España ha mejorado mucho en las últimas dos décadas en términos sociales. Y ya no hablamos solo de avances en derechos como el matrimonio igualitario o la subida del salario mínimo interprofesional. También hablamos en términos de materia feminista. Marchas multitudinarias como las del 8-M son una realidad de nuestros días; el caso de Jenny Hermoso habría sido barrido bajo la alfombra en otra época; pero tanto España como el mundo han cambiado, por mucho que falte aún demasiado por hacer. Pero si hubo un germen para este movimiento de igualdad y denuncia ante los abusos, se inició comienzos de los años 2000, y tiene un nombre que el tiempo ha olvidado: Nevenka Fernández.
La joven gallega se ha convertido en estos últimos años en un referente histórico que, durante demasiado, fue olvidada e incluso rechazada. Porque no interesaba lo que tenía que decir. Nos enfrentaba a una sociedad, a un entramado político, a un sistema en definitiva demasiado dominado por los hombres y, cómo funcionaban entre ellos para cubrirse las espaldas. El surgimiento del movimiento Me Too reabrió el caso en la mente colectiva popular y Nevenka consiguió el sitio que se merece en nuestra historia reciente. Pero, ¿qué pasó realmente con la que estaba llamada a ser una de las regeneradoras de la política? Se chocó contra un muro, y tuvo que sufrir un acoso sexual denigrante cuando aún ni siquiera usábamos el término en público.
Corría el año 1999, y el Partido Popular de Ponferrada le ofreció un puesto como tercera en las listas del partido en las elecciones municipales. Aunque Nevenka dudó, sobre todo porque la política no era su camino elegido, acabó aceptando la oferta. Sobre todo por la supuesta amistad de su familia con el candidato Ismael Álvarez. Un alcalde querido por todo su pueblo, y que tenía una forma de actuar casi caciquil. Conocía tan bien a todo el mundo que casi todos le debían algún favor. Y casi desde el primer momento, se obsesiono con Nevenka. Su situación de poder amedrentaron a una mujer que, por aquel entonces tenía pareja, y acabaron teniendo una relación bastante corta y unidireccional. Porque Nevenka, como afirmó en el documental de Netflix sobre el caso, nunca estuvo segura de querer continuarla.
Y, tras su “ruptura”, llegó el infierno. Quizá acostumbrado a conseguir siempre todo lo que se proponía, un rechazo así le rompió los esquemas. Peor lo cierto es que Ismael Álvarez se obsesionó con Nevenka de una forma enfermiza y peligrosa. Primero fueron los mensajes, las llamadas a horas intempestivas, pero también las encerronas en el trabajo, o incluso en viajes, forzándola a compartir habitación. Su propio grupo le cubría las espaldas, le ayudaba en sus tejemanejes y hacía oídos sordos a sus tácticas de acoso. Y así día tras día tras día tras día. Amenazas a su familia con apartarla del trabajo y bajarle el sueldo, o desplantes en los plenos municipales delante del resto de partidos. Minando su confianza, su vitalidad, su energía.
Llegó hasta tal punto el acoso y derribo que, en un viaje en el que se las ingenió para que ambos tuvieran que compartir la habitación del hotel, se masturbó delante de ella mientras la obligaba a darle la mano. Hasta que Nevenka explotó. Apoyada por su pareja y por sus amigos, buscó un abogado y decidió dar un paso peligroso a la par que valiente: denunciar públicamente a Ismael Álvarez. Así que convocó a los medios y no solo renunció a su cargo, sino que dio las explicaciones pertinentes del porqué de su decisión. Hoy en día habrían sido aplaudida su valentía. Pero a comienzos de los 2000, la sociedad era diferente, y aún no estaba preparada para un acontecimiento así. Por lo que la denuncia de Nevenka fue vista con recelo. El PP apoyó a Ismael Álvarez y cerró filas en torno a su figura, buscando desacreditar a la ex-concejala. Pero el propio pueblo de Ponferrada también le dio la espalda.
Nadie creía su testimonio, la tildaban de arribista, de aprovechada. ¿Cómo iba a haberla acosado si habían tenido una relación? Algo haría para que un buen hombre como Ismael Álvarez hiciera algo así. Seguramente eran sus vestidos provocativos los que hicieron cometer un error al alcalde… Todos estos pensamientos, todas estas palabras que tantas veces hemos escuchado en estos casos, se reprodujeron una y otra vez. Nevenka no solo tenía que luchar contra su acosador y su partido, sino también contra la propia sociedad. Y, durante el juicio, contra el propio fiscal del caso, José Luis García Ancos, que tuvo que ser apartado debido a las presiones de grupos feministas. "¡Usted no es la empleada de Hipercor que le tocan el trasero y tiene que aguantarse porque es el pan de sus hijos!”. Esta era una de tantas lindezas que le dedicó a la denunciante durante el mediático juicio.
El 30 de mayo de 2002 se dio a conocer la sentencia definitiva, con una condena de nueve meses de cárcel a Ismael Álvarez, una multa de 6.480 euros y una indemnización a la víctima de 12.000 euros. Pero la sociedad había elegido su propia sentencia, dándole la espalda a Nevenka, eligiendo creer al alcalde, y casi obligando a la víctima a alejarse del país, llegando a recibir incluso amenazas de muerte. Al final, Nevenka huyó a Irlanda donde rehizo su vida, siendo considerada como la villana de la historia. Pero el tiempo ha puesto a cada uno en su lugar y, aunque Ismael Álvarez nunca pidió perdón ni aceptó los hechos (incluso se presentó a las elecciones en 2011 y sacó 5 concejales con un partido independiente), Nevenka Fernández pasó a ser considerada una pionera del movimiento feminista actual. Una valiente que se enfrentó a todo y todos para contar la verdad, y hoy en día ya no es una villana, sino una heroína.