A medida que la primavera se acerca muchos dueños de perros empiezan a estar preocupados por la seguridad de sus animales y los lugares por los que rondan cuando salen de paseo.
Es en esta época cuando se produce la eclosión de orugas procesionarias, un insecto con el que debemos tener especial cuidado. Los perros son curiosos por naturaleza, por lo que es bastante común que al verlas descender de los pinos sientan la tentación de ir a olfatearlas o incluso que escarben en la tierra y se las coman cuando están en fase de eclosión.
Si nuestro perro olisquea uno de estos insectos o se lo traga, la toxina presente en los pelos urticantes (taumetopeína) pueden causarle daño significativo en el tracto digestivo, además de inflamarle la lengua, los labios y la boca y provocarle babeo, diarrea y vómitos. En los casos más graves, pueden aparecer dificultades respiratorias o necrosis de tejidos. Todo dependerá, por supuesto, de la sensibilidad de nuestra mascota. Una reacción alérgica grave podría llevarle a un shock anafiláctico y requerir atención veterinaria inmediata.
¿Cómo cuidamos de nuestro amigo peludo? ¿Hay formas eficaces de evitar que se las coman?
Hay que tener en cuenta que la mejor manera de proteger a nuestro perro en primavera y verano pasa por prevenir la exposición a este tipo de insectos. Es decir: hay que evitar en lo posible áreas boscosas de pinos infestadas de orugas en la época en la que son visibles. Normalmente, cuando hay una zona con plaga, pueden encontrarse carteles que nos avisan de la presencia de estos insectos. Los árboles se reconocen por su aspecto mustio y defoliado, con nidos en las copas de los pinos con forma de bolsas blanquecinas o de color pardo.
No siempre es posible evitar estas áreas, e incluso habrá ocasiones en que por fuerza tengamos que atravesar algún punto en el que detectemos la clásica ‘serpiente’ de procesionarias amontonadas, siguiendo la ruta sobre algún tronco o encima de la hierba. En ese caso, la opción más recomendable es llevar a nuestro perro atado con correa, pegado a las piernas.
También debemos controlar que no olfatee y obligarlo a avanzar con la cabeza alta, manejando firmemente la correa. El peligro no solo reside en el gesto del perro al husmear o masticar lo que encuentra en el suelo, sino también en su propia presencia. Como explican en Zooplus, una web especializada en mascotas. “Si se siente atacada, la oruga procesionaria puede disparar estos pelos urticantes y el viento puede arrastrarlos a una distancia de hasta 200 metros, además, después de haber sido expulsados, la toxina mantiene su efecto durante un año”.
Es clave alejarse inmediatamente de la zona en la que detectemos que nuestro perro ha evidenciado los primeros síntomas. Seguramente se mostrará nervioso e inquieto. Es importante mantener la calma y actuar con rapidez.
De nada sirve aplicar remedios caseros para intentar aliviar el malestar y la reacción tóxica en nuestra mascota. Hay que llevarlo inmediatamente al veterinario para que le apliquen un tratamiento con corticoides.
Podemos retrasar el avance de la toxina poniéndole suero fisiológico en la zona afectada o aplicando el chorro de dentro hacia afuera de la boca, nunca hacia adentro, pues podríamos desplazar la toxina a los órganos internos.
Si nos es imposible llevarlo al especialista inmediatamente, tocará meter al perro en la ducha y lavar las zonas afectadas por el pelo de la oruga con agua caliente. En lo posible, hay que impedir que se rasque o que ingiera el agua caliente con la que lo lavamos.