Los incendios de Australia están siendo noticia en todo el mundo por la barbaridad de animales –concretamente cientos de millones– que están perdiendo la vida en el fuego, además de las personas evacuadas de sus hogares que se multiplican por momentos. Las altísimas temperaturas, el viento seco y cálido del noroeste y la prolongada sequía, junto con una temporada precoz de incendios, están dando lugar a una situación sin precedentes que está desencadenando a su vez fenómenos meteorológicos dentro de las llamas. ¿Te suenan las tormentas ígneas?
A una primavera seca en Australia le ha seguido un verano que arrancó en diciembre con multitud de récords de calor. Los incendios que suelen empezar el último mes del año lo han hecho en 2019 en septiembre, y la situación sólo ha ido empeorando desde entonces. Prueba de ello son las imágenes del humo viajando a través del Pacífico hasta alcanzar Latinoamérica, dejando tras de sí un reguero superior a la superficie de cualquier país –de 20 millones de km(2)–.
No es de extrañar, en estas condiciones, que se den fenómenos espectaculares –y tristes– como el cambio de color de los glaciares en la vecina Nueva Zelanda o la contaminación del aire en ciudades como Sydney o Melbourne, donde el ambiente se ha tornado irrespirable. Tampoco es de extrañar, como están indicando los científicos, que se estén dando eventos meteorológicos propiciados, sobre todo en Nueva Gales del Sur, por las llamas que devoran todo a su paso. Hablamos de las tormentas locales ígneas, que se gestan por la interacción del fuego con la atmósfera.
*Imagen: Glaciares del Parque Nacional del Monte Aspiring. Izda. Diciembre de 2014; dcha. Diciembre de 2019 / Operational Land Imager (OLI) y Landsat 8 de la NASA
Los incendios forestales brutales como los que devastan actualmente Australia generan nubes de humo que se elevan kilómetros, penetrando en la atmósfera hasta el punto de dar lugar a tormentas de fuego, o tormentas ígneas, que aportan oxígeno a las llamas. Cuando esto ocurre, las unidades de bomberos retiran las aeronaves y todo se complica.
A medida que el humo asciende a la atmósfera como una chimenea, se calienta mucho, genera vientos fortísimos. A continuación, la humareda se enfría y condensa formando nubes, dando lugar a una especie de tormenta eléctrica, aunque con algunas diferencias. La carga de los relámpagos que se gestan en el seno de los pyrocumulonimbus o pyroCb, las nubes de tormenta ígnea, es positiva –no negativa– y los rayos duran más, desencadenando nuevos incendios e intensificando los activos.
*Imagen: Bureau of Meteorology / Government of Australia
¿Generan lluvia? La principal diferencia con una tormenta eléctrica la encontramos en la ausencia de precipitación. Puesto que lo que da lugar a las nubes pyroCb es el humo de los incendios, la lluvia que produce son en realidad cenizas.
Es decir, provienen de los incendios forestales y contribuyen a empeorarlos drásticamente, además de dificultar muchísimo las laboras de extinción.
*Imagen: Nueva Gales del Sur (Australia) el pasado 4 de enero de 2020 / Joshua Stevens /MODIS / NASA
Cuando la tormenta de fuego es muy fuerte, puede incluso generarse un tornado por la aceleración del viento cuando asciende. En ocasiones también se ha comprobado que el humo ha alcanzado la estratosfera, entre 10 y 50 kilómetros sobre la superficie de la Tierra. Todavía se estudia qué efecto tendrá esto a largo plazo, pero por el momento los incendios ya han liberado en torno a 400 megatones de dióxido de carbono a la atmósfera.
La primera fotografía tomada de una nube de tormenta ígnea, ha informado 'The Times', "fue tomada probablemente sobre Hiroshima", aunque entonces fue confundida con una 'nube de hongo', cuya configuración viene asociada a una explosión como la que puede desatar un accidente nuclear.
Esto sugiere que, sin la influencia de la acción humana, las condiciones meteorológicas que agravan incendios masivos como los de Australia no se darían, aunque resulta difícil asociar directamente el episodio al cambio climático. Eso sí, la tendencia de las temperaturas y la sequía invitan a pensar que lo está: 2019 ha sido el año más caluroso en Australia y la primavera ha sido la más seca de su historia.