Resulta difícil etiquetar a un hombre de la talla de Román Gubern. En su currículum aparece escritor, ensayista, crítico guionista, catedrático de Comunicación Audiovisual. Pero todo se resume en una palabra: cinéfilo. Un hombre que ha sabido extender su curiosidad hasta el punto de reflexionar sobre el hecho cinematográfico y sobre el poder de la imagen. Esa sapiencia lo llevó a vivir en 1995 una exótica experiencia en el Vaticano: participar en la curiosa elaboración de las listas de mejores películas para el centenario del cine, y que ahora recuerda en Un cinéfilo en el Vaticano (Anagrama).
Un tema delicado, pues una vez discutidas y aceptadas, irían a parar a programadores culturales y cineclubs católicos. "Yo envié a la comisión una relación de títulos destinada al apartado 'valores espirituales'. Allí estaban los marxistas Pasolini y Juan Antonio Bardem con Teorema y Calle Mayor, el protestante Bergman con El silencio y cineastas asiáticos. Fue un desastre. De mi propuesta logró colarse un solo título, La estrada, de Fellini.
Pregunta. ¿Lo que más le dolió?
Respuesta. Que rechazaran a Kurosawa. Yo quería que entrara la cultura oriental a través de este grandísimo maestro. Sus películas no son cristianas, pero Vivir o Barbarroja son películas humanistas, y por tanto deberían merecer la atención eclesiástica. No hubo manera. No estaba en sintonía con el Vaticano.
P. A Buñuel también le costó entrar en el panteón cinematográfico vaticano...
R. Cuando presentó Nazarín en Cannes la oficina católica del cine discutió si darle o no darle un premio. No se lo dio porque Buñuel declaró a la prensa : "Gracias a Dios sigo siendo ateo". Años más tarde entraría en la lista bajo el epígrafe Valores religiosos.
P. ¿Cuál era realmente el interés del Vaticano por el cine?
R. Es un medio de comunicación y propaganda. Ten en cuenta que en el siglo XVIII ya creó la Congregación de la propagación de la fe a través de los misiones, por la tanto siempre han tenido una política de proselitismo, de apostolado muy activa y el cine forma parte de ese instrumento de comunicación, de captación de voluntades y de acercar a la gente la fe cristiana, la fe católica. 2001: una odisea del espacio les interesaba muchísimo. Era golosa para ellos porque hablaba del más allá, de la metafísica...
P. El papa polaco, Juan Pablo II, era un gran cinéfilo...
R. Tuvo un pasado como actor de teatro y le gustaba el cine. No como a Pío XII, que prohibió que se usara para propaganda religiosa. Lo consideraba un arte que había nacido bajo el estigma del pecado. Desde el primer momento fue sospechoso... Un invento que se ve en salas oscuras, con hombres y mujeres mezclados que rozan sus cuerpos, que habla de pasiones eróticas… era la bestia negra. Afortunadamente fueron apareciendo directores creyentes, y otros como Bergman que en El séptimo sello te hablan de la muerte, del infierno y lo recuperan como medio de seducción ideológica.
P. Y el cine se convirtió en uno de los mejores instrumentos de apostolado...
R. Lo intentaron, pero a veces no salió bien. Cuando Juan Pablo II viajó a la India, en el Vaticano se proyectó la película Gandhicomo una de las mejores formas de acercarse al país. Se publicó en todos los medios. Y aquel viaje resultó ser un fracaso por la torpeza del papa polaco. Llegó y anunció Urbi et orbe. ¡Cagada rock!, fatal. Y luego no hizo autocrítica del colonialismo, el gran pecado de occidente en la historia moderna.
P. Creo que la única vez que iba a tener una reunión con Wojtyla se anuló por una estrella de Hollywood...
R. Por Arnold Schwarzenegger, que venía en su condición de presidente de una liga antiviolencia en el cine (carcajadas). Pero era una gran propaganda mediática para el Vaticano. Además estaba casado con una Kennedy, católica, por lo que al papa les salía más a cuento recibir al grandullón que no a unos expertos en cinemateca vestidos de negro.
