El mundo entero llora hoy la muerte de Tina Turner, que nos dejó este miércoles a los 83 años después de batallar contra una larga enfermedad. Lágrimas que hemos visto desde su localidad natal, Brownsville, en Tennessee (EEUU), donde vino al mundo el 26 de noviembre de 1939, hasta Suiza, país al que se trasladó por amor y en el que residía junto a su marido, Erwin Bach, desde hace casi tres décadas.
De hecho, la 'reina del rock and roll' llegó incluso a adoptar la nacionalidad helvética. Allí, frente a su domicilio, en Küsnacht, cerca de Zúrich, decenas de seguidores han llevado flores en un espontáneo homenaje. Un gesto que se ha repetido en el paseo de la fama de Hollywood y en Londres. En la capital británica se sigue levantando el telón, cada noche, del musical que ella misma promocionó y que celebra su vida.
En sus primeras actuaciones, a mediados de los años 50, 'la leona' ya rugía. Comenzó a grabar en 1958 con el nombre de Little Ann y bajo el dominio de su primer esposo, Ike Turner. Fue su descubridor, pero también el verdugo que le maltrató física y psicológicamente y el responsable del infierno que la artista estadounidense vivió durante los 16 años que duró el matrimonio.
Harvey Philip Spector, conocido como Phil Spector, fue un músico y productor estadounidense que logró pulir el diamante en bruto que era Tina. Ella se lanzó al rock con toda su garra, dejando fascinados a David Bowie o al mismísimo Mick Jagger. El vocalista de la mítica banda The Rolling Stones era uno de los suyos. Por eso, ha asegurado en redes sociales que se siente "muy triste" tras el fallecimiento de su "maravillosa amiga".
Con ese potente lenguaje corporal y ese vozarrón, tan desgarrado como inconfundible, tenía reservado, para la década de los 80, su lado más disco. Temas que pasarían a la historia y con los que impulsó su imagen de mujer luchadora y empoderada. El álbum 'Private Dancer', que vio la luz el 29 de mayo de 1984, supuso el punto de inflexión en su carrera profesional, lanzándola de nuevo al estrellato.
Tina Turner, mientras parecía disfrutar de la pócima de la eterna juventud, seguía poniendo en pie los estadios, haciendo sentir la electricidad de su música. Y es que resultaba una misión imposible que los miles de admiradores que abarrotaban las gradas para contemplar semejante espectáculo se mantuvieran inmóviles en sus asientos.
Su voz se ha apagado, pero tan sólo en directo, puesto que el legado que deja es eterno. Afortunadamente, se le seguirá escuchando. Por algo ha sido, y siempre será, la gran 'diva del rock'.