Fatima Daas -que no es ni real ni inventada, sino un alter ego de la autora con un nombre falso- escribió como terapia. En realidad, después de recibirla decidió transformar en palabras todo lo que tanto le había costado digerir sobre sí misma. Pero no pensó que la pequeña historia de Fatima Daas fuera a convertirse en algo mucho más grande: en un símbolo, aunque ella no se sienta así, y en un debate no por necesario menos doloroso. La joven escritora ha sido objeto de furibundas críticas, sobre todo de la comunidad LGTBI, por ser lesbiana y musulmana. Siempre entre dos aguas, siempre incomprendida, esta hija de emigrantes argelinos, criada en barriadas pobres de las afueras de París, ha puesto el dedo en la llaga de esa Francia que presume de multicultural pero a la que aún le queda mucho por avanzar.
Como ella, hay muchas Fatimas que no se sienten representadas por nadie, que no pertenecen a ningún sitio y se encuentran solas. O se encontraban solas hasta ahora, porque su libro ya ha ayudado a muchas jóvenes a autoaceptarse, y también a muchas madres a aceptar a sus hijas. Como le pasó a esa madre católica que fue a verla a una pequeña librería de París para decirle que su hija es lesbiana y que no podía asumirlo, que no podía. Llorando, la mujer terminó comprando su libro, y aceptando la sexualidad de su hija. Solo por una historia así Fatima dice que ha merecido la pena contar la suya propia, ficcionada. La hija pequeña (de la editorial Cabaret Voltaire) es la historia de una joven que no ha salido del armario con sus padres -su padre es analfabeto y su madre no ha leído el libro- pero que abre al mundo su identidad. Porque Fatima no quiere renunciar a su fe islámica ni a su sexualidad, y contando esa dualidad se ha convertido en la gran revelación del panorama literario francés con un debut que ha sido un auténtico fenómeno superventas en Francia.
Pregunta. ¿Quién es Fatima Daas?
Respuesta. Es un personaje de ficción que he creado: una joven francesa de origen argelino, musulmana y lesbiana, que obtiene buenos resultados pero a la vez es rebelde. Así que es un personaje pero también es la persona que yo encarno.
P. Y, si no quiere dar a conocer del todo su nombre, ¿por qué aparecer a cara descubierta, contando tantas cosas personales?
R. Porque no me quiero esconder de mis lectores. Quiero hablar con ellos, mostrarme como soy, debatir con ellos. El libro es realidad ficcionada, y Fatima es parte de mí misma y a la vez otra persona. Pero la historia que cuento tengo que defenderla yo.
P. Desde luego, el debate que ha abierto en Francia la ha llevado a tener que defenderse en alguna ocasión. ¿Quién la ha criticado más, la comunidad musulmana o la LGTBI?
R. Públicamente la LGTBI, he recibido ataques muy furibundos, muchos señalamientos por tener fe: "¿Cómo puedes pertenecer a una religión que considera tu identidad pecado?", me decían. La comunidad musulmana no me ha criticado abiertamente pero porque es un tema tan tabú que ni siquiera se habla.
P. De hecho, es algo que no habla ni con sus padres. ¿Cuánto le ha costado aceptar su sexualidad y reconocerse creyente?
R. No sabría decir exactamente cuánto tiempo, pero sí que me ha costado mucho, la adolescencia fue una etapa muy difícil. Sin embargo, poco a poco he ido formándome mi propia identidad, a lo que ha ayudado también que hice terapia. Gracias a ella también me he dado cuenta de que no puedo obligar a mis padres a afrontarlo. Mi padre es analfabeto, no puede leer el libro. Y mi madre sabe que he publicado una historia y que me va muy bien, pero no lo ha leído tampoco. Y yo voy a respetar eso.
P. Dice que la terapia la ha ayudado. ¿Cree que su libro puede ayudar a otras Fatimas?
R. Espero que sí. Yo me he sentido muy sola: era hija de emigrantes, musulmana, lesbiana, de barrio pobre... Es difícil. Por eso tampoco quería esconderme a pesar de no dar mi nombre, porque yo no he tenido referentes, no me sentía parte de nada. Y este libro, me consta, ha llegado a mucha gente que se ha sentido acompañada por mi historia. Es lo mejor que tiene todo esto.
P. Todo esto, como dice, es en realidad un debate que la ha convertido prácticamente en un símbolo. ¿Cómo lo lleva?
R. Yo nunca he querido ser un símbolo, yo solamente quería contar mi pequeña historia. Pero ahora cada cosa que digo se interpreta como la opinión de los hijos de emigrantes, las lesbianas, los jóvenes de las banlieus... Y no es así. Es mucha responsabilidad, mucho peso. Está bien hablar de estas cosas, abrir el debate de la integración en Francia, de la fe y la homosexualidad, pero dentro de esos colectivos somos muchas personas y yo no represento a todas.
Todo en Fatima Daas puede resultar difícil de comprender, o de encajar, para este mundo polarizado. Tiene el aspecto de una joven francesa cualquiera, pero en ese estereotipo desentonan su gruesa cadena, todos sus anillos y su chaqueta de chándal. Es musulmana y reza todas las veces que toca al día pero no lleva velo. A sus 26 años, ha dado como pocos en la tecla de la sociedad francesa, esa en la que las segundas generaciones de inmigrantes reclaman más espacio social mientras se redefine el feminismo y la comunidad LGTBI, mezclado con un auge de la derecha que inunda toda Europa. En medio de todo eso Fatima Daas habla suave pero enérgica, y recuerda con su sola presencia que una persona no es solo una cosa, y que los esquemas, casi siempre, están para saltárselos.