Juan Pablo Fusi (San Sebastián, 1945) es uno de los más destacados historiadores de nuestro país y no se cansa de reclamar seriedad a la hora de pensar y escribir sobre España. Reconoce que hay temas que lleva estudiando toda la vida sobre los que se pronuncia todavía con mucha cautela. Por eso elige bien sus palabras a la hora de responder a cada pregunta, pero es claro en su crítica a la desmemoria de ciertos sectores de la clase política, entre los que sitúa a la actual cúpula del PSOE.
Sentencia que todos los políticos deberían conocer en profundidad a Cánovas del Castillo, porque ideó la España administrativa, y a Ortega y Azaña, por su importancia en la reflexión intelectual sobre nuestro país. Son ellos, junto con Unamuno, Baroja, Marías, Raymond Carr, Semprún o Savater los intelectuales que desfilan por las páginas de su nuevo ensayo, Pensar España Pensar España(Arzalia).
Pregunta: Parece que en España no somos muy conscientes del valor de nuestra democracia.
Respuesta: El libro avalaría esa interpretación. La Transición es una respuesta a los problemas de España en el siglo XX, que son tres básicamente: subdesarrollo económico, organización territorial y democracia. La transición es fundacional para España.
P: “Que la democracia llegara pacíficamente a España asombró a Europa”, recuerda Raymond Carr.
R: No fue tanto un milagro como una conciencia histórica del momento que se estaba viviendo. La Transición es un nuevo comienzo muy consciente por parte de los actores políticos para no repetir los errores de los años 30 y encontrar una fórmula para resolver los problemas de España.
P: La fórmula territorial es el Estado de las Autonomías, que parece integrar los pensamientos sobre España de Ortega y Azaña.
R: En la Transición se habló mucho de ambos intelectuales. Ortega pensaba que España no era una nación bien vertebrada y que había que configurarla con otra organización territorial. Azaña piensa en un idealismo reformista con cambio de régimen, priorizando sobre todo la integración de Cataluña.
P: A diferencia de otros países, en España es muy relevante el peso de los intelectuales en la vida pública.
R: En las generaciones del 98, 14 y 27 hay una tradición de ensayos sobre la identidad de España que es de una enorme calidad. Mi generación ha mantenido distancias con esos trabajos, pero es un debate que no nos puede dejar de interesar.
P: ¿Hay desmemoria en la actual clase política?
R: La Transición debería ser indiscutible como punto de partida. Es muy necesario para España tener unos elementos fundacionales claros. Es un error histórico infravalorar la Transición, definirla como un pacto de élites o como continuismo y claudicación. No es aceptable esa discusión porque la importancia del cambio es clamorosa. Parece que le toman el pelo a uno cuando se desvaloriza el hecho histórico de la Transición. Hablar ahora de reforma y refundación de la democracia española me decepciona y me desalienta. Es un error que estemos otra vez como España como preocupación cuando ya es un tema resuelto.
P: En esa desmemoria está incluida la labor del rey en la Transición.
R: La monarquía, que fue un problema en 1931, es la solución en 1975. El poder que Juan Carlos hereda de Franco es máximo y da luz verde y apoya el proceso de Transición. La monarquía es un marco razonable para la democracia. Reabrir la cuestión de la forma de Estado es otro dislate. Estamos viendo una disminución de la presencia pública de la monarquía, que tiene una importante labor representativa y simbólica, sobre todo en política exterior. La jefatura del Estado español no debe ser desplazada por una visión presidencialista o caudillista de la jefatura del Gobierno.
P: Quizá cierto desprestigio de la monarquía tenga que ver con los escándalos que afectan al rey emérito.
R: Hay que recordar lo que Cromwell le decía el pintor: hazme el retrato con la verruga y todo. La historia de un hombre es así: tiene sus puntos negros y sus errores. Sí se debe recordar el valor positivo de la Corona en la Transición y su prestigio en política exterior, sobre todo en América Latina y los países árabes. La monarquía tiene mayor valor simbólico que la jefatura del Gobierno.
