El día que le mataron, el médico Héctor Abad llevaba en el bolsillo -junto a la lista de personas amenazadas que incluía su nombre- un poema de Borges copiado a mano. "Ya somos el olvido que seremos", decía uno de los versos. Su hijo Héctor Abad Faciolince (Colombia, 1958) -que entonces tenía 27 años- tardó mucho tiempo en poder escribir la extraordinaria historia de su padre, ese defensor de los derechos humanos asesinado a tiros por paramilitares en la convulsa Medellín de finales de los ochenta.
Ese aplaudido libro –El olvido que seremos (2006)- es ahora una película dirigida por el español Fernando Trueba que opta al Goya a la mejor cinta Iberoamericana en la gala de este sábado (también es la candidata de Colombia a los Oscar). Y eso que cuando a Trueba le ofrecieron hacerla se negó; le gustaba tanto el libro -solía regalarlo- que aquello le parecía imposible.
El escritor Héctor Abad Faciolince habla con NIUS por videoconferencia desde su casa, en Medellín, días antes de la gala. En una magnífica biblioteca, rodeado de libros, asoma un gran conversador. Este sábado de premios Goya, él cocinará "un arroz de Mallorca colombianizado" para sus hijos.
Pregunta: Fernando Trueba fue valiente...
Respuesta: Dos veces se negó a hacer la película (ríe). Cuando finalmente dijo sí, David Trueba (su hermano) escribió el guión. Yo estuve dos meses sin ser capaz de abrir el archivo. Quería que me gustara, yo también tenía pánico. Finalmente, una mañana lo leí y ¡ah! respiré tranquilo. Me gustó mucho. Javier Cámara no estaba seguro de querer interpretar a un colombiano. Pero cuando todos accedieron, el matrimonio salió perfectamente.
P: ¿Es cierto que fue usted el que propuso a Javier Cámara para el papel de su padre?
R: En un primer correo que le envíe a Fernando Trueba (en el que él me contestó que no a la película), yo le hablé de Javier Cámara porque se me parecía físicamente a mi papá y porque tiene un espíritu de alegría que me encanta.
P: ¿Qué sintió cuando vio por primera vez esa película sobre su familia?
R: Fue en Madrid, en el estudio de montaje, y fue una cosa muy fuerte, me quedé en shock. La vi como con una cortina de lágrimas, aunque no sentía que lloraba. Estaba apabullado. La segunda vez fue con mi mamá y otros familiares; y ya la pude ver tranquilo, no como algo de mis entrañas sino como algo que estaba fuera de mí.
P: Tras lidiar con el desasosiego de saldar la deuda pendiente de escribir esa historia, ¿ha conseguido descansar al fin?
R: No sé si descansar es la palabra. Para mí los libros son como un embarazo muy, muy largo. Están ahí dentro de mí, como dándome golpecitos en la barriga y en la cabeza durante mucho tiempo. A veces uno desaparece, lo aborto, o se aborta solo. Otro insiste, insiste, insiste: quiere vivir, quiere vivir… En El olvido... la gestación era más difícil porque era muy doloroso. Sentía que tenía que estar preparado psicológicamente para parir ese hijo.
P: Su padre, dice, "odiaba que no tuviéramos conciencia social, ni entendiéramos el país en el que vivíamos". ¿Ha conseguido entenderlo, a Colombia?
R: (Resopla y ríe). Difícil... Yo creo que mi papá tenía -y nos trató de inculcar- mucha compasión y preocupación por los problemas del país. Creía que con la acción política se podían mejorar. Yo soy más escéptico. Pienso que un buen político lo que puede hacer realmente es no hacer mucho daño, no joderle la vida a demasiada gente, no arruinar al país, no destrozarlo. Pero hacer mucho bien... no creo que puedan. Creo que pueden dejar que ese país saque lo mejor de sí (sus científicos, médicos, futbolistas, artistas... dejándoles trabajar en paz). Creo en la capacidad de hacer daño de la política. Desconfío del activismo en el que él confiaba, en ese sentido no soy igual que él. Pero una de las cosas que me enseñó es a no ser igual a nadie, sino a querer ser yo mismo
P. Quizá no ha conseguido entenderlo, pero sí retratarlo. Carlos Gaviria le dijo: "Un libro así hace comprender mejor la historia de Colombia que diez tratados de Sociología".
