Lucía, la exmonja que habló con el Papa, sobre el maltrato que sufrió dentro de la Iglesia: "Me tiraban cigarros"
Hablamos en exclusiva con la peruana Lucía Zegarra - Ballón
Fue una de las 10 jóvenes que habló con el Papa Francisco
Lucía cree que el documental "lava la cara" de la Iglesia Católica
Hay que ser muy nietzscheana para sentarse delante del Papa Francisco y decirle que Dios no existe. Que para ti, el Dios católico, su Dios, ha muerto. Y que esa muerte, lejos de causarte un vacío desconsolado, ha supuesto una liberación, un renacimiento. Un dejar de ser un servicial camello, para convertirse en un león y, después, en el alegre niño al que todos renunciamos. Hay que ser muy übermensch (superhombre) o una exmonja traumatizada por la Iglesia después de haber sufrido en carnes su escarnio y su violencia.
Éste último es el caso de Lucía Zegarra-Ballón, una de las jóvenes de distintas nacionalidades que protagonizan el documental 'Amén, Francisco responde' en el que mantuvo una charla de tú a tú con el mismísimo Papa en la ciudad del Vaticano. Y digo "protagonizan" porque, cuando uno lo ve, no sabe diferenciar muy bien quién es más importante: si el -denominado- santo pontífice o los 10 corazones que se desnudan ante él.
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Lucía fue contactada por una persona de su total confianza, quien le explicó que, desde España y Perú, se estaban buscando jóvenes de entre 25 y 26 años con historias vinculadas a los derechos humanos (salud metal, feminismos, eutanasia) para realizar un documental. "Pero, imagínate que terminé en Roma sentada delante del Papa", cuenta ella misma en una entrevista exclusiva para Yasss.
Aunque la grabación ha tenido muy buena acogida, Lucía no está conforme con el resultado. Cuando las cámaras se apagaron y Bergoglio se fue, no se sintió mejor, porque, una vez más, pensó que su denuncia no iba a llegar a ningún lado. En escasos minutos, esta peruana le contó su caso: a los 15 años, fue captada por la Iglesia. A partir de ahí, comenzaron años de maltrato físico y psicológico en los que los líderes de su congregación le prohibían la comunicación con su familia bajo el disfraz del retiro espiritual. Le tiraban cigarros, le daban bofetones. Las monjas le decían que pensar en suicidarse era un pecado. Y sólo la sabiduría de su cuerpo, al enfermarse y necesitar hospitalización, y su posterior carrera de psicología, consiguieron sacarla de las fauces de la secta.
Al igual que Juan Cuatrecasas, el compañero que denunció haber sido violado por un profesor del Opus Dei cuando era pequeño, Lucía sabe que la deshumanización, la violencia y el abuso "se siguen permitiendo" dentro y fuera del Vaticano. Y que ellos dos sólo son dos víctimas más del victimario. Sin embargo, aunque no quedara satisfecha, su denuncia completa ha llegado hasta aquí, al otro lado del Atlántico. Y eso tiene que servir para algo:
P: ¿Cómo entraste en contacto con la Iglesia?
R: "Yo me topé con la congregación a la que pertenecí cuando tenía 15 años, siendo una niña. Me vi en un lugar donde se hablaba mucho de darle sentido a tu vida, de ser feliz, de poder servir y aliviar el sufrimiento y a mí todo eso me llamó mucho la atención. Las mujeres y hombres consagrados invitaban a jóvenes de mi edad, menores, a sus casas a ver películas, hacer pijamadas, creaban ambientes para que hablásemos de nuestros dolores y sufrimientos de forma bastante forzada, te invitaban a tomar helado, a hacer deporte; en fin, había actividades aparentemente inofensivas en las que cualquiera podría sentirse a gusto".
P: ¿Cuándo comenzó el terror físico y psicológico?
R: "El primer retiro al que fui en toda mi vida, duró un fin de semana. Si bien era libre entregarles tu celular, había un anuncio previo de que no hacerlo implicaba darle la espalda a dios y su supuesta invitación de escucharlo durante esos días. No creo que sea necesario desarrollar por qué eso es manipulador a nivel emocional. Después de entregar el móvil, te invitaban a pasar a una capilla para empezar las charlas. Ya no se podía hablar. Para mí, fue terrorífico entrar. Las luces estaban apagadas, la iluminación había sido ambientada con unas pocas velas a los costados y, adelante, en el altar, había un ataúd. Un ataúd de verdad. La llamaban “la charla de la muerte”. Tras escucharla, te mandaban a escribir tu propio epitafio.
Sólo ese fin de semana hubo charlas en las que nos lanzaron alcohol, tiraron cigarros, nos gritaron terriblemente, arrancaban los pétalos de una rosa mientras decían que eso les hacíamos a nuestras madres cada que les mentíamos. Incluso un médico fue a hablarnos de aborto, desde la narración ficticia de un feto. Una barbarie.
P: ¿Os pegaron también?
