Ochocientas cuarenta y dos páginas: ningún volumen sobre sesenta años del rock español ha abarcado tanto como el libro que Javier (Jerry) Corral ha escrito sobre un movimiento musical mucho más breve (menos de una década) y geográficamente limitado, como el rock radical vasco. 'Fiesta y rebeldía' es el título de este monumental trabajo en el que el veterano periodista ha entrevistado a 71 personajes para plasmar qué fue aquel fenómeno, sus orígenes, su relativo esplendor, la influencia en él de las drogas y su rápido ocaso.
Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de rock radical vasco? De una hornada de bandas surgidas en Euskadi a principios de los ochenta que, inspiradas por el punk rock, vomitaron en sus letras la rabia de una generación, a menudo vinculada a la esfera social o política. Bandas como Kortatu, Hertzaniak, M.C.D., Cicatriz, Eskorbuto, La Polla Records… El propio término, acuñado en octubre de 1983 tras un acto antimilitarista en Tudela, en la Ribera Navarra, define bien lo que englobaba: era rock, era radical y era vasco.
Acontecimientos musicales y sociopolíticos convergieron en el tiempo y contribuyeron a que en varias poblaciones del País Vasco brotaran grupos que escupían ira con guitarras. “El punk llega a Euskadi con un poco de retraso pero con mucha fuerza”, explica Jerry. “En 1979 empiezan a aparecer las primeras bandas de punk, que creó una brecha generacional muy grande. Los discos los ordenábamos según si eran anteriores o posteriores al punk. ¿Habría existido algo similar sin el punk? Difícilmente, aunque no era el único estilo que seguían estas bandas”.
“Por otro lado —añade—, tras la muerte de Franco y las primeras elecciones se dan unas circunstancias muy particulares. El País Vasco se siente especialmente perjudicado porque su cultura y su idioma han sido ninguneados, incluso perseguidos, y hay una concentración política más grande que en otras zonas, tanto por ese asunto identitario como porque Euskadi siempre ha estado de avanzadilla de las cuestiones sociales. Esas son las dos grandes vertientes. Era tanto un fenómeno musical como social. El contexto social es difícil que se repita en muchos años”.
Aquellos primeros ochenta eran prolijos en convulsiones musicales. En Madrid se forjó la movida, pero también en Vigo, y en Valencia, donde la música era electrónica. Y en otras muchas ciudades. Jerry Corral sitúa el coetáneo rock radical vasco como el equivalente que se dio en el norte del país: “De hecho había movimientos previos, algunos de los cuales seguían el camino empezado en Cataluña con el rock progresivo y con influencias de la chanson francesa y el folk estadounidense. En los ochenta, todo el estado se revoluciona, llegan nuevas libertades, y eso se refleja aquí con el rock radical vasco. Era una época muy propicia a que todo se englobara geográficamente. Hoy el mundo está más globalizado”.
Las drogas tuvieron un efecto devastador en toda la cultura nacional de aquellos años. El rock radical vasco no fue excepción. “Tristemente se democratizan las drogas”, indica el autor. “Llegan primero a unas elites: hijos díscolos de la burguesía que quieren probar algo que saben que en otros lugares del mundo lo toma la juventud contestataria. Luego acaba llegando a muchísima gente. Los efectos son evidentes: se llevó a mucha gente”.
Pero más que consignar la debacle de las drogas, el libro de Corral plantea la duda de si se utilizaron desde el poder para desestabilizar a una juventud molesta. “Lo que más me interesa es la opinión sobre si existió algo organizado —dice—, como se sospecha que había ocurrido en otras partes del planeta. Si desde altas instancias se pensó que podía contribuir a que esta gente alborotada dejara de estarlo. Hay opiniones para todos los gustos”.
Tras recabar los puntos de vista de sus entrevistados, Corral sigue sin tenerlo claro: “No puede haber una única opinión ni nadie puede decir la única verdad. Para saber lo que ocurrió habría que desclasificar documentos. La sospecha está ahí. Hay quien dice que fue una auténtica milonga y otros tienen bastante claro que sí, por el movimiento independentista más belicoso. Yo no lo sé. Me cuesta pensar que fuese tan organizado. Era todo como muy chapucero lo que se hizo aquellos años desde las instituciones. Pudieron utilizar algo que ya estaba pasando. Eso puede estar más cerca. En los bares se sabía que se traficaba, pero la policía no hacía nada. Cualquier opinión que se dé hay que hacerla con cautela y reservas”.
Entre el elenco de entrevistados hay varios ajenos a esa escena, como Ramoncín, Julián Hernández (Siniestro Total) o Mikel Erenxtun. “En un principio Duncan Dhu compartieron mánager con Kortatu y actuaron juntos durante una serie de conciertos”, recuerda Jerry.
Mientras de todas las corrientes musicales salen dos o tres nombres (como mínimo) que alcanzan gran notoriedad, el rock radical vasco siempre fue un movimiento marginal, quizá por el carácter afilado de sus letras. “Hubo grupos con mucho poder de convocatoria —alega Corral—, como Kortatu, La Polla Records, Barricada, Eskorbuto o Hertzainak. De no haber sido por ellos, habría sido un fenómeno underground. El resto de bandas eran muy de nicho: a sus conciertos acudían pocas decenas de espectadores o un centenar. Su música era muy desgarrada, muy de cabreo y de furia, que no llega a una mayoría”.
“Cuando aparecen esos otros grupos con canciones tan potentes —prosigue—, la cosa se desmadra. En todos los estilos, incluso a nivel internacional, son unos pocos los que triunfan, porque el público no puede asimilar veinte o treinta nuevas bandas. Pasada la juventud llega la vida organizada, debes conseguir un trabajo, se forma una familia… Y la música a partir de una edad pasa a un segundo plano y a veces se olvida. En cualquier caso, el poso ahí queda”.
Objetar que ya no queda nada de aquel aquelarre sonoro es erróneo, según Jerry Corral. “Al principio muchos de los que lo apoyaron veían el rock como algo imperialista, que venía de Estados Unidos, y no era lo que más les interesaba. Pero esa forma de hacer música se fue asumiendo y se crearon pequeñas infraestructuras que han perdurado hasta hoy. Fue el inicio de cierta profesionalización, dentro de la precariedad que existía entonces, y que sigue existiendo. También ha podido quedar el que las bandas punteras siguen teniendo muchas escuchas y bastantes seguidores, y eso hace que influyan a grupos actuales”.