El secreto de los Arnolfini: una novia cadáver atrapada en las trampas de Van Eyck

En ‘El retrato ovalado’ (1842), Edgar Allan Poe narra el éxtasis de un pintor enfrascado en el retrato de su joven esposa, sin saber que con cada pincelada que da le arrebata un poco de vida. Finalizado el cuadro, “al volver los ojos para observar a su amada… esta había muerto”.

Una sombra de Poe -con sus apariciones y pálidas difuntas- sobrevuela ‘El affaire Arnolfini. Investigación sobre un cuadro de Van Eyck’, de Jean-Philippe Postel, editado en castellano por Acantilado.

Postel plantea una nueva teoría en torno al retrato del “matrimonio Arnolfini”, de Jan Van Eyck (1434), uno de los lienzos más enigmáticos de la historia del arte, “suntuoso laberinto de reflejos y espejos” del que se sabe mucho menos de lo que se ha escrito. 

Jean-Philippe Postel (París, 1951), que ejerció como médico generalista entre 1979 y 2014, aplica a esta obra pictórica los métodos de la observación clínica. O mejor aún, forense, pues sostiene que este perturbador retrato es un cuadro sobre la muerte.

Y, como el televisivo ‘doctor House’, concluye que todos mienten.

Cebos y trampantojos

Empezando por el propio Van Eyck, que siembra de pistas falsas todo el lienzo para hacernos creer que lo que vemos es lo que hay; que ante nosotros tenemos al verdadero Giovanni di Nicolao Arnolfini, próspero comerciante de telas de Lucca, y a su esposa Constanza Trenta, embarazada.

Desconfiad, dice Postel. Miremos más allá. Desbrocemos la maraña de cebos y trampantojos ideados por el pintor flamenco. Recordemos que no hay en el universo Van Eyck “ningún residuo de objetividad sin significado ni de significado sin disfraz”, como apunta Erwin Panofski.

Los vivos y los muertos

El ensayo de Postel bebe de las teorías de Margaret Koster, que en 2003 sugirió que la obra es un homenaje fúnebre de Giovanni di Nicolao Arnolfini a su esposa fallecida. Pero Postel no se queda ahí y plantea giros más inquietantes y novelescos.

Su mirada nos remite a un diálogo entre los vivos y los muertos; al encuentro entre las almas que buscan reposo eterno y quienes permanecen vivos, pero deudores de promesas incumplidas.

Quizá debamos dar la razón a Jean Paulhan, citado en la obra: “Yo no creo en los fantasmas ni en los espectros. Pero me doy cuenta de que estoy equivocado”.

Preguntas con (posible) respuesta

Postel se embarca en un análisis semiótico e historicista que enmienda a la totalidad aquello que creíamos saber sobre las intenciones de Van Eyck.

¿Quiénes son realmente los retratados? ¿Qué significan sus gestos? ¿Realmente estaba embarazada la mujer que vemos? ¿Qué verdad oculta el reflejo del espejo a sus espaldas? ¿Qué sabemos del perro, un grifón de Bruselas? ¿Qué revelan los zancos y chinelas desperdigados por la habitación? ¿Y esa vela encendida en el candelabro?

Y, sobre todo, ¿a qué se refería el artista con su críptica firma ‘Johannes de Eyck fuit hic’ (‘Jan Van Eyck estuvo aquí en 1434’)?

Planteado como un relato detectivesco, -razón por la que no desvelemos la conclusión final- Postel nos pasea por el ‘Purgatorio’ de Dante, el ‘Arte de amar’ de Ovidio, el santoral de los Arnulfos cornudos o la moda renacentista.

Sabedor de que sus premisas pueden pecar de especulativas, Postel se excusa: “Lo que nos hace concebir semejantes sueños es el afán de tomar por información verídica una información inverificable (…), el vano deseo de una conclusión imposible”.

El misterio Van Eyck

La dificultad de verificación comienza con la propia biografía de Jan Van Eyck. Sabemos que nació en Flandes en 1390, quizá en Maaseik, cerca de Maastricht. Hay constancia de que se inició como pintor de corte con Juan III de Baviera, y que posteriormente entró al servicio de Felipe el Bueno, duque de Borgoña.

Las pocas referencias que tenemos sobre su biografía nos llegan a través da la Dirección de Finanzas de Flandes, información administrativa, sobre pagos recibidos por su trabajo.

Sabemos también que se casó con Margaret, de la que quizá enviudó; con la que puede que tuviera un hijo. O no. Conjeturas.

Seis siglos nos contemplan

Más certezas hay sobre el periplo de la obra conocida como ‘El matrimonio Arnolfini’, el lienzo de 84,5 por 62,5, que cuelga de la sala 56 de la National Gallery de Londres, adonde llegó en 1843.

Se desconoce quién fue su primer propietario. Pero sí hay constancia de que acabaría en manos de Diego de Guevara (1450-1520), mayordomo de Carlos V, quien se lo cederá a Margarita de Austria (1480-1530).

‘Los Arnolfini’ acabaría en la corte de Felipe II, colgando de las paredes del Alcázar de Madrid, y se salvaría del incendio que arrasó el palacio en la Navidad de 1734.

Bajo el reinado de José Bonaparte, el cuadro pasó a manos del teniente coronel de ejército británico James Hay que finalmente lo cedió a la National Gallery.

Allí, “esos dos que no se miran” (en palabra de Daniel Pennac) siguen subyugando a quienes los observan. Atrapados en una trampa de reflejos y ambigüedades, nos seguimos preguntando quiénes son, qué hacen.

'El affaire Arnolfini. Investigación sobre un cuadro de Van Eyck'

Jean-Philippe Postel

164 páginas

Editorial Acantilado

Traducción de Manuel Arranz

12 euros