R: "Al volver del retiro, una monja de 23 años me dijo que quería ser mi guía espiritual. El guiamiento espiritual consistía en, sencillamente, contarle toda mi vida, de forma “absolutamente transparente”, porque era la única manera en la que ella podía ayudarme a estar más cerca a dios. Eso, en cualquier vínculo, genera una dinámica de poder, de asimetría, porque además, yo no podía saber nada de ella. Llegó a pegarme. Tengo recuerdo solamente de que fuese una vez, porque fue delante de otra persona. Me pidió disculpas, sí. Pero me dio una cachetada que me volteó la cara y luego no me dejó salir de la habitación hasta que se me borró la marca de la cara".
Le dije a la monja superiora que ya no quería seguir viviendo. Ella contestó que pensar eso era pecado
P: "¿Cuándo tocaste fondo?"
R: "Ya habiéndome mudado a Lima para ingresar al convento, pasaron más cosas que es doloroso recordar. Fue un proceso de pérdida muy fuerte. “Hay que despojarse de una misma”, es una de las máximas. Estaba prohibido hablar sobre temas personales con las demás, una vivía en aislamiento y soledad absoluta. No había conexiones humanas ahí dentro. Cada vez era más intensa esa dinámica de control total, porque a la superiora le debías todos los secretos de tu alma. La superiora estaba estudiando psicología y, una vez, estando yo ya muy mal emocionalmente, acudí donde ella para decirle que ya no quería seguir viviendo, que me quería morir. Para mí, fue un proceso progresivo de desgastamiento, que me llevó a una depresión y ansiedad muy fuertes. Ella me respondió que no podía pensar esas cosas porque es pecado. Siendo psicóloga, ojo".
P: "¿Y cómo conseguiste salir de esa dinámica?"
R: "Le agradezco a mi cuerpo haber soportado tanto y me agradezco finalmente haberlo escuchado para salir de ese lugar. Salí porque estaba enferma y el médico me dijo que huyera lo antes posible. No fue tanto porque yo quisiera, sino porque me lo indicaron. La idea era volver cuando me curase, pero las monjas se dieron cuenta de que era mucho más grave de lo que se pensaba y me dieron la espalda. Me dijeron que no volviera, que hiciera mi vida y que terminara mi carrera. Seguí siendo católica y seguí perteneciendo al movimiento laical pero, con el tiempo, con mucha terapia y además estudiando psicología, empecé a recuperarme y a darme cuenta de lo que realmente había sucedido. Después de mí, salieron muchas chicas más, con depresión, ansiedad e incluso trastornos de la conducta alimentaria. No solo te deshumanizan, como dijo Bergoglio en el documental, te matan poco a poco. Y lo hacen en nombre de dios".
El Dios católico da más medio que el mismo demonio
P: ¿Y dejaste de creer también en él, en Dios? Eso es duro para una monja.
R: "Finalmente, entendí que la iglesia ha sido una malversación de infinidad de temas, elegidos a dedo para el beneficio de grupos de poder que poco o nada tienen que ver con dios. Y todo está tan maquillado, que hasta el maquillaje se nos ha hecho atractivo. Pero yo fui a la Capilla Sixtina y me dio ganas de vomitar y llorar al mismo tiempo. Sí, se me removieron todos los cimientos que en algún momento sostuvieron mi vida, pero resistirse a hacer un duelo, duele más que el duelo mismo. Y sigo llevando mi vida con esa misma conciencia, sigo buscando y sigo sanando. No sé si dios existe, pero definitivamente ese dios católico, castigador e inventado a partir de dogmas y doctrinas absurdas, da más miedo que el mismo demonio.
P: ¿Te gustó la respuesta del Papa Francisco?
R: "No me gustó, porque en realidad no contestó ninguna de mis preguntas, sino que mas bien las evadió. En general, habla de situaciones que él mismo podría cambiar, pero no lo hace y siempre se ha quedado en el discurso. Y por supuesto, no asumió ninguna responsabilidad, siendo él el representante de la institución violenta. La congregación a la que yo pertenecí, sigue existiendo y sigue reclutando con los mismos mecanismos abusivos. Sencillamente, no le creo. En la iglesia católica, si les cuestionas te violentan, pero si violas a niños y niñas, te protegen y te envían de retiro a Roma".
No me gustaron las respuestas del Papa Francisco
P: ¿Para qué crees que sirve el documental?
R: "Principalmente, para lavarle la cara a la iglesia. Luego puede que sirva, desde unos estándares muy bajos, para invitar a las personas a que puedan ver que hay realidades más allá de la institución y que son todas válidas".
P: ¿Qué pasó cuando se apagaron las cámaras?"
R: "Bergoglio y sus guardaespaldas se quedaron un momento más, nos tomamos una foto con todo el equipo y se fue. Luego grabamos algunas cosas más y nos fuimos a comer. Fue a partir de ese momento que podíamos hablar entre nosotr@s con libertad sobre nuestras historias, porque se había querido guardar la sorpresa para la grabación".