Facendera (Anagrama), la primera novela de Óscar García Sierra (Llanos de Alba, León, 1994) comienza en un after. En él, el narrador le cuenta a una chica historias orales sobre un pequeño pueblo de León en el que el cierre de una mina ha eliminado cualquier futuro para toda la población. Y en especial para los jóvenes.
Unos relatos en los que se centran en la historia de amor entre El hijo de la farmacéutica y la hija de El de los piensos, el consumo generalizado de ansiolíticos, sexo en las ruinas de una ermita o quedadas en el parking con coches tuneados para poder sentirse vivo 10 segundos a la semana.
Como cuenta el propio autor a Yasss, se trata de una obra sobre su pueblo y de los de la zona. Localidades pequeñas y vaciadas en las que parece que no hay mañana. Una geografía que conoce perfectamente y donde cree que podría aportar más que sumándose a hablar otra vez de grandes ciudades.
“Mi idea al ubicar el libro en este espacio no era hacer una reivindicación política del asunto, sino porque es lo que conozco y los temas que quería tratar. Me refiero a temas como el irse del pueblo, qué ha pasado con los espacios industriales, el consumo ansiolíticos…”, explica.
Los personajes de la novela de Óscar García Sierra tienen una característica en común. Da igual la edad, si trabajan o están en paro. Todos ellos sufren de ansiedad por culpa de un presente y un futuro cancelados. Tanto es así que para El hijo de la farmacéutica solo es importante la mañana del domingo, cuando gana semana tras semana el concurso de altavoces que realizan con los coches tuneados en el parking.
“Es como la frase de A todo gas, cuando uno de los protagonistas dice que solo se siente libre lo que dura la carrera. Unos instantes que quizá son más difíciles de conseguir en el pueblo” cuenta.
Por ello, los personajes son grandes consumidores de ansiolíticos. Un tema que el escritor cree que es generalizable a cualquier ciudad, pero que le interesaba ligar al pueblo “por el tema de la deshonra y porque al mismo tiempo, a día de hoy mucha gente se ha dado cuenta de que se ha generalizado mucho. Quería jugar un poco con lo absurdo de todo eso”.
Una deshonra que hace que el consumo de estos medicamentos se haga a escondidas. Incluso que algunos protagonistas acudan a camellos para conseguirlos antes que a farmacias. “Es un problema que había en los pueblos hasta hace poco. La gente lo tenía como algo traumático. Por eso quería jugar con esa dicotomía”, explica.
¿Cómo se puede aspirar a tener un futuro en un lugar en el que hasta los grafitis se borran? ¿En el que los carteles de “Se vende” llevan tanto tiempo colgados en los balcones que pierden su color? Unos ejemplos muy gráficos que sirven para ilustrar la situación que hay en estos pueblos.
Unas localidades sobre las que Óscar García Sierra ironiza que se encuentran en fase dos de abandono. “Yo paseo por el pueblo y lo veo. Me encuentro edificios a medio construir llenos de grafitis. Y es algo que sucede no solo en mi pueblo, sino en los de los alrededores también. En uno de ellos, por ejemplo, había una mina y cuando esta cerró, todo el mundo se quedó sin casa”, apunta.
Una población y unas costumbres que, con el vaciado de estos lugares, se están perdiendo. Y con ellas su lenguaje. Por ello, a modo de reivindicación, el libro está escrito en leonés, como no podía ser de otra forma.
“En mi zona quedan pocos restos de vocabulario en leonés. Unas palabras que quería que quedaran impresas. Algo que me servía para reivindicar el idioma, que es lo que más me interesaba ya que yo estudié filología”, sostiene.
Una intención que queda clara con el propio título: Facendera. Una palabra que Óscar García Sierra cree que resume muy bien toda la obra, ya que es un tipo de trabajo comunitario que moviliza a todo el pueblo con un mismo fin, pero también hace referencia a esas historias orales que aparecen en el libro.
Con esta novela, el escritor suma un libro más a la lista de obras que buscan reivindicar la raíz, la procedencia. Historias como la de Andrea Abreu y su Panza de burro. Una idea que le han dicho bastante y con la que se siente a gusto.
“En mi caso, intentaba reivindicar el tema rural. Pero no diciendo que hay que volver al pueblo, que mi idea era realizar una crítica por cómo se ha dejado olvidado. Los que nos hemos ido de nuestros sitios tenemos la sensación de que tenemos que hacerles una especie de homenaje”.
Un tema del que todavía queda mucha tinta por derramar. “Sobre él se ha escrito alguna novela, como la de Noemí Sabugal de Hijas del carbón en la que habla sobre el fin de la minería. También el escritor Xaime Martínez ha tocado estos asuntos. El problema es que somos pocos los que vivimos de esto y que queramos contarlo”, cierra.