Muchos de los animales que mueren en su clínica han sido sus pacientes desde que nacieron. Los ha visto crecer, los ha ayudado a curarse, ha sentido su cariño, pero también los tiene que decir adiós. La veterinaria canadiense Brenda Gough ha compartido en Facebook cómo se siente cada vez que tiene que sacrificar a uno de ellos y su relato ya es viral en la red social.
“Me traes a un cachorro, besa mi cara, se come las galletas que le doy y empieza nuestra amistad”, comienza escribiendo en un ‘post’ de su cuenta de Facebook. “Después de varias visitas, aprende dónde están los tarros de galletas de la clínica”, añade.
“Cuando se suceden más visitas, me enamoro de tu perro y de toda tu familia porque sois realmente buena gente y, no solo he visto cómo el perro se convierte en un miembro de la familia muy dulce, sino que veo a los niños crecer cada año”, expresa antes de recordar varios momentos que ha compartido con las mascotas.
“Muchas aventuras, tan poco tiempo… Aquí estamos, quince años después teniendo que decir adiós”, lamenta, justificando que “tiene una enfermedad del corazón y no puedo curarlo más. Tiene cáncer y no hay cura. Tiene artritis y los medicamentos no funcionan”.
Llegados a este punto, expresa: “Quiero que viva para siempre. Quiero que no duela. Me siento como si os hubiese fallado porque me he quedado sin opciones para seguir”.
Cuando los dueños de un animal le llevan para que el veterinario les sacrifique, el equipo de técnicos le ponen el catéter y desde recepción, hacen el papeleo, explica. Su labor, la cuenta así: “Tengo la aguja en el bolsillo de mi abrigo blanco. El mismo bolsillo que siempre estaba lleno de golosinas. Respiro profundo y entro en la sala. Tengo que mantenerme fuerte ahora”.
En ese momento, el animal “me pone esa dulce mirada como siempre, seguida de besos y una mirada al tarro de galletas. Pero está demasiado débil ahora. Está listo. Tú no. Yo no. Pero esto tiene que ocurrir porque la amamos demasiado como para que siga sufriendo”.
El animal, dice, “seguiría tanto como le pidiésemos. Pero no podemos pedirle más. No es justo. Me gustaría que nuestros corazones humanos pudieran estar dando tanto todo el tiempo. Me gustaría poder ser la persona que mi perro cree que soy. Me gustaría encontrar la forma de que ellos vivan para siempre. Pero yo no tengo esos poderes mágicos. Yo solo soy una veterinaria”.
Por eso, “lo besamos, no queda mucho”. “Su cuerpo se relaja, está en tus brazos y estás llorando. Otra familia ha perdido a uno de sus miembros más preciados. Yo pongo mi estetoscopio en su corazón para asegurarme de que se ha detenido, pero ella se mantiene tan pegada a tu pecho que tal vez ese que escucho sea tu corazón latiendo o, tal vez, es el mío”, lamenta.
Cuando el animal muere, el dueño “le pone suavemente en la mesa” y se va. “La puerta se cierra detrás de ti y no sé si oyes esto, pero sollozo en su oído. Se ha ido, lo vas a echar de menos y tienes que enfrentarte a lo que será uno de los momentos más difíciles de hoy”, cuenta.
“Entras en casa y no están ahí para saludarte. Por favor, sé cómo te sientes. A medida que dejas la clínica solo deseo con toda mi alma que nunca te hubieses tenido que enfrentar a eso. Me gustaría que pudieran vivir para siempre. Estoy muy agradecida de haber sido una pequeña parte de tu viaje”, escribe a modo de conclusión.