Pablo Vierci era amigo de los supervivientes del accidente de Los Andes: así se vivió la tragedia desde el otro lado

Cuando Daniel Fernández Strauch se despidió de los suyos un día antes de tomar el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya con destino a Chile, su madre le había cocinado su "tarta de frutilla preferida". Con el jaleo de los preparativos, llegó la noche y ahí estaba, intacta. "Guárdamela en el congelador, que la como el lunes, cuando regrese", le pidió. Pero eso nunca sucedió. La tarta tuvo que aguantar 74 días más de lo previsto. Justo el tiempo que este joven de 26 años (hoy tiene 77) pasó en la cordillera de Los Andes después de que su avión se estrellase a casi cuatro mil metros de altura. Al no haber cuerpos, ni él ni los más de 40 pasajeros que tomaron ese vuelo estaban "ni vivos ni muertos". Para sus familias, todos permanecían "en una suerte de espera agónica" que frenó sus existencias un 13 de octubre de 1972.

Daniel y otros 15 compañeros volvieron a casa. Por el camino quedaron 29 que no lograron sobrevivir al accidente, a los aludes, a los treinta grados bajo cero de la montaña. Y su madre, que siempre confió en que su hijo se salvaría, lo primero que hizo cuando le vio entrar por la puerta fue sacar esa misma tarta del congelador y ponérsela encima de la mesa. "¿Qué fue lo que ocurrió, mamá?", le preguntó él. Lo que ocurrió fue que había conseguido desafiar a la muerte tras superar una de las tragedias más extremas de la historia reciente.

El poder sanador de 'La sociedad de la nieve'

Su experiencia, esa de la que se acaban de cumplir 50 años, ha sido llevada al cine de la mano de J. A. Bayona. 'La sociedad de la nieve', se titula. Y según Fernández Strauch, al que tuvimos la oportunidad de entrevistar desde la web de Informativos Telecinco, verla es como "volver a estar dentro de ese avión". Gran parte de la culpa de que esto suceda es del director, que se ha dejado la piel para que esta cinta haga justicia con los que están (y, sobre todo, con los que no). Pero de este hiperrealismo también es responsable Pablo Vierci, el autor del libro en el que se basa la película.

"Por los azares del destino, no volé en ese avión", asume. Porque él, que antes de ser narrador de su historia fue íntimo de muchos de ellos, también formaba parte de ese equipo de rugby que tomó un avión con el sueño de disputar el partido de sus vidas. Casi todos estudiaban en el Stella Maris-Christian Brothers, un centro privado, de educación irlandesa y con solo alumnos varones ubicado en el barrio de Carrasco, al sudeste de Montevideo. Pablo era el pequeño del grupo. "El niño". Y fue esta efervescencia adolescente, la que siempre empuja a no cumplir lo que te exigen que cumplas, la que provocó que le expulsasen del mismo poco antes de que el vuelo partiese.

Al liberarse del tiempo que le quitaba el deporte, Vierci decidió centrarse en su "otra extravagancia", la de "escribidor". En ese colegio de chavales "rudos", él era el único con la sensibilidad suficiente como para poner en negro sobre blanco el testimonio de esos 16 colegas que tuvieron la fortuna de regresar. "No tenía competencia en eso", apunta. Treinta años después, superado el silencio al que se forzaron para no hacer daño a los familiares de los muertos, los vivos decidieron confiar en él esta narración. Fue así como este viaje "marcó para siempre" la vida del autor, que aunque no subió en ese avión sí que emprendió su "propia travesía" de su mano.

Pablo Vierci, un amigo, narrador y acompañante en una travesía de la que casi formó parte

Hoy, más allá de escritor o de productor asociado de 'La sociedad de la nieve', Pablo Vierci sigue siendo amigo. De esos que el destino te coloca en el pupitre de al lado y que, cuando uno roza los 80, gira la mirada y ahí sigue, sin moverse, con unas cuantas canas de más y el doble de experiencias compartidas. Durante su niñez, fue compañero de clase de Nando Parrado. Él, junto a Roberto Canessa (cuya casa estaba a escasos 50 metros de la de Vierci), fue el encargado de coger el petate, exprimir las pocas energías que le quedaban después de 64 días a la intemperie y cruzar la cordillera en busca de una ayuda que no llegaba.

Imagínate que toda tu generación desaparece. Para nosotros no estaban ni muertos ni vivos, estaban desaparecidos. A los 22 años todos nos creemos que somos inmortales

Tras esta larga e intensa travesía que pudo ser su condena, hallaron vida humana. Y medio planeta, incluido Pablo, fue consciente de qué pasó en la montaña en esos eternos 74 días en los que familiares, amigos y conocidos quedaron vendidos a la esperanza. "Imagínate que toda tu generación desaparece. Para nosotros no estaban ni muertos ni vivos, estaban desaparecidos. A los 22 años todos nos creemos que somos inmortales", nos trata de explicar Vierci pocas horas antes del estreno de la película en Madrid. "Tomá en cuenta en todo eso para entender por qué siempre confiamos en que se salvarían".

"Yo y mis amigos más cercanos, los que tampoco subieron al avión y que siguen siendo mis amigos hoy en día, teníamos la sensación del limbo. Una suerte de espera agónica. Cada día que pasaba, la agonía crecía. Había una cuenta regresiva. A medida que avanzaba el verano, después de que se preparase otra expedición de búsqueda a partir del 10 de diciembre que resultó fallido, nos empezamos a asustar algo más", recuerda. Y aunque dudaron, su instinto no les falló. "Que no se hubiesen encontrado cuerpos habría sido terrible porque no podríamos haberle dado un final a esta historia. Fue una circunstancia que te marca la vida, sin ningún género de dudas. Pero no fue personal mío, mis amigos lo vivieron igual que yo".

Con el regreso, vino el trauma. Tan solo uno de los supervivientes recurrió a la terapia. El resto confiaron todo al tiempo. A que la 'sociedad real' les metiese de nuevo en la rueda. A, con los años, poder hablarlo, compartirlo, ayudar a otros. Amigos como Pablo no podían (o no sabían) hacer otra cosa que escucharles. En su caso, con papel y boli. "La vuelta fue muy peculiar. Al principio estaban como en una burbuja. Todos estaban igual. La experiencia fue tan extrema, y esa sociedad que construyeron fue tan diferente, que daba la sensación de que solo se entendían entre ellos. Ellos se conocieron en la esencia", comprendieron.

Hoy, después de pasar por las manos de Vierci y por la mirada de Bayona, esta tragedia ha mutado en una superproducción cinematográfica que promete arrasar entre el público, que cuenta con 13 nominaciones a los Goya y que apunta a estar en los Oscar. Pero, ¿por qué contarla otra vez? Para quienes formaron parte de ella, para Daniel, para Pablo, para cualquiera que sufrió directa o indirectamente los estragos de este accidente, este nuevo acercamiento a su historia es lo que les faltaba para "cerrar las heridas que quedaban por sanar", responden.

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