El consentimiento se ha convertido en un concepto clave dentro de las relaciones sexuales. Algo que tiene sentido en muchos casos, pero que pierde certezas en otros. ¿Tiene valor un sí en una situación de amenaza o coacción? Y en el terreno del deseo, ¿es necesario que las mujeres verbalicen en todo momento qué esperan del encuentro? ¿Dónde queda entonces la exploración?
Estas son algunas de las preguntas que se hace la investigadora y activista feminista Clara Serra en ‘El deseo de consentir’ (Anagrama). Un miniensayo en el que reflexiona sobre los matices, las fisuras y las paradojas del ‘solo sí es sí’.
Pregunta: ¿Por qué el sí no es suficiente en el consentimiento?
Respuesta: Hay un aspecto de la reivindicación del sí que no está permitiendo entender muy bien la cuestión del consentimiento. Me explico: en casos judiciales más mediáticos como el de La Manada o el del futbolista Dani Alves se reivindica el sí. En ellos se ha condenado a alguien por un delito sexual por algo que podríamos explicar mucho mejor diciendo que no era posible decir el no.
Por ello, yo defiendo que se comprende mucho mejor jurídicamente el problema cuando entendemos que en una situación de coacción o amenaza como el del portal de La Manada o en un baño donde se te encierra, el consentimiento está imposibilitado y, por lo tanto, también decir que no. Entonces, el problema no es que se haya dicho que sí, porque decir que sí no significaría nada: se puede decir por miedo, por estar intimidado, porque la situación acabe cuanto antes… los síes, en estos casos, no son libres.
P: En este tipo de situaciones, ¿dónde está la posible solución entonces?
R: Estamos intentando encontrar un atajo, una solución fácil que clarificara el consentimiento. Pero es mucho más difícil porque hay síes coaccionados. Por ello, el Derecho deberá mirar al contexto, a la situación. Es decir, si el hombre ha imposibilidad la expresión libre del consentimiento o no. En el caso del director de cine Carlos Vermut, por ejemplo, queda claro en el relato. Él decía que todo había sido consentido, pero al mismo tiempo también declaraba que es cierto que igual la otra persona tenía mucho miedo porque era muy corpulento. Y hablaba incluso de un estrangulamentiendo. Esto, cuando hay confianza y no miedo, encaja perfectamente en una relación consentida. Pero si la otra persona tiene miedo, algo que él inquietantemente reconoce, es donde podríamos decir que sí para salir de ella.
Si tienes miedo a otro, y eso es lo que describe el contexto, ya no se puede considerar que el sujeto está en condiciones de libertad para decir que sí o que no. Creo que hay que hacer responsable al hombre de haber llevado al otro a una situación en la que ya no puede consentir. Si encierras a una persona en el baño y no la dejas salir, ya da igual lo que diga. Por eso creo que no se ataja el problema con la palabra que se diga, sino que el Derecho va a tener que explorar el contexto. Algo que lo hace muy complejo, porque dependiendo del contexto puede ser violento o no. Con una pareja sexual, hay cosas que pueden ser consentidas pero en otros contextos puede ser algo sorpresivo. Un beso de un desconocido en un ascensor no puede ser visto como el de un conocido. Y creo que no depende tanto de la palabra, sino de algo que va a implicar un juicio más complejo de parte del Derecho.
P: ¿Y qué papel juegan las relaciones de poder en el consentimiento?
R: Creo que las relaciones no consentidas, las violentas, deben distinguirse de las de poder. Estas, es normal que se den en un mundo en el que hay muchas desigualdades. Como cuando la otra persona es mayor que tú, cuando es más rico, cuando tiene un cargo en la empresa mayor… pero eso no es lo mismo que la ausencia de consentimiento. Porque sería muy difícil localizar una relación sexual absolutamente exenta de cualquier duda de desigualdad de poder. Empezando con las de una mujer y un hombre en un mundo patriarcal.
P: ¿Cómo entronca el deseo en todo esto?
R: Además de todo lo que he dicho antes, la búsqueda del sí, más que expresar el consentimiento, puede llevar a una mujer a obligar a decir lo que quiere. Es muy diferente que pueda hablar a que se vea obligada a decir permanentemente. Si la mujer que explicarlo todo, ponerlo por adelantado, se le está poniendo un peso enorme. Tiene que saber exactamente todo lo que quiere para que la relación sexual sea segura.
Por ello, yo quería reivindicar el derecho de las mujeres a no saber exactamente todo lo que quieren que les ocurra. Como a los hombres. Las personas no sabemos lo que nos va a producir una relación sexual. Y menos mal que tiene esa parte de incertidumbre. Obligarnos a saber todo lo que querríamos decir que sí, es una exigencia durísima e imposible de cumplir. Además, me parecería una trampa mortal que tuviéramos que cumplir con esa exigencia un poco como condición de no ser agredidas. No debemos ser violentadas, pero tampoco tenemos por qué saber todo lo que deseamos.
P: Igual que con el deseo, ocurre con la duda.
R: El sexo tiene algo de exploratorio siempre. Es un poco terrible pensar que vamos al encuentro con el otro sabiendo lo que vamos a aportar y pidiéndoselo de vuelta. Es un poco la distopía del contrato. Menos mal que eso no es posible, porque no podemos pactar por adelantado una relación sexual. No sabemos qué ocurrirá cuando decimos sí a ciertas cosas. Puedes probar algo, pero consientes sin saber qué pasará exactamente. Y esto es algo inevitable, por lo que es el propio ser humano y la relación.
Pero ese margen de incertidumbre no es exponernos a la violencia: no queremos ser agredidas, pero otra cosa es que ocurra que, entre aquellas cosas a las que nos exponemos, estén muchas formas de desencuentro con el otro o la incomprensión. El consentimiento no garantiza una cosa ni la otra. No se puede pactar eso. O incluso puedes pactar cosas que luego no te gusten. En este sentido, quería distinguir el terreno del malestar en el sexo del terreno del consentimiento.
P: El consentimiento, que también afecta a otros campos como el porno, la prostitución o el sadomasoquismo.
R: Claro, porque esos debates van totalmente ligados a la concepción que tenemos desde los feminismos del consentimiento. Si creemos que el consentimiento o que la violencia es lo mismo que el poder, tenderemos a pensar que el consentimiento no solo estará imposibilitado en una situación de violencia, sino que también lo estará cuando existan relaciones de desigualdad en la sociedad.
P: ¿Está suponiendo esto una vuelta al infantilismo y el proteccionismo de las mujeres, como si no pudieran tomar las decisiones correctas por ellas mismas?
R: Yo defiendo los límites del consentimiento, aunque tampoco creo que sean la receta mágica. Por eso, aunque en un mundo desigual en el que tenemos que seguir trabajando para que las mujeres sean libres, al mismo tiempo creo que es muy peligroso tomar el atajo de invalidar su consentimiento y voluntad y decidir lo que quieren. Por eso al final del libro escribo que si nosotras no sabemos lo que queremos, quién lo sabe. Eso es una vuelta a la infantilidad y a la minoría de edad de las mujeres, de la que por fin escapamos. Ojo con que en el terreno del sexo volvamos al estadio en el que somos menores de edad.
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