Madrid recorre las páginas de sus libros como su memoria transita por esas calles. No era difícil cruzarse con Almudena Grandes por los alrededores de esa Glorieta de Bilbao que para ella era "el verdadero centro de la ciudad". Cerca de la calle con nombre de escritor, Larra, en la que vivía. De la calle Churruca en la que pasó parte de su infancia. De la calle Fuencarral en la que habitaron sus abuelos. Castiza, del barrio, del Atleti. Y, como la buena literatura, universal.
Una calle llevará su nombre. Pero no será designada Hija Predilecta. Ni bautizará el paseo del Retiro en el que se celebra la Feria del Libro. PP, Cs y Vox han votado en contra. Almudena Grandes ha muerto -a los 61 años- un siglo después que su admirado Benito Pérez Galdós. Y, sin embargo, qué poco hemos cambiado… habiendo cambiado tanto.
Lo de ahora recuerda a aquello. Cuando el autor de los Episodios Nacionales -en los que ella se inspiró para sus Episodios de una Guerra Interminable- fue propuesto para el premio Nobel de Literatura (la primera vez, en 1912). Desde sectores conservadores españoles se desató, entonces, una furibunda campaña contra la candidatura del escritor republicano. A Estocolmo llegaban cartas denostándole, pidiendo que no se le concediese el galardón. Aquel boicot desde su propio país dejó perpleja a la Academia Sueca, que apoyaba la candidatura de Galdós.
El sabotaje implicó, además, impulsar una propuesta alternativa, la del santanderino Marcelino Menéndez Pelayo. Ninguno de los dos se llevó el Nobel. Solo triunfó el sectarismo. Aunque de este proceder patrio, podemos aferrarnos a la lección de sus protagonistas. Pese a estar en las antípodas ideológicas, Galdós y Menéndez Pelayo eran amigos, se respetaban, y la controversia no enturbió su relación.
Hace años, en una conferencia en Santander, precisamente en la Universidad Menéndez Pelayo, Almudena expresaba sentirse contenta de estar allí, tan cerca de la casa en la que Galdós -canario de nacimiento, madrileño de adopción- pasaba sus veranos. Habló muchas veces de lo que él significó para ella. En un artículo en El País, publicado en 2018 (¡Viva Galdós!), contaba cómo lo descubrió a los 15 años y cómo esa avidez de no poder parar de leerle era "el único rasgo" que conservaba de la adolescencia.
"Ahora sé que don Benito tenía un plan para mí", decía. Ese plan la llevó a concebir el ambicioso proyecto de sus Episodios, y la hizo valedora del Premio Nacional de Narrativa 2018 con Los pacientes del doctor García.
Almudena Grandes explicaba cómo Galdós le enseñó a contar la historia desde abajo, desde el ángulo de la gente de a pie; o a "construir novelas como casas", con una sólida estructura. Un andamiaje que es reflejo del trabajo, de la tenacidad con la que se entregó a la literatura. Quienes la conocieron han hablado estos días de esa disciplina espartana, infatigable en su compromiso con la escritura.
Del trazado de esos mapas emocionales podemos hablar sus muchos lectores. Como punto de partida, Las edades de Lulú, que ganó el Premio La Sonrisa Vertical de narrativa erótica (1989) y que nos hizo querer seguir leyéndola durante más de tres décadas. Desde Te llamaré Viernes, Malena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana, Los aires difíciles o El corazón helado… hasta sus Episodios de postguerra (de Inés y la Alegría a La madre de Frankenstein o ese último Mariano en el Bidasoa que quedaría en el tintero).
Siguió escribiendo hasta el final. Como don Benito, quien ciego, y a punto de morir, aún pedía que le llevaran a su escritorio.
Más allá de la corta mirada, de polémicas partidistas o del silencio, serán su obra y su nombre los que trasciendan. Y su recuerdo el que seguirá flaneando por las calles de Madrid. Por lo demás, ya lo dijo ella: "Es un error pensar que la memoria tiene que ver solo con el pasado. Tiene que ver con el presente y con el futuro, porque si no sabemos de dónde venimos no podremos saber quiénes no queremos ser ni a quién nos queremos parecer".