La historia está plagada de madres y padres que buscaban a través de sus hijos vivir una vida que no habían tenido. O que aprovechándose de su ingenuidad y bondad, creaban proyectos de personas para satisfacer sus paranoias o ansias de poder. Quizá podríamos incluir en este caso a Aurora Rodríguez Carballeira, que a comienzos del siglo XX dio a luz a su hija Hildegart, buscando crear con ella a la mujer perfecta. Un caso algo olvidado de nuestra historia y que ahora recupera la directora Paula Ortiz con su nueva película, 'La virgen roja', que llega a los cines con Najwa Nimri y Alba Planas como protagonistas.
Pocos conocen la historia de Hildegart, pese a que en 1977, Fernando Fernán-Gómez la contara en su película ‘Mi hija Hildegart’, con Amparo Soler Leal y Carmen Roldán. Incluso Almudena Grandes escribió un libro sobre ello, pero sigue formando parte de esa crónica negra de nuestra sociedad. Hechos que algunos han preferido olvidar.
La historia comienza con la obsesión de Aurora Rodríguez de crear a la mujer perfecta, a la mujer del futuro, que lideraría al resto en una España moderna y actual. Buscó a un hombre determinado para cumplir meramente la función biológica (que curiosamente fue un sacerdote castrense) y, en cuanto dio a luz a Hildegart, cuyo nombre completo fue Hildegart Leocadia Georgina Hermenegilda María del Pilar Rodríguez Carballeira, comenzó su educación minuciosa. No la dejaba interactuar con otros niños. Solo se relacionaba con adultos. Y tampoco permitía a nadie que la tocase. Ni siquiera su propia madre le acariciaba.
Porque a todas luces Hildegart era una niña prodigio. A los dos años era capaz de leer, escribir a los tres y mecanografiar y tocar el piano a los cuatro. Todo fruto de las enseñanzas de su madre. Empezó a estudiar, sacando las mejores notas de su clase, convirtiéndose en una niña precoz, en un Bachillerato enteramente en alemán. A los catorce años ya sabía además francés, inglés, italiano, portugués y latín.
En su adolescencia comenzó a formar parte del PSOE, de UGT y de centros intelectuales como el Ateneo de Madrid. Sus dotes eran tan grandes que antes de los 18 años ya tenía la licenciatura de Derecho, y había comenzado la carrera de Medicina.
Escribió 16 libros de ensayo y publicó más de 150 artículos en poco más de 2 años, sobre todo centrados en la liberación sexual de la mujer. Incluso insistía en una educación sexual en los colegios y escuelas, aunque desde un punto de vista científico. Era la mujer del futuro, la que estaba llamada a liderarnos. Así lo sabía su madre, que seguía ejerciendo un control férreo sobre su hija en la sombra. Siempre iban juntas a todos lados, vestidas de negro para evitar las miradas de los hombres. No quería dejarla sola ni un solo momento. Todo debía estar controlado por ella.
Gracias a su militancia en el PSOE y a sus contactos políticos, Hildegart se lleva con personalidades de la talla de Clara Campoamor; el padre de la sexología, Havelock Ellis; era amiga de políticos como Santiago Carrillo o Julián Besteiro. E incluso el escritor H.G. Wells se interesó por ella. De hecho, le ofreció irse a Gran Bretaña con él para continuar sus estudios… algo que provocó las sospechas de su madre Aurora, creyendo que solo buscaban distanciarla de ella, e incluso culpando directamente a los servicios secretos británicos. Y, mientras su madre cada vez estaba más preocupada por las derivaciones que tomaba su hija, y cómo parecía alejarse poco a poco de ella, Hildegart comenzó a tomar determinaciones políticas más radicales, más a la izquierda del PSOE, y se afilia al Partido Republicano Democrático Federal, incluso acercándose más al anarquismo.
Pero la gota que colmó el vaso fue la relación de Hildegart con el escritor socialista Abel Velilla. Todos estos cambios no sentaron nada bien a Aurora, que al ver que su hija se alejaba del paradigma que quería para ella, y que incluso una tercera persona se interponía entre las dos, decidió acabar con su vida. La noche del 9 de junio de 1933, mientras Hildegart dormía, la asesinó a sangre fría, pegándole cuatro tiros, uno de ellos en la cabeza. Moría así Hildegart a la tierna edad de 19 años. Una vida entera aún por delante, segada por la paranoia de una madre que solo había visto a su hija como un producto. Como una meta, no como un ser vivo. Aurora fue condenada a 26 años por asesinato, y cumplió la gran mayoría en el Centro Psiquiátrico de Ciempozuelos, donde murió en 1955. Su hija estaba empezando a seguir su propio camino, y eso no podía ser. "El escultor, tras descubrir la más mínima imperfección en su obra, la destruye”.
Ahora nos llega la película de Paula Ortiz, que busca reivindicar la figura de una mujer adelantada a su tiempo, una Hildegart que, de haber vivido más años, de no haber estado controlada y reprimida por su madre, bien podría haberse convertido una auténtica líder de la II República. Una que apostaba por la natalidad con conciencia de clase, que buscaba definir la libertad sexual de las mujeres en el siglo XX, y que podría haber ayudado a sentar unas bases de igualdad que tardaron décadas en llegar a nuestro país. Ahora, nunca lo sabremos. Y la única historia que conoceremos es la de una madre obsesionada con crear a la mujer del futuro.