Murió subiendo las escaleras de casa. A los 50 años. De un ataque al corazón. Antes de que millones de lectores de todo el mundo supieran que existía. Las novelas que escribía por la noche casi en secreto, publicadas tras su prematuro fallecimiento, se acabaron por convertir en uno de los mayores éxitos editoriales que se recuerdan.
El 9 de noviembre de 2004 falleció en Estocolmo el sueco Stieg Larsson, periodista obsesionado por desmontar el avance de la ultraderecha en el norte de Europa. Y que tras investigar qué había detrás del asesinato del primer ministro Olof Palme, que conmocionó al país en 1986, desconectaba al llegar a casa escribiendo novela policíaca.
Suyos son la trilogía Millenium -Los hombres que no amaban a las mujeres (2005), La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (2006) y La reina en el palacio de las corrientes de aire La reina en el palacio de las corrientes de aire(2007)- y Lisbeth Salander, una hacker veinteañera misántropa (y buena), y Mikael Blomkvist, el reportero cuarentón -alter ego del autor- que edita la revista Millennium, los célebres personajes de sus novelas.
Con los tres libros llegó a vender –más bien sus herederos- más de cien millones de ejemplares en medio centenar de países. Y cuando ya no había ni medio folio perdido en un cajón de su casa con el que seguir explotando el filón (el fallecido escritor dejó escritas 200 páginas del borrador de su cuarta novela, que volaron misteriosamente), David Lagercrantz –hasta ese momento, bioógrafo del futbolista Zlatan Ibrahimovic- recibió el encargo de replicar el estilo de Larsson que tan bien había sabido enganchar a los lectores de novela negra.
Una decisión tan discutida como rentable editorialmente, que dio para otras tres novelas en torno a las tribulaciones de Salander y Blomkvist. Se hizo con el visto bueno de la familia de Larsson –con la que apenas mantenía vínculos-, que ganó en los tribunales a su novia de más de tres décadas –la que le acompañaba en esas noches hasta las tantas frente al teclado- no solo los derechos de autor que hubiera generado Millenium, sino el control editorial de lo que se fuera a hacer en el futuro. Con el polémico argumento de que los personajes tienen vida propia al margen de quien los creó.
Con el lanzamiento, el pasado verano, de La chica que vivió dos veces, tercera novela-secuela, Lagercrantz prometió que daba por amortizado el clonado de personajes.
15 años después, Stieg Larsson puede descansar en paz. Salvo que su novia, Eva Gabrielsson, encuentre esos 200 folios del manuscrito que, ni por los dos millones de euros que en su momento le ofrecieron el padre y el hermano del fallecido periodista, ha hecho públicos.
Y que, quién sabe, podrían arrojar algo de luz sobre ese autor al que solo conocen sus millones de seguidores por lo que sus amigos han querido contar de él: aventurero, de izquierdas, marcado por una violación de la que fue testigo en su juventud –y que intentó redimir a través de Lisbeth- y adicto al tabaco, la comida basura y el café que no hicieron sino sumar para que cayera fulminado en las escaleras de casa cuando aún tenía mucho que folios que emborronar, hace ahora 15 años.