Nunca se había hablado tanto de las agresiones sexuales como se está haciendo ahora. Primero, porque desde que la víctima de La Manada denunció la agresión múltiple que sufrió en Pamplona en el año 2016, las mujeres han perdido el miedo a delatar públicamente a sus agresores. A señalarles con el dedo y llevarlos ante la justicia, confiando en la veracidad de su relato. Y segundo, porque con la entrada en vigor de ley del Solo sí es sí, la excarcelación de muchos violadores condenados ha sido un agravio que Igualdad debe reparar. Pronto. Ya.
Aunque la ley - o esa parte de la ley - esté en el ojo del huracán y sea el principal mecanismo del Estado para impedir la proliferación de agresiones sexuales (alentadas por modas en las redes sociales), no es el único. La educación no machista, la crianza en igualdad y diversidad y el fomento del respeto, dentro y fuera de casa, es la clave para una sociedad que debería evolucionar hacia un mundo más igualitario, a la altura de lo que cualquier antepasado esperaría de los años 2000.
Dicha base educativa es una batalla perdida en la mayoría de los casos de los agresores condenados, que, tal y como cuenta la psicóloga Noelia P. para Yasss, ejercen violencia sexual contra mujeres y niños porque - sin que sea una justificación - ellos la sufrieron antes. Pero, gracias a la labores como la suya: liderar terapias grupales para agresores sexuales dentro de la cárcel, no todo está perdido. Que los sentenciados deben cumplir sus condenas es un hecho; pero si, además, hacen terapia y son reeducados durante ese largo proceso, su reinserción será mucho más prometedora:
La primera pregunta es evidente. ¿Un agresor sexual se puede rehabilitar?
Sí. El 80% de los agresores que han pasado por las terapias no reinciden. Los programas son eficaces y muchos de ellos acuden porque el informe de los psicólogos puede ser beneficiosos ante el juez. Para que funcione, tiene que haber un grado de reconocimiento, porque muchos no asumen lo que han hecho y, poco a poco, eso va cambiando. La terapia dura dos años y, los que logran terminar, no reinciden.
¿Cómo son esas terapias? Al detalle.
Las terapias son grupales y todos los participantes están condenados por un delito de agresión sexual. Todos están próximos a salir de permiso, es decir, que han cumplido ¾ de su condena porque, hacerlo al principio de su paso por la cárcel, no tendría sentido. La terapia no sería eficaz tantos años después.
Lo primero que hay que hacer es crear un clima de confianza y ahí se tratan emociones y pensamientos generales para que cada reo vaya tomando conciencia. A mitad del programa, abordamos la responsabilidad y se trata el ciclo del abuso, para que ellos mismos entiendan cómo se fueron acercando a la agresión.
¿Y cómo se acercan?
Hay que conocer su vida previa a la agresión. Si ha habido un despido o una mala situación personal, si se consumen drogas… Y saber cuándo empezaron a fantasear con la agresión. A ver pornografía. Los agresores de mujeres suelen haber sufrido violencia previa. Los de menores, es probable que sufrieran abusos también. Muchas veces, los agresores de mujeres no saben identificar que la mujer no les da el consentimiento, tenemos que enseñarles. Piensan que ellas quieren, luego entienden que se sobrepasaron, incluso, alguno confiesa que lo hizo mientras la chica estaba dormida…Tenemos que hacer que se den cuenta”.
El consentimiento es, precisamente, la lucha de Irene Montero en la ley del Solo sí es sí…
Sí, es que tiene que haber un consentimiento explícito. Sea verbal o no verbal.
¿Y qué te parece la salida de los agresores de prisión por el reajuste penal?
Es que, si les das ese derecho, lo más normal es que lo reclamen. Aunque tengo que decir que, entre los últimos que he tratado, hay gente muy trabajada que, voluntariamente, no va a reclamar nada. Ya son conscientes del daño que hicieron y que deben finalizar sus condenas.
¿No te da miedo estar en una sala con condenados por agresiones sexuales?
No. Es mi trabajo y no tengo prejuicios contra ellos porque lo que quiero es que, ya que van a salir, porque van a salir en algún momento, no haya más víctimas. Además de mejorar la calidad de vida de mi paciente, cuando trabajo con el agresor, estoy pensando en la víctima. Es cierto que, cuando empecé, los relatos de las agresiones son tan explícitos que llegaba a mi casa y vomitaba. Pero porque veía delante de mí al agresor y no a la persona. Y yo trabajo con personas.
¿No te han hecho comentarios machistas?
Sí. Sobre todo, los condenados por violencia de género. Ya de por sí, debo tener ojo con la ropa que me pongo cuando voy a estas terapias. Y, un día, me puse un escote así que no era tan redondo y uno de ellos me dijo: “Vaya pechotes”. Tuve que recordarle que podían expulsarle de la terapia solo por ese comentario.
¿Cuál ha sido tu peor experiencia en estas terapias?
La peor fue con un chico que hizo unos dibujos espantosos que me daban miedo. Tenían vulvas y cosas así. Y, como no pude darle mi opinión sobre ellos de forma inmediata, se autolesionó porque no podía soportar la incertidumbre.
¿Y la mejor?
Pues con un paciente a lo Will Hunting. Era un chico acusado de violencia de género y era muy violento. Hacía boxeo. Había pegado a su pareja y la había insultado, estaba enfadado con la vida. Estuvo 30 sesiones sin hablar conmigo, no quería participar. Pero, cuando vio que se iba a acabar la terapia, se abrió y, hoy en día, sigo al tanto de su conducta.
Por último, ¿se adaptan estas terapias a la diversidad?
Pues sí. Hay un grupo que está a punto de empezar en el que hay un condenado transexual. Fue condenado como hombre porque era hombre cuando cometió la agresión. Hizo su transición de género en la cárcel y, como no está operado de los genitales, sigue en la prisión de los hombres. Si no, tendría que pasar a la de las mujeres.