¿Qué ha cambiado? Los parques, salta a la vista. Muchos españoles han salido del confinamiento con ganas de pasear entre los árboles. Ahora mismo estamos yendo a los parques más incluso que antes, cuando no sabíamos qué era el coronavirus. En Cantabria las visitas a los espacios verdes han subido un 81% respecto a principios de año, en Galicia, un 25% y en Madrid, un 5%.
Los porcentajes los conocemos por Google y sus informes de movilidad. Los datos son una pequeña muestra de lo que la tecnológica sabe de nosotros. Si Google se lo propusiera, podría ser el mejor rastreador de virus del planeta. Solo le faltaría un dato: saber quién ha dado positivo para poder alertar a todas las personas que han estado en contacto. Pero solo las autoridades sanitarias saben quién está contagiado... ¿y si se comunican entre ellos y comparten información?
Dos investigadores españoles, los hermanos Ángel y Rubén Cuevas, quieren demostrar que esa colaboración público-privada (ahora que se habla tanto de eso) es posible. “Los datos existen, son históricos y podríamos empezar a tomar medidas hoy mismo”, sostiene Ángel. “Los científicos tendrían información muy detallada para entender lo que ha pasado. Y de cara a una segunda ola, tendríamos datos con los que los epidemiologistas no han podido contar”.
Lo que plantean estos dos profesores de la Universidad Carlos III de Madrid es cruzar los datos sin que ninguna de las dos partes sea capaz de saber más de lo que necesita. “Sanidad sabe quiénes son los infectados y Google sabe por dónde se mueve la gente. Podemos utilizar esas dos bases de datos para ser capaces de notificar a la gente que ha estado en contacto con el virus sin que Google sepa quién de sus usuarios puede estar infectado ni el Gobierno conozca dónde han estado esos ciudadanos”.
Esta idea tiene, a priori, dos problemas:
Los dos investigadores están convencidos de que este cruce de información se puede hacer con garantías de privacidad. La clave estaría en crear una especie de caja negra donde Gobierno y tecnológicas aportarían sus datos pero no serían capaces de ver lo que ocurre al otro lado. “Nadie puede acusarnos de no tomarnos muy en serio la cuestión de privacidad”, se defiende Ángel. Llevan años sacándole los colores a empresas como Google y Facebook por cosas que hacen, digamos, no del todo bien.
Para tener una mínima posibilidad de que esta idea un día viera la luz hay que empezar por lo básico: demostrarlo. “Que ni administraciones ni plataformas digitales puedan poner la privacidad como excusa para no colaborar”, argumentan. Y en ello están estos días, trabajando en una especie de simulador.
No. Google y Apple han trabajado conjuntamente para diseñar un protocolo para que sus móviles hablen el mismo idioma (se dice API). El Gobierno español va a tirar de esas instrucciones para probar una aplicación de rastreo en las Islas Canarias. Hay algo más de 25 países probando esta solución tecnológica para el coronavirus.
¿Problema? Su uso es voluntario. Si solo cuatro se descargan la cuatroapp “Estas iniciativas se basan en la voluntariedad de un usuario de notificar al sistema que ha dado positivo. Eso tienen unas implicaciones enormes”, opina Ángel. “El derecho a la privacidad de alguien que decide no notificar, choca frontalmente con el derecho que tengo yo de saber si estoy en riesgo y puedo evitar poner en riesgo a mis contactos”.
Demasiados peros... y por eso quizá no está cosechando grandes éxitos en ningún país que la ha probado de momento. (No hablamos de China porque eso es otra historia).
Casi desde que comenzó la pandemia estamos escuchando hablar de lo que la tecnología de nuestros teléfonos puede hacer para pararle los pies al virus. Los móviles saben dónde hemos estado, con quién nos hemos cruzado... Ha llegado la hora de aclarar los tres caminos:
Si pensamos en términos médicos, estas tres alternativas podrían ser el equivalente a una radiografía, una resonancia y un TAC. ¿Son excluyentes? No. Cada una tiene sus ventajas, sus usos y sí, en algunos casos, efectos secundarios. Algo parecido ocurre con la tecnología.
“Las opciones pueden convivir. La aplicación de móvil con el protocolo de Apple y Google tiene buena pinta, pero si al final el proyecto falla habremos dejado de utilizar información que sí está disponible. Usemos los datos GPS por el momento y si luego el proyecto con bluetooth funciona muy bien o mejor, reevaluemos”, expone Cuevas.
Superar los recelos de privacidad sería un paso (aunque la ley habla de excepciones en el uso de los datos en caso de cuestiones relacionadas con la salud pública). Pero quizá lo más complicado de todo sea convencer a los gigantes tecnológicos (que son grandes gracias a la explotación de los datos que les damos), que permitieran acceso a una porción de su gallina de los huevos de oro: nosotros.