Ocurrió una noche de verano hace años. Los turistas británicos del piso de abajo cantaban una canción pegadiza y yo los escuchaba desde mi terraza. Conocían bien la letra y no desentonaban. No hubo interrupciones. La cantaron de principio a fin. En esos tres minutos parece que fueron felices.
Cuando acabaron siguieron con sus copas, sus risas y sus charlas. Pero yo ya no escuché más. Intentaba retener una frase del estribillo: Top of the World. Corrí hasta mi teléfono y la busqué en Spotify. Tuve suerte: ese era el título. El grupo era The Carpenters, a quienes apenas conocía. Me puse los auriculares y escuché de nuevo la canción. Y entonces descubrí lo que ocultaron las gargantas de mis vecinos: la prodigiosa voz de Karen Carpenter.
¿Cómo no había conocido hasta ese día la existencia de ese timbre? Seguí investigando. The Carpenters eran dos hermanos estadounidenses: Karen y Richard. Ella batería y voz y él, tres años mayor, teclista y líder. Pero sus éxitos eran de otros. La voz de Karen los transformaba. Un registro de contralto, el más grave y raro entre las mujeres. ¿Cómo definir su cariz? ¿Aterciopelado? ¿Incluso varonil? Al escucharla, el compositor Burt Bacharach exclamó: “¡Oh, Dios mío!, ¡Que voz!"
Top of the World, Close to you y Please Mr. Postman alcanzaron el número 1 en Estados Unidos a principios de los 70. Pero era un éxito raro. Pocos se declaraban públicamente seguidores de The Carpenters. No eran los Rolling, ni siquiera los Beach Boys. Sus canciones eran cursis. Incluso se hacían bromas sobre ellos. Tampoco hoy The Carpenters es un grupo conocido. Quizá por eso mi ignorancia sobre ellos.
Pero en aquellos días los hijos pedían a sus padres que subieran el volumen de la radio del coche si sonaba la voz de Karen Carpenter. Y todos cantaban al unísono, como mis vecinos británicos. Estados Unidos necesitaba evadirse entre la guerra de Vietnam y los disturbios universitarios. The Carpenters aportaban placer instantáneo con sus melodías pegadizas y arreglos almibarados. Nixon los definió como “los jóvenes Estados Unidos en su mejor momento”.
Pero Karen Carpenter no se sentía contenta con su cuerpo. Y estar en primera línea de la fama no ayudaba. Tampoco que pocos conocieran entonces un trastorno de alimentación como la anorexia nerviosa. Karen tomaba laxantes y grandes cantidades de ipecacuana, un jarabe que induce al vómito.
Su cuerpo comenzó a fallar. Un disco en solitario y un matrimonio fallidos terminaron de arruinar su salud mental. La tímida cantante murió de insuficiencia cardiaca el 4 de febrero de 1983, hace justo cuatro décadas.
Tenía 32 años.
Solo entonces se empezó a investigar en serio sobre un problema que sufrían y sufren miles de jóvenes. Escuchar su voz ahora es recordar que el sufrimiento se oculta muchas veces bajo la belleza.
Confesión (culpable) final: yo también he cantado en el coche Top of the World con mi familia.