Daniel Fernández Strauch era el mayor. Todo lo mayor que se puede ser con 26 años. Estaba entre los 40 pasajeros que viajaban en el avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya con destino a Chile que se estrelló contra la cordillera de Los Andes un 13 de octubre de 1972. Y fue el primero que pisó Montevideo 72 días después de aquello. En ese tiempo en el que el mundo le dio por muerto, soportó temperaturas de treinta grados bajo cero "en mangas de camisa". Vio morir a 29 amigos a cuatro mil metros de altura. Y cuando el hambre puso en peligro su subsistencia, fue uno de los pocos valientes que se atrevió a verbalizar esa "idea horrible" gracias a la cual volvieron a casa.
En 'La sociedad de la nieve', la película de J. A. Bayona que narra lo que sucedió en esa cordillera, su personaje suplica al de Coche Inciarte que no le mire "así". Con "así" se refiere a "juzgándole", reprobando que se meta en la boca ese trozo de carne que acaba de tomar del cuerpo de uno de sus compañeros fallecidos. Pero ambos sabían que, en el punto en el que estaban, no dar ese paso "era un suicidio colectivo". Fue así como esta "locura" se convirtió en un "pacto de vida" que permitió que hubiesen supervivientes. Porque sí, en esta tragedia, "para que hubiesen vivos tuvieron que haber muertos". Y esta película que ya está disponible en Netflix es un homenaje a todos ellos. A los que "viven" y a los que no.
Pregunta: 'La sociedad de la nieve' es todo un evento cinematográfico. Todo son elogios para J. A. Bayona y la adaptación que ha hecho de vuestra historia. Pero tu opinión me interesa mucho más que cualquier crítica. ¿A ti qué te ha parecido?
Respuesta: Verla fue como volver a estar en el avión. Es muy real. Salí exhausto de la sala. Me veía en el accidente, me veía en el alud, me veía en todo. Entiendo que 72 días no se pueden comprimir en poco más de dos horas, pero creo que quien la vea se va a dar cuenta de lo que pasamos -toma aire- y de cómo lo pasamos.
P: Los 14 supervivientes que quedáis a día de hoy estáis participando de forma activa en la promoción de la película. ¿Por qué? ¿Qué os aporta seguir hablando de algo que pasó hace cincuenta años?
R: Yo estuve treinta años callado, sin hablar. Y cuando se cumplió esa fecha, nos invitaron a Chile a jugar ese partido que nunca se pudo jugar. Ahí me di cuenta de que al mundo le seguía interesando. Cuando llegamos al hotel nos encontramos con televisiones de todo el mundo. Y yo pensé: '¿Pero esto qué es?'
Nosotros justo acabábamos de crear una web en la que recibimos mensajes privados que me hicieron ver que nuestra historia ayudaba a mucha gente. Fue ahí cuando pensé que, si ayudaba a alguien, tenía que contarla. Y eso es lo que estoy haciendo ahora. Todos tenemos cordilleras, y la cordillera que tiene uno siempre es más importante que la del otro, pero cuando las comparas con otras como la nuestra piensas: 'Si 16 tipos pudieron salir de aquella, cómo no voy a poder salir yo de la mía'.
P: Treinta años sin hablar abiertamente de un trauma como el que vivisteis son muchos años...
R: En Uruguay, sobre todo en Montevideo, todos nos conocemos. Cuando volvimos nos cruzábamos cada día con los familiares de los muertos. Rápidamente me di cuenta de que les hacía mal vernos o que tocásemos el tema. Por eso preferí hacer silencio y no hablar más. Claro que lo hablaba con mis amigos y en reuniones privadas, porque el tema salía siempre, pero decidí no hacerlo públicamente.
P: ¿Cambiar tu forma de gestionarlo te ayudó?
R: Todos los días descubro cosas nuevas de lo que nos pasó. Para mí fue brutal la proyección que organizó Bayona acá, en Montevideo, antes de que la película estuviese terminada. Ahí estábamos nosotros, pero también las familias de los que no volvieron. Honestamente, yo tenía mis dudas de lo que iba a pasar ahí. Sin embargo, cuando terminó la película, sucedió una cosa impresionante: todos nos abrazamos como si fuésemos una sola cosa. Parecía que la montaña se había tragado Montevideo.
P: Fue una forma de cerrar heridas...
R: Todo el mundo decía: ¿para qué hacer otra película? ¿para qué volver con esta historia? Pues esta película era lo que nos faltaba para cerrarlas.
P: 'La sociedad de la nieve' tiene como narrador a Numa Turcatti, el último en morir antes de que os rescatasen. ¿Cómo habría sido la película si se hubiese contado desde tu punto de vista?
R: No variaría mucho. Que la cuente Numa creo que es mejor a que la cuente yo u otro sobreviviente. Todos estamos de acuerdo con lo que dice, en lo que piensa. Al final, los hechos fueron de determinada manera, pero el sentimiento de cada uno fue distinto. Son 16 maneras de vivir 72 días. Y en nuestro caso, cincuenta años después, esos sentimientos han ido cambiando. Creo que Bayona estuvo muy acertado con esta decisión.