R: No he tratado de contar la historia de Colombia, sino cómo la historia con minúsculas se ha metido a la fuerza en mis amigos, mi familia. Tal vez es la labor de un historiador con mayúscula, de un sociólogo, entender las constantes, las taras de un país. Un novelista es más un notario de pequeños detalles privados donde se cuela, a veces, la historia. La historia de ese país irremediablemente te toca. Pero cuando menos te toca es lo mejor (ríe), porque entonces estás viviendo tu vida.
P: De Medellín ha escrito: "Me atrae como una mujer fatal, como la muerte al suicida". ¿Cómo es hoy su relación con Colombia?
R: Las relaciones con el propio país son como las relaciones con la propia familia, que te duelen mucho, te importan mucho. Yo cuando voy a otro país con iguales problemas, o peores, me siento mucho mejor. Las brutalidades de los políticos no me indignan tanto, la violencia me toca pero no me estremece tanto. Si se alcoholiza el hijo de un conocido no es como si es el tuyo el que se vuelve drogadicto.
Lo que quiero es que este país me deje descansar, es tan duro... A veces -como ahora que estoy escribiendo otra novela- trato de vivir como en un exilio interior, no estar tan pendiente de las redes, la televisión... Creo que hay grandes escritores exiliados. Ovidio escribió sus Tristes desde el exilio, García Márquez escribió lo mejor de su obra en México... A veces me dan muchas ganas de vivir en España, lo bueno de vivir allí es que me importa menos (risas).
P: ¿Cuál es su diagnóstico sobre su país?
R: Aguirre, el exiliado a quien me encuentro en Madrid que se parece a Alberti, era muy duro con Colombia pero tenía nostalgia y volvió. Él solía decir que una cosa rara es que vinieron conquistadores europeos que tienen un queso buenísimo, pero aquí no sabemos hacerlo. Decía: ¡Qué se puede esperar de un país que no produce queso sino quesito!". (Risas).
Medellín tuvo tres alcaldes buenísimos que estaban disminuyendo las tasas de violencia y corrupción. Y ahora eligieron a uno que está haciendo actos indecentes en nuestras propias narices. Es como si la historia volviera a repetirse. Tenemos unas constantes muy tristes. Hubo algunos conquistadores que pensaban que los problemas se resolvían si mataban a los indios. Hay un cierto tipo de político colombiano que sigue creyendo que los problemas se resuelven exterminando (a una clase social, a un grupo étnico, a un grupo armado...). Esa constante no nos la hemos podido sacar de encima.
P: Su hija Daniela Abad, como cineasta, también ha contado las historias de sus abuelos paterno y materno…
R: Sí, son dos historias antagónicas y complementarias. Lo que más me gusta de mi vida son los hijos que tengo. En la Biblia está escrito que "por sus frutos los conoceréis". A veces es un poco injusto juzgar a cierta gente por sus hijos. Pero si a mí me juzgaran por mis hijos, yo estaría salvado.
R: ¿Qué enseñanza de su padre persiste por encima de todo?
R: Creo que algo que él no me dijo con palabras y es: deja de ti un buen recuerdo. Con el paso del tiempo cada vez me doy más cuenta de que mi papá vivió su vida de una manera que le permitiera dejar un buen recuerdo de su paso por la tierra. Esa enseñanza es la que quisiera también practicar.
P: Sus diarios -Lo que fue presente- fueron publicados aquí en el año de la pandemia.
