Mario Becerra tiene 29 años y, desde su nacimiento, padece la enfermedad de la espina bífida abierta. Es un tipo de defecto genético (y/o ambiental) que afecta a la columna vertebral y, por eso, tiene parálisis parcial en sus dos piernas, desde la altura del gemelo. Su cerebro y sus esfínteres también están afectados y, además de la silla de ruedas, también necesita llevar puesta una válvula que va desde la cabeza hasta la vejiga. Cierto es que la vida no se lo ha puesto fácil, pero el Ayuntamiento de Ferrol, tampoco.
Cuando era pequeño, vivía en la casa de su abuelo: un cuarto piso sin ascensor, típico de los edificios de la Galicia franquista. Y, como nunca se ha conformado con las dificultades de su propia naturaleza (pero entiende a quien claudica), aprendió a subir y bajar las escaleras de la única manera en la que le era posible: gateando. Después, vivió durante cinco años en un edificio adecuado a sus necesidades pero, por razones económicas, tuvo que volver a un piso propiedad de su familia que, de nuevo, no tiene ascensor. Pero, esta vez, ya existía TikTok.
"Aunque no lo parezca, me daba vergüenza que la gente me viera y, al final, me ha visto todo el país. No es plato de buen gusto que todo el mundo me vea pero es que, al final, es lo que tengo que hacer. Subí mi vídeo a las redes porque la gente como yo no tiene voz. Parece que tenemos que vivir conformándonos con lo que nos pueden ofrecer y eso no puede ser. Nadie se tiene que conformar con arrastrarse por el suelo", ha dicho en una entrevista exclusiva para Yasss, tras la tremenda repercusión que ha tenido su publicación.
Para no conformarse, tanto él como su vecino, que tiene una pierna amputada desde hace poco tiempo, le piden al Ayuntamiento de Ferrol que acuda al edificio para estudiar si se puede poner un ascensor que, si no les soluciona la vida, la mejoría considerablemente. Y la respuesta de la institución ha sido la siguiente: "A mi vecino le han dicho que hay que mandar un escrito a Coruña, por lo que el Ayuntamiento se lava las manos, pasa la pelota. Y, además, nos han advertido de que sabe Dios si se podrá poner un ascensor aquí". Ya está. Esa es toda su repuesta. Fin.
Con tal disposición, a Mario ni se le ha ocurrido quejarse de tener que esperar hasta el día de antes de hacer un viaje para que el tren le confirme si "tiene o no plaza para minusválidos" o, algo que es muy importante para él, sobre la increíble falta de adaptabilidad que hay en los cines españoles: "Los que vamos en sillas de ruedas, tenemos que ponernos debajo de la pantalla. Delante de la primera fila donde, no sólo hay que pagar la entrada, sino también un quiromasajista. Me da mucha rabia", ha dicho indignado con esta falta de empatía.
Su ya famosa grabación sorprende aún más porque, pese a lo duro de la imagen, lo grabó en clave de humor. Como buen gallego, Mario se apoya en el humor negro porque "para llorar ya habrá tiempo". Así, afronta su día a día: salir de casa, bajar los dos pisos de su edificio a gatas por las escaleras, coger su silla de ruedas de la sala de la limpieza y salir a la calle, donde empieza una segunda fase de dificultades: otros dos escalones más en la entrada del portal, muchas aceras sin asfaltar y el añadido de la abundante lluvia de la comunidad, a la que acepta con un mantra: "Cuando llueve, los gallegos lo hacemos todo igual, pero con lluvia".