P: Aunque apenas tenías 26 años, eras el mayor del grupo. Eso te obligó a ejercer una serie de responsabilidades que no eran propias de tu edad ni de tu experiencia vital...
R: Nosotros éramos un equipo de rugby, y el que asumió el liderazgo después del accidente fue Marcelo Pérez del Castillo, nuestro capitán. Cuando murió en el alud, nos quedamos sin líder, y mis tres primos y yo -Eduardo Strauch tenía 25 y Adolfo, 24- asumimos ese liderazgo compartido.
P: ¿Compartir esta experiencia con ellos, con tu familia, fue un pro o un contra?
R: Para mí fue una ventaja comparativa frente al resto. Si somos tres primos y uno se cae, los otros dos le levantan. Pero por otro lado sí reconozco que fue una carga. Si Adolfo hubiese sido uno de los expedicionarios -de los que abandonaron diez días el grupo en busca de ayuda- y le hubiese pasado algo, yo me habría sentido responsable de haberle dejado ir. ¿Cómo le habría explicado eso a mi familia a la vuelta?
P: En la película se ve cómo lograsteis crear de cero un tipo de sociedad muy concreta. Única, diría...
R: Cuando volví, emprendí múltiples emprendimientos desde cero, y en todos ellos siempre pensé al arrancarlos que tenía que montar un equipo como el que teníamos en la montaña. 'Si tengo un equipo así, me llevo el mundo por delante', pensaba. Ese grupo funcionó como un reloj porque la base en la que se sustentó era la confianza que teníamos los unos en los otros.
Ahí cada uno sabía lo que tenía que hacer y no tenía a nadie controlando si lo hacía bien o no. Si alguno consideraba que no lo había hecho bien, por la noche, cuando nos reuníamos a dormir dentro del fuselaje, lo decía: 'Hoy no rendí lo que debía. Les pido disculpas y les prometo que mañana lo haré mejor'. Eso solo podía darse en la montaña. Acá, en la vida real, parece que siempre hay algo malo que sacar de los demás. Al final todos dependíamos de todos, nadie se podía salvar solo. Era o todos o ninguno.
P: Casi fue un laboratorio con el que comprobar cómo se comporta el ser humano en situaciones extremas.
R: El hecho de que nos hubiesen dado por muertos hizo que todos nos quitásemos esa máscara que utilizamos para representarnos. Éramos lo que éramos, no había secretos, no había mentiras, no había egos, éramos todos iguales.
P: ¿Crees que con 'La sociedad de la nieve' se pone fin al debate sobre el canibalismo?
R: Nosotros estamos vivos por esos que murieron. Les debemos la vida a ellos. Y eso es la primera vez que se muestra de esta manera. Creo que este es el legado que dejamos con la película. Podrán salir laterales, pero el corazón de la historia es este y creo que acá le ponemos un punto final a eso.
P: En esa sociedad cada uno teníais un rol. El tuyo era el de preparar los cuerpos para que pudieseis alimentaros. ¿Cómo fue ese momento en que caíste en la cuenta de que era vuestra única opción para sobrevivir?
R: Fue tres días después del accidente. Mi primo Fito, al volver de una expedición medio loca a 500 metros del avión hacia arriba, me dijo: 'Mirá, las noticias que te traigo son dos. Y las dos son malas. Una, que las caídas del agua son hacia el este, lo que confirmaba que estábamos en el medio de la nada. Y otra, que desde ahí no se veía el avión, por lo que era imposible que nos viesen los aviones de rescate que nos estaban buscando. En ese momento yo ya tenía la carta de vuelo del piloto, sabía el ancho que tenía la cordillera, y ya estaba convencido de que no nos habían visto ni nos iban a ver.
El capitán seguía intentando mantener los ánimos de los más jóvenes. Les decía que se quedasen tranquilos, que nos iban a encontrar. Pero esa noche Fito me vino y me dijo: 'Hoy pensé algo horrible. Vamos a tener que usar los cuerpos'. Mi respuesta fue: 'Yo estoy pensando exactamente lo mismo'. Aún recuerdo el resoplido que pegó como diciendo 'no estoy loco'. En ese momento arrancó todo, cuando nos dimos cuenta de que era o eso o nada. No usar los cuerpos era un suicidio colectivo, porque no había nada en ese avión para comer.
Cuando ves las imágenes que saca Bayona te das cuenta de la inmensidad de la cordillera, de dónde estábamos y en qué condiciones. Hubo un grupo que defendió que hasta no tener la certeza total de que no nos iban a buscar no iban a hacerlo. El día 8 empezamos a comer. Y el día 10 escuchamos por la radio que nos habían dado por muertos. Fue entonces cuando hicimos ese 'pacto de vida' en el que nos agarramos las manos y nos prometimos mutuamente hacerlo de esta manera. 'Si yo me muero, ustedes pueden usar mi cuerpo y viceversa', nos prometimos. Y eso nos tranquilizó.
