Hace 100 años –o incluso menos- era moneda corriente pensar que el castigo físico a los niños era un buen correctivo. Pero la ciencia ayudó a desmontar este error. Los avances en psicología, sociología y neurobiología concluyeron que el castigo físico traumatiza al niño y explica en gran parte la violencia de género. Eso es un ejemplo de progreso moral.
Pongamos ahora otro ejemplo: nadie duda de las contribuciones de Charles Darwin a la biología evolutiva, pero sus teorías derivaron en algunos casos en racismo biológico: se esterilizó a mujeres con índice de inteligencia bajo y los nazis ejercieron la eugenesia sobre miles de “vidas indignas”. Todo sobre la base de la selección natural. Está claro que la ciencia no aportó per se un progreso moral.
Son ejemplos extraídos del libro ‘Etica para tiempos oscuros’, (Ed. Pasado&Presente), de Markus Gabriel, el chico listo de la filosofía alemana que con solo 28 años ya era catedrático en la Universidad de Bonn. Gabriel mantiene que hay hechos morales que están mal: matar a un niño, empujar a alguien escaleras abajo, saltarse la cola. También otros que están bien: ayudar a los necesitados, prestar atención a los hijos, etc. Nadie los discute. Ni siquiera merecen justificación: “ni por Dios, ni por la razón humana universal, ni por la evolución”, explica Gabriel. Se sabe que están mal o bien y punto. “Son hechos, no necesitan justificación”. El autor combate así el relativismo cultural o el nihilismo, tan propios del posmodernismo.
Pero el pensador alemán mantiene que hay otros hechos morales que están ocultos, que no son tan fáciles de discernir, y que para clarificarlos requieren de elementos como la razón o una buena información (muchas veces proporcionada por la ciencia). Pero no debemos rehuirlos porque en ello nos va el futuro (o, como dice él, nuestro progreso moral).
El aborto es buen ejemplo. En la Antigua Grecia, donde se inició la filosofía, el aborto estaba mal visto: se pensaba que desde el momento de la concepción ya existía un diminuto ser humano dentro el útero materno. 2.500 años después, la moderna biología molecular ha demostrado que el óvulo fecundado es solo un conjunto de células, es decir, no un ser humano, sino un ser humano en potencia. ¿Estará ese grupo de células por encima de los intereses morales de la madre?, se pregunta Gabriel. Está claro que no: “En consecuencia, abortar ese primer período temporal no es ningún asesinato ni una maldad moral”.
Ya tenemos la respuesta, pero el ejemplo deja claro que la última palabra –el debate sobre cuándo se puede abortar- no se puede dejar solo a expensas de la ciencia, porque no es un debate exclusivamente científico, sino moral –donde la ciencia aporta información útil para el debate, nada más-.
Por tanto, el problema no es el progreso científico o tecnológico, sino su utilización moral. “Sin progreso moral no puede existir progreso humano”, dice Markus Gabriel. Y eso vale también para discutir sobre la eutanasia, la ley trans, la preservación del medio ambiente o el comercio justo.
Nuestra posición respecto a estos temas no debe ser estrictamente técnica, sino sobre todo moral, dice el autor. ¿Debo comprar ropa en una firma que explota a niños en países del tercer mundo? ¿Debo coger un avión para una corta distancia cuando hay medios alternativos menos contaminantes? ¿O coger el coche cuando voy a un lugar que está a tiro de piedra? ¿Es suficiente con no utilizar bolsas de plástico o debo además no comprar los juguetes hechos del mismo material? Necesitamos información para tomar estas decisiones, pero al final serán decisiones morales.
Hay una disyuntiva que muchos lectores se plantean: ¿Debo comprar un libro en Amazon o en la librería de mi barrio? Si elijo lo primero, ¿cómo afectará mi decisión a la viabilidad de las editoriales o las librerías? ¿Les beneficiará? ¿Les perjudicará? ¿Mucho, poco? ¿Y a los autores? Es un debate espinoso, pero cada vez más necesario. Hay quien no lo rehúye: hace poco el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince mostró su opinión en contra del “Netflix de los libros’.
En nuestra “sociedad complejísima” como la nuestra son interrogantes que no tienen tan fácil respuesta como otros, por ejemplo si debo reservar tiempo cada día para conversar con mis hijos o restringir las horas que utilizan el móvil. Pero, de nuevo, la complejidad estas decisiones no debe desanimarnos.
Markus Gabriel defiende que lo mejor que nos ha pasado ha sido la Ilustración, donde desarrollamos los mejores sistemas filosóficos y políticos: no solo nos han dado bienestar, sino también son los sistemas más justos y morales. Por eso necesitamos, dice, una Nueva Ilustración, donde esté exista un “realismo moral” (donde tengamos claro objetivamente lo que está bien o mal, independiente de las opiniones personales o de los demás), con el objetivo de buscar un “progreso moral”, cada vez más necesario.
Ese “realismo moral” será la brújula que aventará el grano de la paja, que nos ayudará a orientarnos en este mundo plagado de clics, bigdata, ideologías, estereotipos, propaganda y manipulación. El pensamiento ético es urgente, dice Gabriel, porque los debates actuales también lo son: ¿se debe gravar a bancos o eléctricas por el aumento de la inflación? ¿Y a las grandes fortunas? ¿Debe permitir el Twitter de Elon Musk todo tipo de opiniones? La lista es interminable.