Borja, tras la muerte de su perrita: “Sabía que iba a ser duro pero no tanto como resultó después”

  • Tener un perro es tener un gran amigo. Por eso todo dueño teme el momento de decirle adiós

  • La pérdida de un perro significa que se pierde una relación muy especial, aunque no todo el mundo lo entienda

  • Un día debe partir, pero tú siempre lo tendrás en tu corazón

Lara era un galgo que vivió con mi familia desde que tenía un mes y medio. Recuerdo perfectamente cómo en septiembre de 2008 una cosita enana llegó a casa y también me acuerdo de cuando se tumbó con su manta sobre mi regazo y se quedó dormida durante más de una hora. En aquel instante sentí una conexión especial con ella que he vivido hasta el final, y que diez años después soy incapaz de explicar. Lara se ha ido y, aunque sé que muchas personas no lo entenderán, para mí perderla ha sido como vivir la marcha de un familiar.

Desde el primer segundo fuimos uña y carne. Los dos primeros años no había quien nos separara y fue increíble ver cómo su hocico crecía, cómo sus patas se estiraban y cómo pasaba de ser una cachorrita a una perra adulta. Con el tiempo yo me fui a vivir a Madrid y el estar tan lejos de ella se hizo un poco difícil. Por suerte, mis padres me dejaron que me la trajera durante varias semanas y así lo hice. Durante esos días dejé que se subiera a los sofás, a mi cama, dormí con ella y la mimé como nunca.

Por aquel entonces vivía en un chalet que se encontraba al lado de un bosque, y ahí fue donde un día, de repente, desapareció. Paseaba entre los árboles cuando Lara, obcecada por los olores, se perdió. ¡Fue uno de los momentos más duros de mi vida! Menos mal que la Guardia Civil me animó tras confirmarme que estaba en un protectora cercana, alguien la había encontrado y la había trasladado al pueblo de al lado. Por la mañana la recogí y me recibió entre saltos de alegría. No me volví a separar de ella. Al menos hasta este año.

Las últimas horas con Lara

El año pasado me rondaba el mismo pensamiento una y otra vez. Una vocecita me decía: “Borja, Lara tiene ya 12 años y empieza a ser muy mayor”. Según había leído en internet, esta raza suele tener una esperanza de vida de unos 13 años y, si hacía cuentas, eso me ponía bastante nervioso. Aunque claro, lo que no sabía es que lo peor estaba por llegar...

El 31 de diciembre del año pasado nos dieron una noticia muy triste: Lara padecía cáncer de huesos y la única forma de alargarle la vida un poco era amputarle la pata afectada. En mi familia hubo unanimidad: ¿qué hacía un galgo de 12 años con tres patas? ¡No tenía ningún sentido! No podría correr, que era lo que más le gustaba, no podría ir al monte, donde siempre quería estar y no podría apenas caminar. Así que por eso tomamos la decisión de medicarla hasta que ya no pudiera más y, tristemente, ese momento aterrizó más rápido de lo que esperábamos.

A mediados de enero de este año recibí la llamada de mi madre: la perra empezaba a estar muy mal, caminaba sin apoyar una de las patas delanteras y el tumor no paraba de extenderse, así que pensamos que había llegado el momento de decirle adiós.

Recorrí casi 400 kilómetros entre Madrid y Bilbao el domingo por la mañana. Fueron las cuatro horas más largas de mi vida pero sabía que debía hacerlo, si no hubiera podido despedirme de ella, no me lo habría perdonado jamás. Necesitaba un último momento a solas con Lara.

Cuando llegué a casa ni se movió. Fue el primer síntoma que aseguraba que la suerte estaba echada porque siempre que volvía a casa, Lara se levantaba y me perseguía por toda la casa pidiéndome mimos. En esa ocasión solo movió la pata desde su colchón para que se los diera y yo me acerqué a ella y la acaricié.

Aquella noche no nos despegamos. Me tumbé durante 20 minutos junto a ella y la mimé más que nunca. Rocé todo su cuerpo con mi mano y con las uñas (algo que la encantaba) y, mientras la miraba, pensé algo, algo que puede resultar una locura: tuve la sensación de que ella misma sabía lo que sucedía y que en las próximas horas todo cambiaría. Por la mañana me levanté nervioso. Nunca me había encontrado en esa situación, nunca había acudido al veterinario para despedirme de mi perra. Sabía que iba a ser duro, pero no tanto como resultó después.

Mis padres, mi hermano y yo llegamos a la clínica a las 11 de la mañana. Lara se subió a la camilla con todo el cuerpo temblando y el veterinario le puso la primera inyección para que se durmiera para siempre Fueron los cinco minutos más largos de mi vida. Fue una escena cruel, pero era lo que tenía que ser. Yo quería estar con ella en todo momento, tranquilizarla, no dejarla sola nunca y así fue: justo antes de que se quedara completamente dormida, le di un beso, de esos que quieres que nunca terminen, de esos que alargas lo que el tiempo te permite. Acerqué mi nariz, olí su pelo para retener su olor y tras ello, todos abandonamos la habitación. Ver la siguiente imagen sí que habría dolido demasiado porque la próxima inyección era la que acabaría con todo.

La vuelta a casa fue difícil. Creía que todas mis lágrimas habían desbordado mi rostro cuando Lara estaba sobre la camilla, pero no era así. No sabía cómo afrontar su pérdida. Cada vez que pensaba en ella, notaba cómo los ojos se me llenaban de lágrimas, la misma sensación que siento mientras escribo esto.

Lo que ha significado para mí su pérdida

Cuando abrí la puerta, tuve la sensación de que me arrancaban el alma porque ella ya no fue a recibirme, y nunca más lo iba a hacer. Por la tarde mi madre quitó el colchón en el que dormía para lavarlo y guardarlo. El hueco que había dejado libre era inmenso... Nunca había sido tan consciente de que mi perra, con la que había estado 12 años, ocupara tanto.

Perder a un animal con el que llevas tanto tiempo es algo muy duro y muchas personas (que ni siquiera tendrán mascotas) no lo entenderán. Pero la muerte de un animal, ya sea tu gato, tu perro, etcétera, puede llegar a ser tan triste como el fallecimiento de un familiar o incluso más porque Lara ha estado conmigo desde que nació, nunca me ha fallado, siempre me ha querido, siempre ha pedido mis caricias, algo a lo que yo no me podía resistir, siempre me miraba con esa carita rogándome que le hiciera caso, siempre me ha recibido con la cola de un lado para otro y persiguiéndome por toda la casa. Siempre ha sido la mejor perra que he podido tener. Y nunca ha hecho nada que le haya podido reprochar. Pero ahora ya no está.

Por eso, todo esto va por ti, Lara. Te quiero.