“Soy sanitaria y el coronavirus me ha generado ansiedad y estrés postraumático”: las secuelas para Eva y Amelia
“Una paciente falleció y sus dos hijos se plantaron en el hospital acusándonos de haber matado a su madre”
El estrés postraumático y la ansiedad son algunas de las secuelas que están experimentando los sanitarios tras el coronavirus
En la mayoría de hospitales no hay suficiente asistencia psicológica
Día tras día todos los españoles teníamos una cita a las ocho de la tarde: asomarnos a nuestras ventanas y balcones y aplaudir en señal de apoyo al personal sanitario. Pero, ¿nos hemos parado en algún momento a pensar en lo que implica haber trabajado en un hospital durante la crisis del coronavirus?
Jornadas eternas expuestos a un virus desconocido, contratos basura, inseguridad al no saber tratar a los pacientes potencialmente infectados, traslados a otra ciudad, soledad al llegar a casa, miedo por el futuro laboral y poco apoyo psicológico han sido el pan de cada día de miles de sanitarios, de los cuales 41.000 han sido infectados por el coronavirus.
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Ahora, casi 60 días después de que todo empezase, Amelia y Eva sufren las consecuencias: ansiedad y estrés postraumático. Sus testimonios reflejan una realidad que muchos pasan por alto, y demuestran la necesidad de asistencia psicológica de calidad en los hospitales.
El caso de Amelia (26 años):
"Mi nombre es Amelia y la crisis por el coronavirus me ha pillado en mi primer año como enfermera. Saqué muy buena plaza el año pasado en el EIR, y pude escoger el destino que yo quisiera. Me fui a Madrid porque mi novio es de allí y conozco gente que se ha formado muy bien. Vamos, que no lo dudé.
Cuando todo el tema del coronavirus empezó yo fui la primera en restarle importancia. Mis padres me preguntaban que si tenían que preocuparse, y yo les decía que seguramente era como una gripe. Luego todo empezó a colapsar y me tragué mis palabras.
Si tuviese que definir lo que ha pasado con una palabra, sería caos. Por muy bien organizado que esté un hospital, todo esto ha sido caótico, sobre todo a partir de la segunda semana.
Al principio nos dieron una especie de curso express, pero hay mucha gente a la que soltaron a la aventura sin tener ni idea. Un compi mío que es médico estaba trabajando en dermatología y como se necesitaba personal le llamaron.
Los casos más sencillos, esos que no tienen complicaciones o que los síntomas son leves, los he ido manejando bien, pero ha habido cosas que no he sabido tratar. No hay cursillo que valga cuando te topas con una persona de 50 años con enfermedades previas, por ejemplo, fibrosis quística. ¿Qué haces? ¿Llamas a un superior que te manda a la mierda porque está saturado? Al final son muchas demandas y pocos recursos. Todo esto me ha pasado factura.
En mi caso he tenido que pedir ayuda a un psicólogo privado porque los pocos psicólogos que había en mi hospital estaban saturados. He tenido que pedir la baja por ansiedad, porque es pensar en volver a estar en planta y me entra una crisis de pánico. He llegado a dudar de mi capacidad, y mientras todo el mundo nos aplaude y nos llama héroes, yo me siento responsable por todas las personas a las que no he sabido o podido ayudar".
El caso de Eva (24 años):
"Soy residente de endocrinología de primer año y durante este mes y medio he dejado de lado todo lo que tenía que ver con mi especialidad para centrarme en el coronavirus. Lo mismo le ha pasado a mis compañeras y compañeros de ginecología, urología, oftalmología, pediatría… Todos, absolutamente todos, da igual lo que supiésemos sobre enfermedades infecciosas, hemos tenido que arrimar el hombro.
Ahora mismo hay cosas que mi cerebro ha borrado, pero el momento más angustioso para mí fue cuando vino una mujer de más o menos 60 años con tos. Tenía todos los síntomas del coronavirus, pero ninguna complicación ni enfermedad médica previa. A la semana falleció, y sus dos hijos se plantaron en el hospital acusándonos de haber matado a su madre. Llegaron a las manos, a un compañero le dieron un puñetazo y a mí me zarandearon.
Ese día llegué a casa hecha un asco. Tenía la nariz destrozada por el EPI y los ojos hinchados de tanto llorar. Hace dos semanas empecé a tener pesadillas y crisis muy bestias en casa. También influye que vivo sola porque mis dos compañeras de piso están con sus padres. También estoy a ratos de mala leche y a ratos triste, me cuesta concentrarme, tengo problemas para dormir, me entran unos nervios terribles cada día que tengo que ir a trabajar y cada día me cuesta más gestionar todo esto.
Hablé con un especialista de psiquiatría. Le conté lo que me pasaba y me dijo que tenía todas las papeletas para un trastorno de estrés postraumático, y que no era la única.
Lo ideal sería que en el hospital se proporcionase apoyo psicológico para que esto no hubiera llegado tan lejos, pero no es así. Tampoco se nos están ofreciendo recursos para tratar las consecuencias. Necesitamos estar bien mentalmente para poder seguir ayudando".