Un nuevo escenario "gigantesco" de 55 metros de anchura, 70 de altura y 400 metros cuadrados de gráficos aguardan a los espectadores de la gira "Sixty" de The Rolling Stones que arrancó este miércoles en el estadio Wanda Metropolitano de Madrid para regocijo de los amantes de sus superproducciones. Se trata de un concierto capaz de reunir a varias generaciones.
"En un estadio hay que exagerarlo todo, no como en un teatro, y los Rolling Stones siempre han hecho eso, ser cada vez más grandes en términos de espectáculo. No hay nadie que lo haga mejor que ellos", ha destacado Patrick Woodroffe, diseñador de su último espectáculo y de todos los que ha visto el público en los últimos 40 años.
Él fue de hecho el creador de la propuesta con la que Mick Jagger y compañía visitaron por primera vez Madrid en 1982. Fue en el estadio Vicente Calderón, en medio de una tormenta de rayos y truenos que se desató sin previo aviso sobre el escenario.
"Y justo en el momento en que el público pensaba que el concierto nunca llegaría a hacerse, los Stones saltaron al escenario entre relámpagos", ha rememorado Woodroffe para la prensa al destacar las razones por las que esta gira europea arranca en "una ciudad especial": "Aquel concierto está en el 'top 5' de todos sus espectáculos".
A unas horas del inicio de "Sixty", ha querido reunirse con la prensa para desentrañar algunas de las claves de esta gira, "un tour muy importante para la banda porque es el primero en Europa desde hace 3 años o 4 años y porque esta vuelta a los escenarios es una señal de la vuelta a la normalidad".
Woodroffe no ha ocultado que no ha sido para nada una organización fácil: "El bréxit, el coronavirus, la guerra en Ucrania... Ha sido complejo encontrar acero, los camiones para el transporte, el personal... Pero nos enorgullecemos de haber resuelto todos esos problemas", ha dicho.
La empresa responsable del diseño y la producción es Stufish Entertainment Architects, autores de otras propuestas icónicas de la historia de la música como el escenario con aspecto de garra y formato de 360º de U2 en su gira de 2009 o el escenario flotante del "On The Run II Tour" de Beyoncé y Jay-Z en 2018.
En el caso concreto de los Stones, esta es su décima colaboración con el estudio desde que en 1989 se hicieran cargo de "Steel Wheels", cuyo escenario futurista de ocho pisos de altura y más de 90 metros de ancho entró en el libro Guiness de los récords por sus proporciones colosales. Ligeramente modificado fue el empleado justo después en el tramo europeo, "Urban Jungle".
Suyas han sido también las arquitecturas de las giras "Voodoo Lounge" (1994), "Bridges to Babylon" (1997), "Forty Licks" (de 2002, en la que colaboraron con Jeff Koons), "A Bigger Bang" (2005), "50 & Counting" (2012), "14 on Fire" (2014) y, por último, "No filter", que en 2017 les trajo por última vez a España con una única parada en Barcelona.
Para esta ocasión, la idea central serán sus 60 años de aniversario, un concepto difuso en realidad porque desde hace años "todas sus giras tratan de celebrar con ellos la música que sus seguidores adoran, sin nada específico". "Pero es que es muy bonito que una banda como esta llegue a los 60 años de carrera con más o menos la misma alineación", ha señalado, antes de reconocer que habrá un recuerdo para el gran ausente, Charlie Watts, fallecido el pasado verano, justo antes del inicio de su último "tour" por EE.UU. Esta vez, ese recuerdo se vivirá "más como una celebración de su vida que como un lamento", ha puntualizado.
Las dimensiones del escenario, "muy elegante", volverán a epatar: 55 metros de anchura, otros 70 de altura y 400 metros cuadrados de gráficos pintados por el artista londinense Mark Norton, el mismo que ha rediseñado el icónico logo de la lengua creado en 1970 por John Pasche.
No faltarán las enormes pantallas que permitirán vivir "casi como un show televisivo de dos horas" no solo las emociones de sus protagonistas, sino que servirán también también "para crear atmósferas", como en el "dramatismo" de "Sympathy for the devil".
Woodroffe ha anticipado además que, en este horario de verano en el que en muchas ciudades europeas difícilmente se sumirán en una oscuridad completa, será un show que funcionará tanto con luz de día como en la noche y lo hará "especialmente en la hora mágica de la caída del sol". Preguntado por el montante de una gira así, se ha limitado a declarar entre risas: "Una enorme cantidad de dinero".
"Después de trabajar con Elton John en su show de Las Vegas llamado 'El piano del millón de dólares' puedo decir que ese espectáculo ya costó más que eso, porque todo cuesta mucho dinero", ha remachado. Unas 53.000 personas, el aforo completo y agotado del Wanda Metropolitano (al que añadirán monitores de sonido adicionales para el público de las gradas más altas), disfrutaron de este primer concierto que, una vez más, llega con la premisa de que podría ser el último de Sus Satánicas Majestades.
