Hace ya varios años que las noticias falsas, los bulos y las fake news se han convertido en un grave problema en sociedades hiperconectadas como la nuestra, donde la información, incluso la espuria, suele viajar a más velocidad que la capacidad de rectificarla, contrastarla o reportarla a la plataforma que la difunde.
Las consecuencias son evidentes: una sociedad más polarizada que cada vez confía menos en las instituciones y los medios o se convierte progresivamente en el instrumento de la posverdad, ese contexto donde la verdad se equipara con un relato fabricado a la medida de quien busca desinformar o radicalizar al receptor.
Según un estudio del Reuters Institute publicado en 2020, el 60% de los españoles manifestaron preocupación por la veracidad de las noticias en internet. Ese mismo año, otro informe de la fundación BBVA reveló que apenas un 30% de españoles cree ser capaz de identificar una noticia falsa, lo que denota la vulnerabilidad de nuestro propio juicio tras décadas de consumo de internet y redes sociales. Queda, por supuesto, el impacto económico, que la Cámara de Comercio estima en casi 1000 millones de euros al año. Cada noticia falsa hay que corregirla. Una empresa o una persona que vea manchada su reputación por un bulo tendrá que emplear recursos legales y económicos para proteger su honor. Otro coste más derivado de la propagación de la desinformación.
Desde el Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE) recuerdan la importancia de informar de manera “responsable y basada en la evidencia” y aconsejan contactar con la Red Social en la que se haya difundido el bulo, ya sea Facebook, X, TikTok, Instagram, incluso Linkedin.
Cada una de estas plataformas cuenta con un protocolo para informar de contenido falso, o poco veraz. Twitter, por ejemplo, hace meses que permite la opción de ‘matizar’ contenido, ya sean noticias, artículos, videos o fotografías. Los usuarios de la antigua Twitter pueden aportar distintas fuentes y contexto a la pieza principal y evitar así que otros usuarios incautos crean de buenas a primeras la información publicada.
Existen además otras vías para enfrentarse al bulo y rebatirlo con fuentes veraces. Un ciudadano de a pie lo tiene difícil en la insignificancia de su teléfono móvil o su ordenador. Sin embargo, una empresa o una institución tendrá suficiente autoridad en internet para combatir la desinformación, aunque esta se haya hecho viral en cuestión de horas. En ese sentido, es interesante acudir a distintas empresas de fat-checking encargadas de verificar los hechos y alertar de las noticias falsas que circulan. Ahí están Maldita, Newtral o Verifica RTVE.
Puesto que las noticias falsas forman parte del lenguaje de internet y de los códigos y contextos informativos en los que nos manejamos cada día, tenemos un deber como ciudadanos. Primero, contrastar; segundo, no compartirla ni contribuir a que se difunda.
Como explican en INCIBE, en la higiene digital hay tres pasos importantes. Verificar la fuente o el medio que ha publicado la noticia, fijarse en su reputación y revisar la URL para saber si es un sitio seguro o malicioso. También es aconsejable contrastar la información publicada en otros sitios web y plataformas donde se haya publicado.