P: Un 'pacto de vida', lo llamasteis.
R: Yo siempre lo llamé así. Por eso mismo, porque fue un pacto para mantener la vida.
P: ¿Eres consciente de que si no estuvieseis vosotros, si no existiesen registros, vuestra experiencia traería consigo infinidad de leyendas?
R: Claro, ahí está esa carta que escribió Coco Nicolich en la que se dice: 'Desde hoy empezamos a usar los cuerpos'.
P: Pablo Vierci, el autor del libro que se ha adaptado para la película, define este pacto como el mayor ejemplo de bondad de la historia reciente.
R: Cuando volvimos nos preguntaban: '¿Para qué metían a los heridos adentro si sabían que se iban a morir? Les estaban quitando espacio a ustedes...' Y yo les decía: '¿Por qué se iban a morir? Nosotros pensábamos que se iban a salvar y hacíamos todo lo posible para salvarlos'. Yo siempre digo que nunca fuimos tan buenos como en la montaña.
P: ¿Cómo fue volver a la vida real, a la 'sociedad' real?
R: La zanahoria que teníamos nosotros adelante eran nuestras familias. Era horrible saber que pensaban que estábamos muertos cuando estábamos vivos. Teníamos que volver para demostrarles que no era así. Cuando nos rescataron, yo subí al primer helicóptero junto a otros siete. Fue un vuelo horrible por las turbulencias. Y cuando llegué al aeropuerto de San Fernando de Chile, me llamaron por teléfono de Radio El Espectador, de Montevideo, y les pedí que hicieran una conexión con mi familia. Al día siguiente, fui el primero que bajó del avión en el aeropuerto de Carrasco. Y cuando volví a casa, estaba todo igual que antes. Ahí me estaban esperando.
P: Ese año te ibas a casar con la que hoy es tu mujer.
R: Y eso hice. Mis planes eran casarme y recibirme -graduarme-. No me dejaron hacer los exámenes en marzo, me pidieron que esperase unos días, y al poco fue el golpe de Estado de Uruguay, por lo que se cerró la universidad. Tuve que posponerlo todo un año por esto, pero sí, así fue.
P: No tardaste nada en volver a subirte a la rueda...
R: Volví a la vida normal, sí, aunque era medio complicado. Ahí me di cuenta de lo horrible que es ser famoso, porque allá donde iba me miraban y me reconocían. Pero pasó el tiempo y enseguida se olvidaron. Además, la sociedad uruguaya es muy respetuosa. Te miran, saben quién sos y no te vienen a preguntar, aunque basta que lo haga uno para que vengan cinco detrás. Así fue mi primer año.
P: ¿Te llegaste a sentir juzgado por lo que hicisteis en la montaña?
R: Lo que pasó es que esta historia trascendió mucho por el tema del canibalismo. Esa era la pregunta que nos hacían siempre. Hoy ya no se toca, se habla de otros valores, pero sí, en aquel momento tuve que repetir mucho que 'esa era la comida y punto'. Lo demás era más importante que eso.
P: A lo largo de estos cincuenta años, la vida te ha seguido poniendo 'cordilleras'. Amalia, tu mujer, tuvo un cáncer. Uno de tus hijos estuvo en coma. ¿Cómo se abordan estos problemas después de haber estado tan cerca de la muerte?
R: Son 'cordilleras' diferentes, porque la primera 'cordillera' el que la peleaba era yo. En la segunda era espectador. Y ahí lo único que podía hacer era usar esa fe que había tenido durante mi 'cordillera' para confiar en que todo iba a andar bien. Y anduvo bien. Pero sí, me dio otra amplitud.
Antes de estar a un pelito de la muerte, como nos pasó en el alud, yo estaba convencido de que la muerte era espantosa. Sin embargo, cuando me vi allí abajo, asfixiado, apretado por la nieve, viví el momento de más plenitud de mi vida. Cuando entró el aire y volví a respirar, sentí que volvía al infierno. Fue el instinto lo que me hizo ponerme a escarbar para seguir luchando. Por eso entiendo a los que se entregaron, porque todos los días teníamos que luchar en contra de esa muerte.
P: Al final de la película os preguntáis qué sentido tuvo todo esto. Y la respuesta se queda en el aire. ¿Qué sentido le das tú ahora que ha pasado el tiempo?
R: Que a la gente no le tenga que pasar esto para darse cuenta del valor que tienen las cosas. Que con ver la película o escucharme a mí les sea suficiente. Allí nos dimos cuenta de que se puede vivir sin absolutamente nada. Que lo único importante era tener fe y amigos. Que lo demás es todo cháchara. Acá el mundo te va envolviendo y enseguida volvés a 'me voy a comprar ese auto, tal casa, esta ropa, este celular de última generación'. Pero eso no tiene ningún valor.
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