En la década de 1960 la capital iraní vivía un auge de población y de economía y, para abastecer las necesidades de todos, se empezaron a construir pozos. Se pasó de 4.000 pozos en 1968 a 32.000 en 2012. La cifra es disparatada y tiene consecuencias que el centro alemán de Investigación en Geociencias GFZ detectó con mucha claridad: la ciudad se ha hundido 25 centímetros al año entre 2003 y 2017.
Las aguas subterráneas de Teherán escasean y la población necesita agua, al igual que lo hace la agricultura. Ahora, se desconoce cómo se hará frente en unos años a esa necesidad porque Teherán se está quedando seca. El terreno ha perdido su porosidad y, a pesar de las lluvias, los depósitos de agua no se recuperan.
¿El resultado?
Hay edificios dañados, grietas en las paredes, cambios en el suelo… Las consecuencias podrían ser irreversibles. La explotación de los recursos naturales debería dar un giro radical en la ciudad, para lo cual "la ciencia y la investigación podrían ayudar a las administraciones y gobiernos iraníes a revisar su política de gestión del agua", como aseguraba uno de los científicos del centro de investigación.
No es un hundimiento aislado
Teherán presenta una de las tasas más altas de hundimiento documentado en un área urbana. Pero no es la única ciudad a la que le pasa. En otros casos no se debe al drenaje del agua sino al movimiento de las placas tectónicas.
Yakarta (capital de Indonesia) se hunde 20 centímetros al año y el Valle de San Joaquín (California), 60 cm.