Entre los años 50 y 60 en Hollywood, había un grupo de actores y cantantes famosos, en el pico de su carrera, que eran célebres en la prensa por las juergas que se corrían y las continuas fiestas a las que asistían. Pero, más allá de su 'mala' fama, su plus era ser talentosos y con una carrera fulgurante. Hablamos del famoso Rat Pack, que en los 50 estaba organizado en torno a Humphrey Bogart y, en los 60, en torno a Frank Sinatra. Esta segunda formación, si pudiéramos llamarla así, fue la más relevante y famosa, e incluso llegó a ser relevante en círculos políticos. Sobre todo porque uno de sus integrantes, Peter Lawford, era cuñado de John F. Kennedy.

Sus miembros eran Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford, Joey Bishop y el propio Sinatra. Trabajaban juntos en películas, espectáculos, conciertos y continuamente salían juntos de fiesta. Dicen las malas lenguas que fue Lauren Bacall, esposa de Bogart, la que puso el nombre de Rat Pack al ver a su marido volver una noche borracho como una cuba junto con sus compañeros de juergas. "You look like a goddamn rat pack” (“Parecéis una maldita pandilla de ratas”). La popularidad del grupo decayó a finales de los sesenta, aunque sus integrantes siguieron teniendo carreras muy importantes en el mundo del espectáculo. Hasta que llegaron los 80, y un nuevo grupo de jóvenes alocados que buscaban comerse el mundo y que, además, tenían un talento prometedor, nos retrotrajeron a esa época dorada de Hollywood. Hablamos del conocido como el Brat Pack.

Nos encontrábamos en la década dorada del cine juvenil. Un cambio de paradigma que llegó con auténticas obras de culto como ‘El club de los cinco’, ‘St. Elmo, punto de encuentro’, ‘La chica de rosa’ o ‘Rebeldes’. Propiciadas por el director y guionista John Hughes, Joel Schumacher o Howard Deutch, eran películas coming of age, protagonizadas por jóvenes guapos y talentosos. Poco a poco, los protagonistas de dichas películas llevaron su amistad fuera de las pantallas y, al igual que el famoso Rat Pack, sus fiestas y su estilo de vida eran parte de ese aura de magnetismo juvenil que les convirtió en auténticos ídolos entre los adolescentes de la época. Estamos hablando de Emilio Estévez, Anthony Michael Hall, Rob Lowe, Andrew McCarthy, Demi Moore, Judd Nelson, Molly Ringwald , Ally Sheedy y Mare Winningham.

Para ser parte del grupo tenías que haber aparecido en alguna de esas películas. Sobre todo ‘El club de los cinco’ o ‘St. Elmo, punto de encuentro’. La prensa incluyó a otros miembros honorarios por el camino, como Matthew Broderick, Andie McDowell o Robert Downey Jr. Pero no formaban parte activa de ese selecto club que vivía al límite y buscaba ser siempre joven. Sus carreras estaban en lo más alto. Sus groupies se contaban por cientos… Hasta que llevó un fatídico artículo del periodista David Blum para la revista New York. Dicho artículo iba a ser una entrevista a Emilio Estévez, pero este decidió invitar al periodista a una de sus noches de juerga con Judd Nelson y Rob Lowe. Ese fue el mayor error.

Blum vio de cerca lo que eran esas estrellas juveniles (abuso de sustancias, juergas sin fin, alcohol…) y los bautizó como “una pandilla de mocosos”. Es decir, “brat pack”. Un apelativo tan caricaturesco que se convirtió en una bomba de relojería para la carrera de todos ellos. "Odié ese maldito nombre durante años" dice Rob Lowe en el documental ‘Brats: las jóvenes estrellas de los 80’. Antes de ese articulo, la gente les veía como un grupo de actores algo descontrolados pero talentosos y con un futuro prometedor. Pero, tras su publicación, empezaron a verles precisamente como esos mocosos que se creían mejor que los demás. Su imagen se vio tan dañada que incluso dejaron de trabajar juntos.

“Todo se detuvo después de ese artículo. Seguimos trabajando, pero todos teníamos esa sensación de estar en estado de shock. Y ese sentimiento extraño me invadía cada vez que encaraba una audición. Parecía que, simplemente las vidas, las experiencias y el trabajo de todos serían descartados”, explica Ally Sheedy en el documental.

“Hacen películas importantes con grandes directores y consiguen grandes contratos y limusinas. Tienen agentes de primer nivel y (...) legiones de fans que les escriben cartas, les invitan a bebidas y los siguen a casa. Y, lo más importante, venden muchas entradas de cine. Sus películas suelen ser grandes éxitos, y cuanto mayor es el éxito, más dinero ganan, y cuanto más dinero ganan, más estrellas se vuelven”. Así les describía Blum en su artículo. Esa perspectiva les desacreditó por completo y sus carreras se fueron apagando casi tan rápido como habían despegado. Hoy en día, la única que pudo mantener su estatus de estrella, y que llega hasta nuestros días, es Demi Moore que, por aquel entonces, tuvo que sobreponerse a un problema de adicción al alcohol y a las drogas. Otros no tuvieron tanta suerte, y vieron cómo su prometedora carrera llegaba a su fin, simplemente por el juicio de una sociedad teledirigida a amarlos primero, y a odiarlos después.

“Lo que realmente me molestó fue que nos retrataba como personas que no estaban muy interesados en hacer nuestro trabajo, sino en hacernos famosos y divertirnos. Eso me ofendió. Sentí que teníamos que reposicionarnos o alejarnos de esa imagen. En la industria no lo percibieron como un cumplido”. Así lo vivió Andrew McCarthy y, aunque ese sobrenombre al final ha perdurado en el tiempo y les ha devuelto al lugar que se merecen, les hizo más daño que bien, a una generación de intérpretes que cambiaron Hollywood, y que estuvieron a punto de asaltar los cielos. 

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