R: Es un libro con muy mala suerte. En Colombia todas las veces que intentamos presentarlo hubo un paro nacional. Pero uno de mis mejores amigos, el productor de la película El olvido que seremos, Gonzalo Córdoba, dice que soy el tipo con más suerte porque no conviene que se lean mis diarios, así no se dan cuenta de la persona abominable que llegué a ser (risas).
P: Usted encarna una historia de resiliencia, ¿cree que aprenderemos algo de esta pandemia?
R: Esa la encarna sobre todo mi mamá que tiene 95 años: se le murió una hija (con 16 años), le mataron al marido, quedó huérfana de padre a los cuatro años. Y es una mujer de un entusiasmo y una alegría infinita. La resiliencia la hemos aprendido de ella. Está esperando la vacuna porque tiene una ganas inmensas de vivir. El año pasado decía que no se quería morir porque quería ver la película. Ya la vio. Siempre tiene montones de motivos para no morirse. Ella es muy creyente, yo le digo: "Mami, pero si vas a ir al cielo, el paraíso". Y ella me dice: "Sí, pero mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer". Tiene mucho sentido del humor.
P: Con la pandemia y las recomendaciones de extremar la higiene, ¿se ha acordado de aquel médico -su padre- que luchaba por llevar el agua potable y las vacunas a los barrios más pobres?
R: Claro, me he acordado mucho, y eso es muy bonito. Cuando vean la película van a creer que se rodó después. Hay una escena en que el papá enseña al niño a lavarse las manos cantando una canción. Pero eso se rodó antes de la pandemia, en 2019.
P: En sus diarios habla de cierta compulsión al lavarse las manos...
R: Los psicoanalistas ven eso mal, creen que es un complejo de culpa (risas). De tanto lavarme las manos se me borraron las huellas digitales. Una vez fui a escribir una crónica en una cárcel y no me dejaron entrar porque tenía que poner la huella digital.
P: Ahora, ¿aún sigue "escribiendo para alguien que no puede leerle"?
R: Cada libro, de alguna manera, es para alguien que no lo puede leer. Lo que estoy escribiendo ahora es uno de esos embarazos largos. Yo he sido anticlerical, ateo, pero tengo en mi historia un cura bueno que vuelve a mi memoria. No sé si lo estoy escribiendo para él, pero sí para que él no se olvide del todo. Cuando me enfermé del corazón hace dos años (él murió del corazón) empecé a pensar en él con más intensidad. Recordar es pasar por el corazón; yo estoy pasando por el corazón el recuerdo de este cura bueno. Lo estoy escribiendo como forma de combatir su muerte y mi propia muerte.
P: ¿A qué tiene miedo?
R: No a morirme, no a cosas que me pasen a mí. Tengo miedo a que alguien a quien quiero le pase algo. He tenido la experiencia de que, de pronto, te puede caer un guillotinazo y te jode la vida. En este momento siento que todo está bastante bien. Le tengo miedo a sufrir intensamente otra vez.
Abad Faciolince es generoso en sus respuestas. Cuando le pedimos que elija palabras que le gustan, las busca a su alrededor. Va de acá para allá y nos muestra las elegidas. Tijeras, tintero, pisapapeles ("para que no se les lleve el viento"), diccionario, anteojos, pupitre, libreta. También guaca o huaca (tumba indígena u objeto que se encuentra en ese sepulcro) y huracán.
Nos habla de que "un libro es una lucha contra el olvido y contra la muerte". Y reivindica el efecto curativo, paliativo, de la lectura y la música: "Decía Pascal que cuando uno se pone a reflexionar sobre sí mismo lo que encuentra es la miseria de la propia vida y la expectativa de la muerte. Entonces, la gente prefiere distraerse como sea. Pero creo que es mejor distraerse leyendo, escribiendo o tocando y escuchando música... Creo que es más benéfico eso que estar viendo todo el tiempo las redes sociales. No porque sea anticuado, yo también las tengo, sino porque Instagram, WhatsApp, Twitter... pasan demasiado por nosotros mismos, por los likes que haya. Lo bueno de la lectura o de la música es que te sacan de ti".