P. Hablemos del cine actual. ¿Cree que el cine asiático es el que más originalidad está ofreciendo?
R. El coreano es excepcional. Ahí está la multipremiada Parásitos, y el japonés. Lo conozco bien porque viví en Japón y creo que es un cine mal conocido en Occidente. Es otro universo, un museo de cosas raras. Hay por ejemplo todo un género de cine sadomasoquista. He visto en salas de cine a niños de 13 y 14 años aplaudiendo cuando veían a un tío colgado por los pies. Esto es imposible en el imaginario europeo.
P. En cuanto al cine español, hay quien dice que peca de victimismo y de falta de autocrítica.
R. Debemos creernos que junto a Francia e Italia, somos una potencia cinematográfica muy prestigiosa. Almodóvar es un fetiche cultural mundial, y antes que él lo fue Buñuel y Saura. Y ahí está Amenábar, por ejemplo. Mientras dure la guerra creo que es una gran película, absolutamente exportable.
P. Dolor y gloria acaba de arrasar en los premios Goya, ¿le gustó?
R. Es una película autorreflexiva en torno a la vida y los dolores de la vida y el cine autorreflexivo tiende a ser un poco narcisista.
P. Creo que a un cinéfilo no le puedo preguntar por la película de su vida porque tendrá cien...
R. Mi amor cinéfilo ha sido el cine negro americano. Los detectives, las vampiresas, el asfalto húmedo, el claroscuro, la luz del coche, la policía con la sirena… Eso me salvó de la depresión. Era un cine particularmente perverso, ese atractivo por el mal. En pleno franquismo podía soñar con un mundo de transgresiones que no podía alcanzar en el mundo real. Y también caí de rodillas, como toda mi generación, ante Brigitte Bardot y Dios creó a la mujer. Cuando vimos aquello quedamos boquiabiertos y empalmados.
P. Algunos directores consideran que las plataformas están poniendo en riesgo el cine tradicional
R. La televisión es hoy la que marca el paso. El cine lo hemos aprendido a ver en la soledad de una sala oscura. Había una especie de relación amorosa con la pantalla. Nuestras flaquezas, nuestras tristezas las superábamos viendo en pantalla grande a las actrices que nos gustaban. Nos masturbábamos pensando en ellas, como es canónico. Recuerdo a Terenci Moix cuando me contaba que su infancia la salvaron las películas de gladiadores, porque fantaseaba con sus cuerpos desnudos, embadurnados, llenos de aceite. Yo también viví el franquismo con toda su dureza y el cine fue el refugio de mi soledad y mis tristezas.
P. ¿1917 o El irlandés?
R. En 1917, e1917se plano secuencia digital, fastuoso, que dura toda la película te deja boquiabierto, no por lo que pasa, sino por la habilidad técnica. Eso produce asombro, no emoción. Y El irlandés me parece un monumento. Una biografía colectiva majestuosa.
P. Volviendo a Un cinéfilo en el Vaticano (Anagrama). Determinadas indiscreciones suyas sobre la elección del santo patrono del cine casi le valieron reprimendas inquisitoriales...
R. Había una terna compuesta por San Francisco de Asís, por ser el inventor del belén como espectáculo devoto, San Juan Bosco y San Maximiliano Kolbe que murió en el campo de concentración en Auschwitz. A raíz de mi indiscreción (se lo conté a una periodista) todo el mundo postulaba el suyo. La prensa italiana, en tono jocoso, llegó a proponer a la estrella porno Moana Pozzi. Evidentemente el tema quedó aparcado.
Para Román Gubern su etapa en Roma fue espléndida y golosa y contarla en este pequeño gran libro de apenas 119 páginas fue idea de su cuñado, el editor Jorge Herralde. Tuvo la satisfacción de haber sido el único seglar convocado para promulgar una suerte de canon cinematográfico. Y una decepción… no tuvo acceso a sus archivos para constatar si en aquellas catacumbas también se preservaban, en secreto, películas antirreligiosas. "No sé si el libro creará mal rollo en el Vaticano. Algunos se enfadarán y lo lamento profundamente. Pero la vida es así".