Prácticamente todos los días se está posponiendo o cancelando un festival de música, una gira mundial o un pequeño concierto. Aunque los promotores, los organizadores y los artistas intentan aguantar todo lo posible, el calendario se les echa encima y no tienen más remedio que tomar una decisión. Mientras, los asistentes, con su entrada comprada o su abono adquirido desde hace tiempo, reclaman noticias. Y es que para muchos el dinero gastado va más allá del poder asistir al evento puesto que necesitan de un desplazamiento y un alojamiento.
En el caso de España, la línea roja parece encontrarse ahora en julio, mes en el que todavía se mantienen grandes festivales como Mad Cool, Bilbao BBK Live, Resurrection Fest, FIB o Low. Casi todos los que se tendrían que celebrar desde ahora y hasta entonces ya han tomado una postura, como es por ejemplo el caso del Primavera Sound, que ha pasado de junio a finales de agosto. En el ámbito internacional, Coachella ha quedado aplazado a octubre y Glastonbury se celebrará ya el próximo año.
El director del Hellfest francés, Ben Barbaud, ha explicado en una entrevista a 'Ouest-France' muchas cuestiones que, en mayor o menor medida, afectan a todos los festivales. En primer lugar, se trata de un problema económico en el que entran en juego las aseguradoras. "Es el Estado el que debe posicionarse para detener esta hemorragia", apunta.
Para un festival del tamaño del Hellfest, que esperaba reunir a 60.000 personas por día entre el 19 y el 21 de junio en la localidad francesa de Clisson, las pérdidas por la inactividad ascienden ya a dos millones de euros. Asegura entonces Barbaud que su intención es que quienes tengan entradas y abonos para la edición de este año puedan usarlos en 2021.
Revela también que a finales de 2019, antes de que apareciera el coronavirus en China, firmaron por 200.000 euros una extensión del seguro del festival que les cubre contra las pandemias, pero ahora surgen los típicos desacuerdos con la letra pequeña del contrato.
Cada festival hará lo que quiera o sobre todo lo que pueda, pero recién comenzado abril pocos apuestan por recuperar la normalidad en verano. Y es que no se sabe cómo evolucionará la pandemia del COVID-19. Aplazar un festival a pocos meses vista parece arriesgado porque aunque en otoño, en el mejor de los casos, ya se puedan celebrar grandes eventos, el miedo de los artistas y del público también puede provocar una retirada en masa.
Y para preparar un gran festival se necesitan meses de trabajo a pleno rendimiento con miles de personas contratadas. El futuro es incierto para todos y, claro está, también para el mundo de la música.