A aquel gigante de baja estatura y tez morena algunos le llamaban Der spagnol (El español), por su físico y carácter exaltado. Ludwig van Beethoven Der spagnol(1770-1827) nació hace 250 años; y dos ciudades europeas conmemoran la vida y obra del genio. Una es Bonn, la localidad alemana en la que el virtuoso músico llegó al mundo y creció; la otra, Viena, la capital austriaca, donde triunfó, vivió y murió a los 56 años.
Su casa natal, en pleno centro histórico, fue reconvertida en museo. Allí reposan partituras autógrafas (la de la Sexta Sinfonía o la de Sonata Claro de Luna, por ejemplo), cartas, retratos o instrumentos (como el teclado del órgano que tocaba de niño o el último piano sobre el que posó sus dedos). Ochocientos kilómetros y 56 años separan esa antigua casa alemana y el Cementerio Central de Viena, donde yacen los restos del músico. Dos lugares de culto para los melómanos. O para los turistas.
Aquel compositor atormentado, huraño y sordo que debía convertirse en eterno nació el 16 de diciembre de 1770. Fue el segundo de siete hijos (solo tres sobrevivieron) y, pronto, un niño prodigio. Su padre alcohólico estaba obsesionado con que siguiera los pasos de Wolfgang Amadeus Mozart. Con siete años dio su primer concierto. Con diez, la gente pagaba por escucharle al piano en esos conciertos organizados por su progenitor.
Tenía 18 años cuando murió su madre. El alcoholismo de su padre se acentuó y acabó en la cárcel. El joven Beethoven tuvo que hacerse cargo de sus hermanos.
Creció en pleno apogeo de la Ilustración. En 1792, se marchó a la capital europea de la música, Viena, tras la invitación del austríaco Joseph Haydn. En 1795, con el príncipe -y amigo- Karl Lichnowsky como protector, inició un viaje por Centroeuropa en el que despertó la admiración con sus interpretaciones. En 1799, con 29 años, su Sonata para Piano nº 8 (la Patética) marcaría el inicio de nuevas sendas en ese camino hacia la gloria.
Tuvo una vida tortuosa, con una salud frágil y amores condenados al fracaso. A los 27 años, tras una explosión de ira, experimentó los primeros indicios de sordera. Con 32, le confirmaron que esa pérdida de audición era irreversible; la máxima condena para un talento musical como el suyo. Cuentan que, entonces, la depresión le llevó a pensar en el suicidio.
Tenía 53 años cuando se estrenó su Novena Sinfonía (la Novena) con su Oda a la alegría. No había había aparecido en público en más de diez años. Ya estaba completamente sordo. Al concluir el concierto, el público estalló en emocionados aplausos. Él no se dio cuenta, seguía concentrado en su partitura, sin escuchar los vítores. Solo lo hizo cuando uno de los solistas se aproximó a tocarle el brazo para avisarle. Y entonces saludó. Fue la última vez.
Falleció tres años más tarde, el 26 de marzo de 1827. Un análisis de su cabello reveló que había padecido intoxicación por plomo. Nació en el siglo XVIII y aún el año pasado, en el XXI, uno de esos codiciados mechones de pelo fue subastado por la Casa Sotheby's. Un episodio que, más allá de la anécdota, refleja la inmortal proyección del genio.