P: Azaña sufre una decepción con Cataluña al final de su vida. Reconoce falta de reciprocidad de los políticos catalanes. Vemos paralelismos con la actualidad.
R: La reforma del Estado a través de las autonomías es de unas dimensiones enormes: el poder que reciben el País Vasco y Cataluña es máximo: no son un Estado pero son bastante más que una región. Tienen un poder real, simbólico, en protocolo representativo, en control de la educación, de la lengua. Es verdad que Cataluña, sobre todo en la época de Pujol, contribuyó a la estabilidad de la democracia. Ahora bien, la autonomía ha sido entendida por los políticos catalanistas como un proceso de construcción nacional. Ha ido disipándose la idea de una Cataluña plenamente autónoma dentro de España democrática, la idea de la unidad de mercado, de la representación de los intereses catalanes dentro de España. Se ha disipado la idea de la nacionalidad catalana que se incorpora a la Constitución. Desde el 2010 prima la afirmación de Cataluña como una nación distinta, en desafío a la Constitución. Hay una desafección y desconexión fuerte impulsada unilateralmente por razones estratégicas del nacionalismo catalán.
P: Para explicar las causas de la Guerra Civil, Julián Marías habló de la ingente “frivolidad” de periodistas, políticos, empresarios y sindicatos. Les faltó sentido del Estado. Seguimos con los paralelismos históricos.
R: Hay cierta irresponsabilidad y falta de seriedad en algunos políticos actuales. A quienes corresponde la obligación de la seriedad, del rigor, de la exigencia, de ser cautelosos es a los responsables políticos. Veo poco sentido del Estado y poco sentido de la Nación en algunos sectores de la clase política. Uno de los grandes problemas de España en este momento es la deriva del PSOE, que ha sido uno de los pilares de la democracia española. No sé hacia dónde va, qué pretende, ni que idea de España y del Estado tiene. Jugar con la administración territorial del Estado es un riesgo cercano a la imprudencia si no se hace con seriedad.
P: Dice usted que a la hora de pensar y escribir sobre España hay que exigir ante todo seriedad. ¿Hemos dejado de ser serios los periodistas y los intelectuales?
R: No me atrevo a decirlo. Encuentro siempre gente competente, con gran calidad en sus trabajos. Me impresión ahora es que ya no sé cómo se crea la opinión, no sé cuáles son los marcos de referencia de una parte mayoritaria de la sociedad, veo en el lenguaje público que se habla de cosas graves con falta de enjundia, cosas que para mí necesitarían más conocimiento. En el mundo de la comunicación hay una precipitación en el juicio, un predominio de lo efímero. Veo falta de serenidad y meditación en los lenguajes públicos. No sé si es algo impuesto por los gigantescos cambios tecnológicos o que han accedido a la vida pública nuevas generaciones con una formación más volcada a la propaganda, a lo efímero, a las redes, al momento. Para mi generación todo tiene una exigencia de formación profunda y competencia, porque todo es muy complejo. Yo no me atrevo a hablar de muchas cosas. La exigencia de rigor, seriedad, competencia, formación y especialización es más necesaria que nunca en el mundo tan vulnerable que estamos viviendo.
P: ¿Qué opina del revisionismo histórico?
R: El negacionismo, la iconoclastia y el revisionismo de trazo grueso me parecen un suicidio. La base es el conocimiento riguroso de la historia, con sus luces y sombras, con una revisión continua de los hechos y las interpretaciones por nuevas evidencias. Cualquier otro tipo de revisionismo es un negacionismo y eso es inaceptable. La realidad es la que es. Los romanos quitaban la efigie del emperador anterior y en la URSS borraban a Trotski en sus fotos al lado de Lenin. Eso es negar y falsear la historia. No puedo aceptar esas ideas de memoria histórica destructivas de memorias anteriores y de invención de memorias nuevas. Es la negación de mi oficio.