Todas las ciudades cuentan con elementos distintivos con los que las reconocemos, y sin los que no serían las mismas. A veces es el trazado urbano de las calles y las manzanas; otras, sus estatuas, sus tapas típicas, el escudo oficial; incluso sus taxis pueden hacer las veces de símbolos permanentes y lograr que sepamos dónde estamos de un vistazo. Le sucede a Barcelona, con el amarillo y el negro, tan distintos del blanco que predomina en la gran mayoría de las flotas españolas.
Pero ¿por qué estos vehículos tienen ese color tan característico?
Barcelona no es la única ciudad del mundo en la que los taxis utilizan el color amarillo. Sucede lo mismo en Santiago de Chile o Nueva York. Sin embargo, estos dos colores son muy diferentes a los del blanco que predomina en la carrocería de los vehículos que dan servicio en otras ciudades de España. Hay un motivo histórico detrás de esta identidad visual.
El uso del automóvil como taxi se consolidó en Barcelona en la década de 1920, cuando la demanda de transporte rápido y accesible creció mucho. Los primeros eran, en su mayoría, vehículos privados que ofrecían servicios de transporte de manera independiente; los llamados ‘coches de plaza’ ya aparecían mencionados así en un reglamento del año 1864 introducido por el Ayuntamiento, pero no estaban correctamente identificados y se solía generar un caos visual cuando circulaban.
Este caos regulatorio motivó a las autoridades municipales a buscar una identidad visual coherente y reconocible. La regulación oficial del sector data de 1924, cuando apareció la primera norma común redactada por el Ayuntamiento: nuevo código de circulación y normas comunes para todos los taxistas, entre ellas, la obligatoriedad de utilizar una línea bajo la ventana para identificar al taxi frente a otros vehículos, o la aparición del taxímetro, un estándar a partir de esa fecha. Había un total de cuatro líneas de colores para identificar estos vehículos, cada una marcaba una tarifa diferente: blanca, la más barata (40 céntimos por kilómetro), roja (50 céntimos), amarilla (60 céntimos) y la cara de las caras, la azul (80 céntimos).
En 1929, Barcelona se preparaba para la Exposición Internacional en mitad de una guerra de precios entre las compañías de taxis y los conductores autónomos. Si la Exposición era un evento clave para la proyección de la ciudad en todo el, los taxis, se razonó, tenían que estar a la altura de las circunstancias. La elección del color no solo estaba motivada por la visibilidad, sino también por el deseo de proyectar una imagen moderna y profesional del servicio.
Fue en esos años cuando el Ayuntamiento decidió unificar la identidad visual de estos vehículos y escogió la línea amarilla como la oficial. A partir de 1934, todos los taxis incorporaron el color amarillo al negro, el más utilizado de la época.
Los colores de los taxis de la Ciudad Condal forman parte de las estrategias que han utilizado a lo largo de la historia diferentes ciudades para distinguir sus flotas y crear una identidad visual para la urbe en la que nos encontremos. En ciudades como Nueva York, sería un crimen cambiar el color amarillo, ya es parte de la identidad visual de la ciudad (y de las películas y obras de arte que la han retratado). En Londres, los "Black Cabs" han mantenido su color negro desde hace muchas décadas para simbolizar la tradición y la elegancia británica. Distinto (y raro) es el caso de Hong Kong, donde un buen número de taxis son de color rojo.