Jesús Quintero era 'El Loco de la Colina', para todos, también para sus hijas. El único entrevistador, capaz de hacer una pausa tan larga que solo su carisma hacía soportable, era ese personaje, incluso, en su vida privada. Lo cuenta Lola, que habla de un padre al que aprendió "a compartir con mucha gente". En el primer aniversario de la muerte del comunicador así lo recuerda.
Para las dos hijas de Jesús Quintero, la infancia fue difícil: un padre famoso que "la gente se paraba y lo saludaba", largas esperas en plató y jornadas dedicadas "a su verdadero amor, que era su profesión," la hicieron muy consciente de que ese hombre que la llevaba de la mano no era un padre normal y corriente.
"No fue un padre al uso", me dice Lola, que ha impulsado, junto a su hermana Andrea, el libro 'Memoria del Silencio', (Temas del Hoy, edit Planeta), un homenaje al comunicador que entrevistó a todas las personas que tenían algo que decir: desde Jorge Luis Borges a Chavela Vargas, pasando por José Saramago y Marujita Díaz.
"Hay mucha gente que se pregunta si mi padre era un 'showman' de cara a la cámara y en su vida personal era diferente", pero "la realidad supera la ficción y La realidad es que el personaje del Loco de la Colina era mi padre. No había una separación". Eso con sus pros y sus contras. Jesús Quintro "era un padre dedicado completamente a su trabajo a su pasión, a la que veía como un deber. Estaba muy dado al público, a sus entrevistados. No fue un padre al uso. No ha sido una típica figura paternal", reconoce Lola.
Y sin embargo, lo que "quizá de niña, de adolescente era frustrante", porque "tienes que compartir a tu padre con tanta gente" al final, con el paso de los años, ha sido parte del crecimiento. Muchas veces fue "un padre ausente", pero Lola asegura que incluso esta parte de él con la dice haber "hecho las paces" las ha ayudado a ser las "personas generosas" que son, porque "hemos sabido ver que no nos pertenecía completamente a nosotras, sino que su arte era un bien común".
Las hijas de Jesús Quintero hablan con orgullo de sus entrevistas. "Eran entrevistas muy honestas, muy reales", y sin embargo, al mismo tiempo "tenían una atmósfera casi de teatro, la luz, la música, el decorado. "Todo estaba diseñado para crear una atmósfera muy cómoda para el entrevistado y para la audiencia". A eso sumas la "magia, al hablar, al expresarse" de Jesús Quintero con la que "conseguía que la gente se abriese" y la hacía sentirse parte de ese mundo con el que "conectaban muchos".
Su audiencia somos todos: personas de cualquier edad, leída o menos: porque "sus programas los veía gente muy diversa, desde señoras mayores hasta jóvenes. Creo que fue una fuerza unificadora y quizá por eso ha tenido tanto cariño y admiración de la gente".
Jesús Quintero fue un torbellino: En la radio, televisión se explayó e impuso ese estilo tan suyo en los 90 que no dejaba a nadie indiferente. Una pregunta, un largo silencio y dos o tres caladas al cigarrillo, mientras el humo llenaba el plató.
"Mi padre estuvo muchísimos años en Radio y Televisión y creo que a veces pedimos demasiado de nuestras leyendas de la tele. No es normal que una persona tenga que estar 50 años enfrente de una cámara. La gente tiene sus momentos de oro y mi padre lo hizo desde muy joven hasta muy tarde", argumenta Lola Quintero, hija de la periodista Joana Bonet con la que el comunicador mantuvo una larga relación.
Y sin embargo, no hubo arrepentimiento, ni depresión. Por la calle la gente en Sevilla seguía saludándole, "preguntándole por qué no volvía", pero "no era una persona obsesionada con la fama, pensaba más en su aporte y aportó mucho, durante mucho tiempo". El regreso a un anonimato imposible estuvo dedicado a "la autorreflexión a la introspección" y se convirtieron en una oportunidad para "dedicarse a sí mismo", después de "tanto años dedicado a puertas afueras".
Su despedida de la televisión, Lola la recuerda como si fuera hoy. Él dijo en aquel último programa: "Ahora me voy a la colina a preguntarme esas preguntas que le he hecho a los demás".
En su casa y en su memoria siguen guardadas las carpetas llenas de frases que el periodista coleccionaba, pero Jesús Quintero no estaba unido especialmente a ninguna y sí a todas, como con sus invitados. "Tenía un gran amor por todas sus frases", sin preferencias; "estaba constantemente escribiendo y haciendo reflexiones, pero no se quedaba ligado a los conceptos o a las cosas", recuerda Lola.
Para ella, sin embargo, hay reflexiones particularmente especiales, asegura y se emociona al recitar una de esas que sabe de memoria. "Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos, Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto. Ni en España hay locos. Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo." Era una frase muy especial, pero mi padre no era una persona que se repetía mucho a sí misma".
Cuando se apagaron los focos definitivamente y los periodistas dejaron de llamar, cuando la enfermedad llegó y el tiempo hizo lo suyo, Jesús Quintero siguió coleccionando frases y leyendo; y escuchando música y viendo películas, porque "gracias a la vida o a una fuerza superior o lo que sea mi padre mantuvo gran parte de su cordura, de su cabeza hasta muy tarde, incluso al final tenía momentos de lucidez, era esa genialidad suya que brillaba y lo digo de corazón, imponía era una presencia y tuvo todo el cariño hasta el final".
"Estoy satisfecha de que mi padre se fuera cuando se fue, porque cuando al Loco le quitas su cabeza le quitas todo."