Han pasado cuatro años desde su última novela, pero la espera ha valido la pena. Ponerte enfrente de un hombre de esta envergadura física y mental, atemoriza. Quizá por ese gran historial de entrevistas boicoteadas, por su humor polémico, por ese temperamento, un tanto maleducado, que es tan legendario como su literatura. Pero parece que se ha aburrido de dar miedo, de asustar a periodistas y te gana en las distancias cortas. Porque este grandullón, a medio camino entre un marine y un motero hijo de la anarquía, es un genio. El mejor escritor de novela negra norteamericana.
James Ellroy (Los Ángeles, 1948) está en España -"uno de los mejores países del mundo", confiesa, exhibiendo exageradamente el pulgar hacia arriba- para hablarnos de su nueva novela, Esta tormenta, donde nos ofrece otra grandiosa visión de Los Ángeles en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. La segunda entrega de su ambicioso segundo Cuarteto de Los Ángeles, que comenzó con Perfidia. Una novela de 675 páginas que no es una novela, es todo un mundo, un universo. "Me gustan las cosas grandes. Las grandes obras de arte, las películas largas, las largas sinfonías; y me encanta recrear la historia de mi ciudad, Los Ángeles, y de mi país, Estados Unidos. Todo me gusta a gran escala”.
La acción de Esta tormenta arranca el 31 de diciembre de 1941. Ha estallado Pearl Harbor y todos viven aún sumidos en un shock, pero Los Ángeles está en manos de ventajistas y corsarios, de policías corruptos. El populismo está en auge y el país engendra lo peor de cada casa, dispuestos a hacer negocios a costa de las diferencias raciales. “Están los fascistas, los comunistas, los sinarquistas, los grandes jefes fascistas como Salvador (Santiago) Abascal. Tipos malvados que quieren hacer saltar el mundo en pedazos. Creo que es uno de los libros más apasionados que nunca se hayan escrito en EEUU. Son mi gran tema. Los hombres malos enamorados de mujeres fuertes”.
Pregunta. ¿Por qué siente tanta empatía por los hombres detestables, peligrosos, seres comprables… sobornables?
Respuesta. Son mis tipos. Son el tipo de gente, de personajes, que yo entiendo. Y además te diría que no hay ningún escritor en el mundo que los comprenda tan bien como yo. Porque me gusta la policía corrupta, me importa un comino si son malvados, si reciben sobornos o son proxenetas. Es la gente que me interesa. Soy estadounidense, por lo que adoro las armas, las invasiones, me encantan los políticos corruptos y me gustan las putas. ¡Ah! Y los perros.
En Esta tormenta vuelve a poner su talento al servicio de los lectores. Con un ritmo endiablado y con un estilo implacable e impecable volvemos a callejear por los bajos fondos de una ciudad donde nos encontramos de nuevo con Dudley Smith que, en tiempos de guerra, trabaja para el Servicio de Inteligencia. Un villano malvado que ahora es un racista y adicto al opio. O con el sargento Elmer Jackson, un recadero del jefe de policía, que prostituye a sus mujeres y a quien esta vez Ellroy le imprime algo de compasión. En definitiva, tipos que, le pregunto al autor, difícilmente puedan darnos alguna lección de vida. “Sí, sí que te la dan. Todo malas enseñanzas, muy malas. Pero son parte de esta vida. Un personaje, como Dudley Smith, un fascista, malo hasta la médula, te enseña que sólo tiene un amigo en el mundo. Que es japonés y además homosexual, a los que en el fondo aborrece. Somos complejos, tenemos relaciones complejas y en el corazón de Esta tormenta habita gente que está mal de la cabeza, con ideologías desquiciadas, pero te ayudan a ponerte en guardia".
Desde los 10 años, Ellroy arrastra un calvario personal a raíz del brutal asesinato de su madre,“la bella pelirroja”, como la llama. Muerta en un descampado, estrangulada y violada. Un crimen no resuelto que intentó exorcizar en su biografía Mis rincones oscuros y que te ayuda a comprender cómo aquel niño llegaría a escribir algunas de los más brutales historias de la literatura norteamericana.
P. La desaparición de su madre, la bella pelirroja, es la clave para entender su vida y sus libros.
R. Sí lo es, pero no es el final ni se ha apoderado de mi vida. La explicación de la vida de una persona no puede ser 'esto me ocurrió, esto me hicieron', porque entonces uno sólo es una especie de reacción a las cosas. Uno sólo es víctima. Digamos que en muchos aspectos este libro es la despedida de mi madre. ¡Una diosa, mi madre! Ha sido la figura en la sombra. El personaje de Joan Conville es ella. Una mujer alta, pelirroja, de la marina. ¡By, MOM!
P. Los pensamientos de Kay Lake, los de Joan Conville... Son personajes poderosos. Algunos ya aparecieron en La dalia negra. Pero parece que nunca ha tenido el favor de las feministas. ¿Qué opina de movimientos como el #MeToo?
R. Me importan un bledo. Que Dios las bendiga. Buena suerte. Si la gente piensa hoy en día que tiene que haber una paridad, me importa un carajo. Te voy a decir una cosa: el mundo actual se lo dejo a los periodistas, a los críticos. Son ellos los que tienen que establecer las conexiones. No quiero hablar del muro, no quiero hablar de Trump. No entro ni participo de ninguna manera en el mundo digital. Yo me quedé en 1942. Había teléfonos, había radios, había teletipos. Eso sí lo entiendo. Vivo en los años de mis libros.
Y se regodea y vanagloria de su aislamiento. Asegura que nunca ha tocado un ordenador. Sigue escribiendo a mano y guarda cada manuscrito para dejar un legado de su talento. ”No entiendo a la gente del mundo actual, cómo funciona. No me gusta nada entrar en un restaurante y ver cómo están con la cabeza metida en un aparatito pequeño, absortos. No hablan… Están buscando algo, no sé, su siguiente cita sexual. ¡Qué cosa tan rara!
A pesar de esa nueva pátina de hombre reflexivo y pacífico, amansado seguramente por el jet lag (viene de Denver, Colorado), que intenta paliar con hamburguesas, coca cola y café, descubrimos a un socarrón y a un egocéntrico. ”Creo que los líderes mundiales deberían leer mis libros y hablar de ellos. Así vendería más. Putin. por ejemplo. Mis libros no se publican en Rusia. Sería genial”.
P. ¿Un escritor tiene que ser un narcisista?
R. Rotundamente sí. Uno tiene que pensar que el mundo empieza y acaba en uno mismo, y que sabe más que los demás. Es fundamental tener esa confianza.
No hay tiempo para hablar de música. Le obsesiona Beethoven. “Engendra evocación”, dice. Nos despedimos con una frase que aquí los medios de comunicación utilizan para definirlo. “Un escritor de derechas que fascina a las izquierdas”
P. ¿Le define esta descripción?
R. ¿Eso dicen de mí? Bueno, mientras sirva para que me lean más personas y venda más libros… ¡Que Dios os bendiga!
Tras esta conversación en armonía le doy las gracias porque no me he encontrado con el azote de los periodistas, sino casi, casi, con Bambi. Y se ríe. Definitivamente es el jet lag.