Javier Zabalza, autor de 'Rompecaras': “He querido hacer un retrato de Madrid y los madrileños”
El periodista Javier Zabalza debuta como escritor con ‘Rompecaras’, una trepidante novela donde un grupo de jóvenes conductores pone en jaque al Estado
“En las carreteras nos mostramos como solemos ser”, dice el autor, que se ha documentado durante dos décadas para urdir las adictivas tramas de la novela
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“De regreso a casa un conductor es asaltado en la carretera por tres jóvenes en dos coches. El líder del grupo es Daniel, que vive obsesionado con un episodio de la adolescencia. Madrid conoce así a los Rompecaras, una banda que pondrá contra las cuerdas al Ayuntamiento de Madrid y al Ministerio del Interior durante un verano entero”.
Con estos mimbres, ¿quién no quiere seguir leyendo? A Javier Zabalza se le ocurrió esta historia –cómo no- al volante de su coche en una carretera cualquiera donde pasa incontables horas cada año, como miles de madrileños. La diferencia con el resto de los conductores es que Javier Zabalza es periodista y sabe contar historias y documentarlas. Lleva haciéndolo tres décadas en Informativos Telecinco. La otra diferencia es que esta historia no es real, sino ficción, pero es tan verosímil que el lector queda enganchado hasta el final.
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Rompecaras (Ed. Caligrama) es sobre todo un retrato de Madrid y los madrileños, de sus ricos, sus políticos y sus clases medias y bajas. Una trama magistralmente urdida donde se entrelazan intereses económicos, políticos y hasta traumas infantiles. Una narración adictiva, con persecuciones cinematográficas y atascos monumentales que también atrapan al lector.
Pregunta: ¿Qué llega antes, la idea de escribir o la idea de la novela?
Respuesta: Surgió hace tantos años que ya no me acuerdo. Supe que tenía que escribir algo tras leer a Jhumpa Lahiri, premio Pulitzer por Intérprete de emociones, una novela de relatos. Me dije: tengo que intentar escribir algo así alguna vez. Y esto fue hace 20 años. Mi cabeza se puso a buscar historias. No sé cómo surgió esta novela, pero imagino que conduciendo. Cuando vas por la carretera en Madrid te acabas contagiando del ambiente.
P: ¿Y qué has descubierto al ponerte a escribir?
R: Es un proceso que va solo. Tu cabeza busca piezas todo el tiempo y luego las junta. Así es como va tomando forma la idea hasta que llega un momento, después de muchos años, que te pones a escribirla. Y entonces me entró miedo. Me di cuenta de que tenía que escribirla como fuera: una vez la tienes tan pensada ya no tienes excusas. El problema es que yo no había escrito nada en mi vida. Fue un momento muy difícil.
Esta es una novela que gira mucho en torno a la mala educación
P: Pero tú sí estás acostumbrado a escribir para televisión.
R: Sí, pero pensaba que no iba a saber escribir de una manera literaria. Al principio me costó mucho encontrar mi tono. Yo no tenía ninguno, no me reconocía, no sabía cómo tenía que escribir. Pero después de páginas y páginas me di cuenta que sí lo tenía. Al final me contagié de mi propio lenguaje periodístico: terminas recortando las cosas, vas al grano. En lugar de ser un obstáculo, me ayudó a escribir esta novela.
P: Resume el planteamiento de Rompecaras. Sin destriparla, claro.
R: La novela es sobre unos chicos que van conduciendo por Madrid en busca de determinados conductores. Consiguen detenerlos en la carretera, los bajan del coche, se lo destrozan y les entregan un mensaje. Y no destripo nada porque eso son las primeras cuatro páginas.
P: Y todo ello con Madrid y sus carreteras como telón de fondo.
R: Yo quería hacer un retrato de la ciudad de Madrid, el Madrid de los alrededores, de las carreteras de circunvalación, del extrarradio, de los centros comerciales, de los polígonos industriales, de lo que no suele quedar bonito en las novelas de Madrid. Pero por sus páginas también desfilan muchos madrileños y su carácter. En las carreteras nos mostramos cómo solemos ser y lo que hacemos. Es un Madrid que se maneja con cierto desdén hacia los demás, con cierto desencanto y un poquito de agresividad.
Hay un Madrid que se maneja con cierto desdén hacia los demás, con cierto desencanto y un poquito de agresividad
P: Pero también con cierta camaradería.
R: Sí, y eso era importantísimo para mí. No quería hacer una novela negativa sobre Madrid, sino contar también lo bueno que tiene esta ciudad, que es mucho y que contagia a toda la gente de fuera. La mayoría de los madrileños somos gente de fuera, o tenemos los padres que vienen de fuera. Aquí de dónde vienes no importa tanto, no te matas por ello, no es tan determinante. Te vuelves un poquito más abierto.
P: En el libro también hay mucha chulería madrileña.
R: Sí, pero quería retratar esa mala uva también desde el cariño y el respeto, sin hacer escarnio de la ciudad y de los personajes. He intentado escribir sin estereotipos, porque sé que al lector o a la lectora no le iba a gustar nada.
