y Disney en particular no solo vive del público infantil.
Es verdad que cuando eres un niño inocente ir a Disneyland y creerte lo que estás viendo tiene que ser la leche. O sea, si yo con seis años me creía que estaba viendo a Baltasar en persona y no me resultaba raro que después de saludarle y darle un beso mi moflete se hubiera manchado de negro... ir a un parque de atracciones como este cuando eres pequeño tiene que ser muy fuerte.
Por cierto, ¿recordáis el maravilloso vídeo de la niña a la que le dicen que va a ir Disneyworld? ¿Que al final la que se hizo famosa fue su hermana? Historia de Internet.
Lamentablemente yo ya no podré vivir esa experiencia, porque la primera vez que fui a Disneyland París tenía 18 años y ahora he vuelto a los 32 (sí, me habéis pillado: en el titular me he quitado años. Sorry not sorry). Pero mira, también lo digo: no creo que ni un solo niño haya disfrutado más que yo. ¿Qué tiene Disneyland, por Dios, que nos hace sentir que todo sea especial y maravilloso?
El pasado lunes 8 de octubre mi despertador sonó a las 7:40 de la mañana y yo, lejos de pensar "madre mía un madrugón en lunes pero qué estoy haciendo que estoy de vacaciones", me levanté como un cohete con ganas de gritar: "¡¡Que nos vamos a Disneyland, que nos vamos a Disneyland!!". Imaginaos el nivel de emoción que sentía que estaba durmiendo en París en un hotel con buffet desayuno y solo desayuné dos veces porque no quería perder más tiempo e irme al parque cuanto antes.
Y lo peor (mejor) de todo es que llegar allí en un tren hasta los topes y ver ese cartelón gigante de Disneyland con el famoso hotel de fondo mientras estás rodeada por cientos y cientos de personas que te empujan, que gritan, que se cuelan, que te pisan... no le resta ni un ápice de ilusión al momentazo que estás viviendo.
En serio, de verdad: ¿qué c*ño le echan a Disneyland para que estemos todos felices de la vida flipando como si fuéramos tontosniños? ¿Nos fumigan con alguna droga a la entrada para que nos sintamos durante diez horitas como en un mundo de fantasía REAL? ¿Por qué un lugar que es como un campo de concentración de la ideología Disney que tanto daño nos ha hecho puede llegar a convertirse "el mejor sitio en el que he estado nunca"? Y, lo más inquietante: ¿por qué si tengo que tragarme una cola de 40 minutos para ver a un famoso pienso "mira, ni de coña" pero llego a Disneyland y lo primero que hago es una cola de 40 minutos para tener una foto con Maléfica?
¡Si sé de sobra que ni siquiera es Maléfica, que es una señora contratada con sueldo y todo! Pero necesito la foto. ¡Maldito Disney! ¡Haces de nosotros lo que quieres! ¡Somos tus marionetas!
Intentando dejar los sentimientos a un lado (ardua tarea) creo que he sido capaz de reflexionar (una semana después, porque antes no podía, aún se me iluminaba la mirada cuando hablaba de mi viajecito a París) sobre por qué Disneyland nos vuelve tan locos aunque seamos adultos sin ilusión en la vida (como buenos millennials) y con un corazón de hielo como Elsa de Frozen.
Porque todo es precioso: la estética entra por el ojo, aunque no seamos conscientes. Quizás creas que a ti "las cosas bonitas" no te van, pero cuando estás ante una obra arquitectónica perfecta te estás sintiendo bien, aunque no te des cuenta. En Disneyland cada detalle está cuidado, y eso da un gustirrinín que no veas.
Porque hay sorpresas en cada rincón: llevarte una sorpresa (de las buenas) también hace que te sientas bien. Aunque sea una chorradilla. Seguro que si un día estás constipada y desganada y de repente aparece un amigo con una sopa caliente, un peluche o incluso unas pastillas para la fiebre, te llevas una alegría. En Disneyland todo está preparado para que FLIPES cada diez segundos, así que, básicamente, la sensación de high (que en inglés significa "arriba" pero tambié "colocón") es constante. Es que hasta hacer una cola es divertido porque los pasillos de espera también están decorados y vas viendo cosas y te encanta.
Porque hay musiquita: la música amansa a las fieras y también a los visitantes de Disneyland. En prácticamente cada zona del parque hay hilo musical, aunque sea casi imperceptible. En las colas de las atracciones, en las tiendas, y por las mismas calles del parque suenan cancioncillas superagradables (a excepción de la de 'It's a small world' que me parece una tortura que se repite sin fin). Escuchar música agradable también nos hace sentir contentos y felices.
Porque nos evoca buenos recuerdos: quien va a Disneyland (quiero suponer) es, aunque solo sea un poquito, fan de Disney. Alguna peli te has visto. Aunque seas un padre y solo vieras 'El libro de la selva'. Ver imágenes que apelan a emociones tan fuertes como los recuerdos felices de tu infancia te va a dar más alegría que volver a merendar nocilla mientras escuchas canciones de Parchís. Y ver a esos mismos personajes que te traen tan buenos recuerdos "vivitos" y coleando por el parque ya ni te cuento. Y por eso te hace una ilusión terrible hacerte una cola bien larga para tener una foto con Jafar. Porque no es Jafar, es lo que Jafar significa para ti.
Porque si estás high cuando estás tranquilita, feliz, a gusto, contenta... las colas son menos colas, el calor (o el frío) es menos preocupante, los altos precios te duelen menos, que la atracción dure un suspiro casi ni te importa y quedarte sin comer para aprovechar ese tiempo en ver más cosas te parece un plan de lo más razonable.
Porque es que menudo fin de fiesta: en serio, me siento AGRADECIDA a Disney por lo bonito que era el espectáculo de luces y fuegos artificiales. Eso es un cóctel mortal: se mezcla lo bonito, lo sorprendente, la musiquita, los recuerdos... ¡todo a la vez! No lloré con 'Up', 'Coco' no me pareció para tanto y nunca me he sentido traumatizada por la muerte de Mufasa, pero, ¡madre de Dios!, no puedo negar que lloré con los fuegos artificiales de Disneyland.