¿Somos racionalmente irracionales?
Julia Galef publica ‘La mentalidad del explorador’, un estimulante ensayo sobre nuestros prejuicios y sesgos a la hora de tomar decisiones
Apuesta por valorar imparcialmente las opiniones ajenas como el método más adecuado para tener una opinión mejor informada
Cree que las personas más seguras y convincentes son a la vez las más abiertas a reconocer sus errores y fracasos
Cuando el ensayo La mentalidad del explorador (Paidós) cayó en mis manos lo primero que hice fue rastrear las credenciales de la autora. No busqué mucho. Solo comprobé que era más joven que yo. De forma automática pensé: no creo que vaya a aprender mucho. Pero como el título del libro era sugerente decidí seguir adelante. Siempre con una mueca de escepticismo.
Ya en las primeras páginas del libro Julia Galef diagnosticó lo que me pasaba: estaba utilizando con ella el llamado razonamiento motivado, que otros llaman sesgo de confirmación y que todo el mundo conoce como prejuicios. Solo nos fiamos de aquello que se amolda a lo que queremos creer. No a la verdad. Para dar más empaque, la autora cita a Tucídides: “El hombre tiende a usar la razón para descartar aquello que no le conviene”. No se puede decir mejor, pero aun así lo intentaremos: tenemos una gran capacidad para engañarnos a nosotros mismos.
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Así que investigué un poco más el currículum de Galef. Descubrí que lleva años entrevistando a pensadores y filósofos para un famoso podcast neoyorquino llamado Rationally Speaking y que es cofundadora del Centro de Racionalidad Aplicada. No es alguien que pasaba por allí.
Lo del libro de Galef es una bofetada de realidad: solo prestamos atención a lo que nos conviene. Nos negamos a ver la verdad. ¿Por qué? Porque lo que nos conviene nos da certeza. Y la certeza es “agradable, sencilla y nos hace sentir inteligentes”. El problema es que, por regla general, nuestros razonamientos no derivan en certezas, sino en ilusiones. Son un cómodo autoengaño.
Para explicarlo, Galef nos presenta la hipótesis de la irracionalidad racional del economista Bryan Caplan. Viene a decir que se nos da bien utilizar cierta irracionalidad, pero solo en las dosis necesarias para alcanzar nuestros objetivos sociales y emocionales, “sin alterar demasiado nuestra capacidad de discernimiento”.
La autora comenta un caso que a algunos les sonará de los libros de Historia: el affaire Dreyfus, el oficial judío del Ejército francés condenado por espiar para los alemanes en 1894. Ninguna prueba apuntaba a él, pero el prejuicio antijudío pesó más. Años después otro oficial, el coronel francés Picquart, demostró su inocencia. También era antijudío, pero se atuvo a las pruebas.
Cree Galef que nos ahorraríamos muchos disgustos si dejáramos de confiar en la suerte y tuviéramos mayor claridad. Para ello hay que ser permeable a las opiniones ajenas y valorar todas las opciones. “Tu opinión solo es un punto de partida, no de llegada”, recuerda. La autora pone como ejemplos a Elon Musk y Jeff Bezos. Eran muy conscientes del fracaso casi garantizado de Tesla y Amazon, pero lanzaron esos proyectos porque también valoraron con realismo las posibilidades de éxito. Sin autoengaños.
Musk o Bezos son lo que llama Galef "exploradores" (scouts en el original inglés). Ven las cosas como son, no como quieren que sean. Se mueven bien entre la confusión y la incertidumbre, realidades que no tienen por qué ser problemáticas. No les preocupa el qué dirán, ni son los más inteligentes, ni los más cultos, pero sí los más prácticos.
También lo eran Benjamin Franklin y Abraham Lincoln, de los que destaca otra cualidad: su humildad a la hora de reconocer sus propios errores. Y curiosamente esa humildad generaba mayor seguridad y confianza en sus interlocutores. Hay una advertencia llamativa en el ensayo: es difícil convencer a alguien de tu opinión si es categórica.
Aquí entra en juego un elemento interesante: nuestro apego a la identidad. Como otros muchos autores (se me ocurre ahora Erich Fromm), Galef mantiene que la identidad es solo una descripción variable: “Soy liberal mientras me parezca bueno el liberalismo”. La identidad es algo práctico, no una verdad absoluta.
Los “exploradores” recopilan información, barajan opciones y luego apuestan. Yerran, pero aprenden del error. Por eso sus posibilidades de éxito a largo plazo son mayores. Se puede decir que fracasan de forma inteligente. Como decía Isaac Asimov: “La exclamación más emocionante del científico no es ¡eureka! sino ¡qué curioso!”
Tras decenas de entrevistas a científicos y pensadores, la autora confiesa que ha llegado a ser muy indulgente con la irracionalidad de los demás. “No soy yo quién para juzgar”, proclama en tono casi bíblico. Desde luego yo tampoco. Reconozco mis prejuicios con Julia Galef.
Será más joven que yo, pero a buen seguro más sabia.