"Los Stones nunca harán una gira de despedida, pero podría ser la última. Es algo que se dice cada vez que salen a la carretera, pero no lo sabremos, porque este es su modo de vida. Como dice Keith Richards, andamos por territorio inexplorado", ha apostillado.
Cumplieron 40 años de carrera y a muchos ya les pareció que lo de The Rolling Stones era cosa del diablo, de ahí quizás la chulería de llegar a los 50 y rematar el nombre de aquella gira con un "y sumando" que en este 2022, con otra década más y otro "tour", no ha hecho sino ratificar que sí, que son eternos.
Este es su primer tour en Europa sin Charlie Watts. "Lo echamos mucho de menos", ha subrayado Jagger tras una cascada de imágenes al inicio de la velada que la consagran a la memoria de quien este 2 de junio hubiese estado también de celebración por sus 81 años.
Precisamente una de las grandes incógnitas de la gira recae en el papel de su sustituto a la batería, Steve Jordan, viejo conocido de la banda que ha sabido ensamblarse en un colectivo bien armado con una pequeña sección de viento metal y virtuosos como el teclista Chuck Leavell, exmiembro de los Allman Brothers. Ante un directo que suele ser muy pulcro, la otra gran duda era si el recinto respondería acústicamente en la misma medida.
El Wanda Metropolitano era el único estadio que les quedaba por conquistar a Sus Satánicas Majestades en la capital española tras asaltar en su visita previa en 2014 el Santiago Bernabéu y, especialmente, tras el largo romance con el Vicente Calderón desde su primera incursión en 1982, cuando entre rayos y truenos forjaron un vínculo especial con esta ciudad.
El sonido afortunadamente ha ido de una mezcla muy pastosa a una conjunción en la que a veces incluso en las gradas altas se han distinguido detalles, haciendo olvidar parte de los temores a este lugar tan afectado por los rebotes.
Desde primera hora de la tarde la normalidad fue la nota dominante en los accesos de un público que dio testimonio por otro lado de la enorme transversalidad de los Stones: nadie atrae a segmentos tan diferentes de población, especialmente en lo concerniente a edad y grosor de la cartera.
La Vargas Blues Band, con (el sobrinísimo) John Byron Jagger entre sus filas, fue la primera en estrenar el colosal escenario, sencillo para ellos si es que eso se puede aplicar a un frontal de 400 metros cuadrados pintados en colores muy españoles (rojo y amarillo) por el artista Mark Norton, el mismo que ha rediseñado el logo de la icónica lengua.
Hacia las 21 horas llegaba el turno del trío Sidonie, otra de las bandas "jóvenes" que demuestran en sus formas el influjo de los Stones 60 años después de su fundación. "¡Somos muy fans!", han proclamado, aunque luego hayan animado a los congregados con temas como "Me llamo ABBA".
"¡Hola, Madrid!", exclamaba Jagger tras saltar a la pista junto a sus compañeros con un inesperado retraso de 15 minutos para la extrema puntualidad británica. Ha sido enfundado en una chaqueta encarnada y bajo los acordes de "Street Fighting Man", recordando que hubo un tiempo (concretamente 1968) en el que reivindicaban la toma de las calles en pro del activismo social.
En un repertorio muy similar al de su gira previa en EE.UU. poco ha habido que esperar para "Tumbling Dice", con espacio esta vez para rescatar asimismo canciones menos manidas como "Sad Sad Sad" o "Living In a Ghost Town" (de las pocas incorporaciones recientes a su patrimonio) y hasta algunas nunca antes interpretadas en vivo, como "Out of time", de su disco "Aftermath" (1966).
Gracias a "Beast of Burden", la escogida por los internautas españoles, en esa primera parte se ha podido disfrutar del bello diálogo entre las guitarras de Richards y Woods, mientras Jagger recorría con paso aún ligero y danzarín los metros y metros de escenario, contoneándose como si de además de eterno fuese inasequible a los años.
Con "Happy" y "Slipping Away", Richards ha reclamado más cuota de protagonismo al asumir momentáneamente el apartado vocal, aunque en honor a la verdad era fácil identificar por el ímpetu de la audiencia cuando se aproximaban los golpes más esperados: "Honkey Tonk Women", "Miss You" o una colosal "Midnight rambler".
"¡Joder, Madrid, sois el mejor público!", ha proclamado un Jagger exultante.
Entre los clásicos habrá quien haya echado de menos "Angie" o un "Brown Sugar" (en español, azúcar moreno) que hace tiempo fue apeada de sus conciertos para evitar equívocos raciales, aunque sus autores han defendido que se trata precisamente de una denuncia de "los horrores de la esclavitud".
Aún sin esas balas no andan faltos de munición, como ha demostrado la media hora final desde "Start Me Up" al consabido broche con "(I Can't Get No) Satisfaction", justo después de rendir recuerdo a los horrores de la guerra en Ucrania.
Entre medias, no han faltado la cabalgata de "Paint It Black", el magma de "Sympathy For The Devil", el frenesí de "Jumpin Jack Flash" y, claro, "Gimme Shelter". Lo dicho, una lección más de eternidad.