El verano es una de las peores épocas del año para lidiar con los insectos. Las altas temperaturas son sinónimo de mosquitos y cucarachas en nuestras casas, por la facilidad con la que proliferan cuando se dan ciertas condiciones ambientales.
Además, es frecuente que pasemos más tiempo en el exterior y realicemos excursiones y paseos por el campo. Ahí también debemos extremar las precauciones, sobre todo si transitamos por zonas de vegetación alta: campos de espigas, zonas con la hierba bien crecida y otros lugares en los que suelen anidar las garrapatas.
Estos insectos no solo se alimentan de sangre, sino que también son vectores de varias enfermedades que pueden tener consecuencias graves para nuestra salud. La más conocida probablemente sea la enfermedad de Lyme, causada por la bacteria Borrelia burgdorferi. En un inicio, los síntomas se parecen a los de una simple gripe: fiebre, dolores de cabeza y fatiga. Si no se trata, puede progresar y causar problemas mucho más serios, desde artritis e inflamación de las meninges a secuelas neurológicas permanentes.
Pero ¿qué pasa cuando ya nos ha picado el insecto? En este caso, hay una recomendación clave (y contraituitiva) que nunca debemos pasar por alto: por más que queramos correr a casa a arrancarla (primer error), tenemos que guardar el insecto a buen recaudo. Te explicamos por qué.
Cuando una garrapata nos muerde y nos damos cuenta a tiempo, nuestra primera reacción puede ser deshacernos de ella cuanto antes. Es lógico. Sin embargo, los especialistas recomiendan guardarla en un frasco o una bolsa plástica, preferiblemente con un poco de humedad para que no se seque.
Este gesto tan sencillo le facilitará mucho el trabajo a nuestro médico para realizar un diagnóstico, ya que así podrá evaluar mejor el riesgo de transmisión de ciertas enfermedades. Por ejemplo, si nos pica una Ixodes scapularis, la especie que transmite la enfermedad de Lyme, el especialista podría decidir iniciar un tratamiento profiláctico con antibióticos antes de que aparezcan los síntomas. En cambio, si la garrapata en cuestión no es un vector conocido de infecciones y es identificada correctamente, quizá nos evitemos pasar por un tratamiento que no nos corresponde.
De hecho, si después de la picadura desarrollamos ciertos síntomas, haber conservado la garrapata también ayudará a analizarla para determinar la presencia de patógenos y decidir un tratamiento. Puede acelerar el diagnóstico y ayudar en la toma de decisiones.
Más allá del cuidado de la propia salud y del tratamiento que sea mejor para nosotros, guardar el insecto también será útil para los estudios epidemiológicos. El hecho de que el servicio de epidemiología logre analizarla para determinar si está infectada con algún patógeno también podría ayudar a mapear las áreas de riesgo y a mejorar las estrategias de prevención. En este caso, esta información será valiosa, más allá de nuestro caso individual.
Cuando una garrapata nos muerde y se queda pegada a la piel, lo más importante es retirarla lo antes posible para reducir el riesgo de transmisión de enfermedades. Necesitará al menos 24 horas para transmitir cualquier patógeno, así que cuanto antes la localicemos, menos riesgo habrá de que la infección se complique.
La forma correcta de extraerla es con con pinzas de borde romo previamente desinfectadas. Sujetaremos la garrapata lo más cerca posible de la superficie de la piel y tiraremos hacia arriba con firmeza y de manera constante. Nunca hay que retorcerla o aplastarla, ya que los fluidos corporales del insecto podrían penetrar en la herida, aumentando el riesgo de infección.
Una vez la retiremos, limpiamos bien la zona con agua y jabón y aplicamos un antiséptico. Después, almacenaremos el insecto en un recipiente adecuado y anotaremos la fecha de la picadura.
En las siguientes semanas será importante vigilara picadura para detectar cualquier signo de infección o síntomas como fiebre, dolores de cabeza o cansancio extremo.