Podría parecer sencillo, pero reaparecer cinco años después de tu última gran actuación y hacerlo en la final de una Super Bowl, considerado el mayor evento deportivo del mundo, no es tarea fácil, incluso para torbellinos musicales como Rihanna. Pero no hay nada con lo que la estrella mundial del pop no pueda, tanto es así que anoche la artista de 34 años reaparecía para dejar incluso en un segundo plano el espectáculo que ella misma se encargaba de calentar en el descanso.
Cada cambio de canción era una ovación obligada, demostrando que no ha perdido ni un ápice de carisma y recuperando una versión arrolladora de sí misma tanto como lo es su capacidad de marketing, con una camiseta de la firma creada por ella, Savage X Fenty, en la que se podía leer “concierto de Rihanna, interrumpido por un partido de fútbol” que mostraba en sus redes la actriz y modelo Cara Develinge, todo en una final que se llevó Kansas City Chiefs con un nuevo anillo para Patrick Mahomes, relegado a un segundo plano por el torbellino de Barbados.
Lo hizo con varias sorpresas, sin cambios de vestuario mediante, ni invitados, solo ella junto a un gran elenco de bailarines que ejecutaron una función milimétrica y perfecta de casi 15 minutos que llenaron de júbilo, gritos y aplausos el State Farm Stadium de Glendale, Arizona. El gigante musical se agrandó más si cabe en un reencuentro que servía para descubrirnos su segundo embarazo ante millones de espectadores.
Una actuación comprimida que ya quisieran muchos igualar a lo largo de dos horas habituales de grandes conciertos. Mono rojo y decenas de bailarines de blanco electrizaban en un recorrido en forma de medly de hits musicales como Bitch better have my money, Where have you been, Only girl (in the world) que iban sucediéndose de manera continuada con Rude boy, Work y “Wild thoughts” mientras que “Umbrella” y el cierre con “Diamonds”, el single que la hizo despuntar en su carrera, convertían en algo real una especie de sueño.
Trece minutos que sonaban y daban sensación de concierto de larga duración porque no es solo el manejo y fuerza arrolladora de la artista lo que impacta, también el acompañamiento de un “circo” musical creado a imagen y semejanza del espectáculo que tocaba amenizar. Unas plataformas con poleas que subían y bajaban en una primera parte de una actuación que bien podría parecer una secuencia de Mario Bros pero sin saltos y, ante todo, a prueba de vértigos. Aquí Rihanna se convertía en heroína de la noche sin un mínimo fallo en su ejecución.