Esta semana, un comunicado de la Agencia Espacial Canadiense daba a conocer un impacto sufrido en la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) que causaba daños en un brazo robótico. Detrás de la colisión que provocaba ese agujero estaba una pieza de basura espacial demasiado pequeña para ser rastreado desde la Tierra. Pero, ¿qué son realmente esos escombros que amenazan nuestros satélites? Hay varios tipos según su procedencia.
Desde las instalaciones de las agencias espaciales se vigilan constantemente alrededor de 23.000 objetos del tamaño de una pelota de béisbol o más grandes que circulan por el universo, y se sabe que hay más de 128 millones de piezas de escombros de menos de 1 centímetro que pueden escapar a los ‘ojos’ de los especialistas.
Existen dos tipos según su origen: los desechos naturales y los artificiales. Los naturales son pequeños trozos de material cometario y asteroide llamados meteoroides, que cuando ingresan en la Tierra son conocidos como meteoros. Por lo general orbitan el Sol.
Los artificiales son objetos hechos por el ser humano que actualmente no tienen ninguna función, y generalmente se encuentran orbitando la Tierra. Pueden ser desde satélites que han llegado al final de su vida o naves que han fallado, hasta etapas de cohetes, fragmentos e incluso pintura descascarada de un cohete.
Estos desechos espaciales viajan a velocidades de hasta 27.000 kilómetros por hora, por tanto incluso un pequeño fragmento puede causar daños serios en una nave. “De hecho, los desechos orbitales de tamaño milimétrico representan el mayor riesgo de finalización de la misión para la mayoría de las naves espaciales robóticas que operan en órbita terrestre baja”, aseguran desde la NASA.
La primera vez que se creó una pieza de basura espacial artificial fue en 1957, cuando la última etapa del cohete que lanzó el Sputnik-1 permaneció en órbita. Hoy, después de más de 60 años de actividades espaciales, la masa total de estos desechos es de más de 9.300 toneladas.
El mayor riesgo que suponen es la colisión con los satélites terrestres, que hoy en día sustentan nuestra vida moderna. Se utilizan en muchas áreas y disciplinas, incluida la ciencia espacial, la observación de la Tierra, la meteorología, la investigación climática, las telecomunicaciones, la navegación y la exploración espacial humana, recuerda la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés).
Colisiones como la reciente sufrida en la ISS, que ha dañado el brazo robótico Canadarm2 sin grandes consecuencias, no son inesperadas. La primera vez que se registró un impacto entre dos satélites fue en 2009 sobre Siberia, del Iridium-33 estadounidense y el Kosmos2251 ruso.
De aquel golpe se generaron más de 2300 fragmentos rastreables, algunos de los cuales han reingresado en la Tierra (es decir, han vuelto a entrar en la atmósfera, donde se han quemado). Las concentraciones máximas de escombros se pueden observar en altitudes de 800-1.000 km y cerca de 1.400 km.
La iniciativa Espacio Limpio de la ESA está estudiando una misión activa de ‘limpieza’ de escombros llamada ‘e.Deorbit’, que apuntará a un satélite abandonado propiedad de la ESA en órbita baja, lo capturará y luego lo quemará de manera segura en una reentrada atmosférica controlada. e.Deorbit será la primera misión activa de eliminación de escombros del mundo y brindará una oportunidad para que las industrias europeas muestren sus capacidades tecnológicas a una audiencia global, comunica la ESA.