P: Has aguzado mucho el oído. Se nota en los diálogos.
R: No es tan difícil porque los personajes están basados en tipos que te acabas encontrando. Es verdad que no todos conocemos a concejales, alcaldes o consejeros delegados, pero sí tenemos la idea de que se pueden manejar de cierta manera, que pueden decir determinadas cosas. No es difícil meterte en su piel y hacerte una idea de qué cosas dirían y de qué hablarían.
El madrileño tiene una suerte de resignación que le ayuda a sobrevivir a un montón de situaciones
P: Y eso vale para el rico, el pobre y el político.
R: He intentado mostrar que personas de distintas clases sociales pueden compartir la misma superficialidad y pueden tener la misma mala educación. Esta es una novela que gira mucho en torno a la mala educación.
P: En Rompecaras la coletilla “la gente está fatal” la dicen por igual ricos y pobres.
R: Es muy madrileño eso de decir que hay que ver cómo es la gente, la gente está fatal, esto está de pena, esto no hay quien lo arregle. Tenemos una suerte de resignación que nos ayuda a sobrevivir a un montón de situaciones. Eso nos ayuda a ser como somos y vivir como vivimos, a ser un poco más despreocupados. El lado bueno es que tenemos una vía mental de escape.
P: Hay varias tramas: una política, otra económica y otra la de los Rompecaras y sus víctimas. Se van embridando. ¿Supuso eso un reto narrativo?
R: Fue difícil entrelazarlas y que no pareciera forzado ni que se resolvía de manera conveniente. Quería que todo se sujetara de una manera natural. En la novela queda claro que hay una simbiosis muy clara entre el poder político y el poder económico. Las élites se relacionan entre ellas como no lo hacemos los demás. Por ejemplo: ellas levantan un teléfono y hablan al momento con alguien importante de la empresa o de la política.
Tenía que representar a ese personaje lleno de resentimiento hacia la gente que ha tenido oportunidades que él no ha tenido
P: Y hay un madrileño arquetípico: Antonio.
R: Es un personaje que te podrías encontrar en cualquier calle o en cualquier sitio de Madrid. Es un madrileño cien por cien. Es una persona que en cierto modo no asume la responsabilidad de su propia vida porque si no le va bien es porque alguien tiene la culpa. Y eso es algo muy, muy madrileño. Tenía que representar a esa parte de Madrid que se queja mucho. Tanto Antonio como Patricia, su mujer, se quejan mucho. Tienen todo este resentimiento hacia la gente que ha tenido oportunidades que él no ha tenido. Pero tampoco él se mata por ser mucho más de lo que es. Y su vida de escape es quejarse y proclamar que su vida es injusta.
P: Y luego está un personaje que muchos hemos conocido: el nuevo rico.
R: Es el caso de Beiras. Representa a un tipo de empresario, de nuevo rico que, por mucho desempeño que le ponga, lo que nunca puede tener es gusto. Y además parece que ni siquiera le importa. En determinados círculos siempre te vas a encontrar a ese empresario que es un poco paleto, que no tiene la cultura que se le presume. Se diferencia de otro personaje, Cata, que es una empresaria más cultivada, mucho más fina, más inquieta, una persona totalmente diferente.
P: Pero ambos se entienden bien.
R: Sí, porque hablan el lenguaje del dinero, el de los intereses compartidos. Además les une su pasado, cuando él se portó noblemente con ella.
En determinados círculos siempre te vas a encontrar a ese empresario que es un poco paleto, que no tiene la cultura que se le presume
P: En la novela se retrata también cierto esnobismo ligado al dinero.
R: Sí, he intentado representar ahí a la gente que tiene dinero pero que no tiene educación. Creen que tener dinero lo es todo. He querido dejarlos un poco con el culo al aire. Actúan con impunidad: creen que al tener dinero pueden comportarse como quieran. Saben que subir de clase social te permite hacer cosas que los demás no pueden hacer, y lo aprovechan al máximo.
P: Se describe otra realidad muy madrileña: las extenuantes jornadas laborales.
R: Los madrileños (y también los españoles) presumimos mucho de nuestra calidad de vida, pero en realidad no la disfrutamos. No vivimos tan bien como pensamos y ni como creemos. Somos muy esclavos del trabajo y de los atascos. Pero también nos quejamos de un montón de cosas y no sabemos apreciar lo que tenemos.
También he intentado retratar a gente que tiene dinero pero que no tiene educación
P: Ahora una pregunta capciosa: ¿tendremos que esperar otros 20 años para tu siguiente novela?
R: Pues no me sorprendería nada (ríe). Esta novela me ha dejado seco. Ya no me queda nada. Lo bueno es que le he perdido el miedo a la página en blanco.
P: ¿Y qué consejo le darías a alguien que duda si escribir su primera novela?
R: Que se tome el tiempo necesario para pensarla, pero que cuando se siente a escribir no se quede a medias. Su única misión es escribir esa novela.