La cita es en la Casa Velázquez, un palacete de la Ciudad Universitaria de Madrid aislado de la ruidosa carretera de la Coruña por una hilera de árboles frondosos. En la verja de entrada, una R sobre una F recuerdan al visitante que entra en territorio de la República Francesa. La Casa Velázquez aloja a investigadores y artistas becados por París. “Cuenta la leyenda que la llaman así porque aquí venía Velázquez a pintar el cielo de Madrid”, nos dice el hispanista Jean-Claude Rabaté.
Los Rabaté, Colette y Jean-Claude, están de paso por Madrid antes de encaminarse a Salamanca para presentar el libro Unamuno y la política, de la pluma a la palabra. El volumen -generoso en fotos, documentos y artículos- es mucho más que un catálogo de la magna exposición que comisariaron en la Universidad de Salamanca; es una guía cronológica, exhaustiva y visual de la trayectoria pública de Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936). “Queríamos mostrar la coherencia del pensamiento político de Unamuno, muchas veces tergiversada porque muchos se fijan solo en sus contradicciones y paradojas”, apunta Colette Rabaté.
El itinerario empieza en sus años mozos. A los 15, el intelectual adolescente escribe su primer artículo en El Noticiero Bilbaino. Pide, por cierto, la agrupación de los partidos vascos en una gran Unión Vasco-Navarra para recuperar los fueros perdidos. La historia y sus ecos. La precocidad de Unamuno sorprende. “Siempre tuvo mucha curiosidad, desde pequeño compraba agendas donde escribía citas. Cuando a los 16 años vino de estudiante a Madrid, leyó mucho y escuchó a la flor y nata de su época gracias al Ateneo”, dice Colette Rabaté. “Aprendió más en el Ateneo que en la Universidad Central”, concluye Jean-Claude. “Es también una especie de autodidacta. Dice que aprendió alemán leyendo a Hegel, pero fue en el Ateneo donde tuvo clases particulares de un comerciante de Berlín”.
Los Rabaté son una referencia ineludible en los estudios sobre Unamuno, en particular en su faceta pública y política. Destacan su biografía, su libro sobre el controvertido papel del pensador vasco al inicio de la Guerra Civil (En el torbellino), la laboriosa edición de sus últimos cuadernos de notas (El resentimiento trágico de la vida) o la publicación, aún por concluir, de su epistolario; más de 3.000 cartas que ocuparán unos ocho volúmenes. Van por el tercero.
“Unamuno se 'casa' con la idea de España, fue testigo de cada gran acontecimiento, desde la guerra de Cuba a la Guerra Civil”, dice Colette. “No solo testigo, fiscaliza la vida política de España todos los días”, añade Jean-Claude. “Además de ser catedrático de Griego y rector de la Universidad de Salamanca, fue un publicista”.
Jean-Claude y Colette Rabaté ya eran novios cuando vinieron por primera vez desde la Universidad de Poitiers a un curso de verano en Salamanca. Jean-Claude recuerda ahora con cierto asombro cómo en aquel verano franquista del 69 –el año del estado de excepción, de la muerte del estudiante Ruano, del cierre de facultades…- pudo escuchar en Salamanca a referentes de la “izquierda como Alfonso Sastre, Buero Vallejo o el hispanista francés de escuela marxista Noël Salomon.
“Al comenzar mis investigaciones, a Colette se le ocurrió una idea muy buena: investigar sobre Salamanca. De ahí salió mi primer libro, 1900 en Salamanca, en el que cuento el enfrentamiento del joven Unamuno con el padre Cámara, el infatigable y polemista obispo de la diócesis. Y luego mi esposa me ayudó…”.
“Le había ayudado mucho en la sombra, como muchas mujeres", precisa Colette. "No pude hacer la tesis hasta los 40 años, después de ocuparme de los hijos. Trabajaba mucho en la biblioteca, pero no podía escribir…”. Jean Claude la interrumpe alzando los brazos: “¿No podía? Era incapaz de conseguir una síntesis final", nos dice de Colette. "Había tantas fotocopias que no podía acceder a la cama por la noche... Colette trabaja mucho. De sol a sol. Es hija de portugués. Su padre levantaba casas y ella hace libros”.
Los Rabaté no sólo son un matrimonio entregado a Unamuno, son una pareja unamuniana. Escucharles tiene algo de espectáculo. Se interrumpen mutuamente, se corrigen, se contradicen… “Vamos a divorciarnos por culpa de Unamuno”, dice sonriendo Jean-Claude.
Ambos coinciden en que Unamuno es el gran intelectual español del siglo XX, en el sentido más francés y comprometido de la palabra: el concepto acuñado a partir del J’accuse de Zola, el escritor que interviene en el debate público. “En Francia su apodo era el Víctor Hugo español”, recuerdan.
Escribió más de 4.000 artículos, dio charlas, discursos y conferencias por toda España. “Por la mañana podía redactar unos capítulos de El sentimiento trágico de la vida y por la tarde te soltaba un discurso criticando a los latifundistas debajo de una encina en el campo de Ciudad Rodrigo”.
Desterrado por el dictador Primo de Rivera en 1924 a Fuerteventura, el itinerario de su exilio pasa por París y Hendaya antes de regresar seis años después convertido en un símbolo y recibido por multitudes en la estación del Norte, en el Ateneo de Madrid, en Salamanca. El 14 de abril de 1931 proclama la II República desde el balcón del ayuntamiento de Salamanca en la plaza Mayor.
Unamuno fue protonacionalista vasco, cristiano pero anticlerical, exhibió querencia por el socialismo y el republicanismo, apoyó inicialmente el golpe militar del 36… “Por encima de los cambios, son evidentes las permanencias”, escriben los Rabaté en el libro. ¿Cuáles?
“Toda su vida fue un liberal tolerante. Rechazaba los dogmas. Era un hombre complejo, libre, independiente, nunca quiso pertenecer a ningún partido, reivindicaba su derecho a equivocarse”, responde Colette. “Detesta el catolicismo fosilizado, el militarismo, la monarquía, el colonialismo, el latifundismo; elogia a ‘enemigos de España’ como los rifeños de Abd el-krim o el héroe de la independencia filipina José Rizal fusilado por los españoles”, enumera Jean-Claude.
Sostienen los Rabaté que fue una referencia a Rizal lo que desató la furia del general legionario Millán Astray en el célebre enfrentamiento del 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Con 16 años, Millán Astray había combatido en la guerra de independencia de Filipinas. “Vencer no es convencer”, les echó en cara a los golpistas. "Muera la intelectualidad traidora. ¡Vivan la muerte!", pudo replicar -no hay una versión exacta- el general tuerto y mutilado por las guerras. La valentía acompañó hasta su muerte al intelectual vasco. “Fue una especie de acto de contrición por su apoyo inicial a los golpistas. ¿Por qué lo había hecho? No tenemos respuesta. El habla de candidez. Tal vez influyeron el desorden y la progresiva brutalización política, la república le había decepcionado”, explican los Rabaté.
Antes de despedirnos, salimos al patio de la Casa Velázquez para las fotos. La galería de columnas geminadas se abre a una espléndida vista de la sierra de Madrid, nevada en estos fríos y claros días de enero. Una placa rememora que aquí combatió una compañía de mineros comunistas polacos de la XI Brigada Internacional. Lucharon cuerpo a cuerpo contra dos tabor de regulares marroquíes el 15 y 16 de noviembre de 1936 en uno de los choques más encarnizados de la batalla por la Ciudad Universitaria. En aquellos momentos, Unamuno vivía sus últimas semanas recluido en su casa de Salamanca.
“Son días de mucha tristeza, soledad y aislamiento. Es un exiliado en su propia España. Se refugia en la escritura. Escribe bastantes cartas y poemas hasta la víspera de su muerte. Y también una especie de diario donde anota: hay que renunciar a la venganza”, dice Colette.
Muere el 31 de diciembre de 1936, tan solo dos meses y medio después del enfrentamiento con los golpistas en el paraninfo de la Universidad que le costó su destitución como rector por las autoridades franquistas. A la salida de su casa de la calle Bordadores, los falangistas cargan a hombros su féretro. Una paradoja final y cruel que la historia de España jugó a Miguel de Unamuno.