Nunca habrían pensado los habitantes de Verjoiansk, Siberia, que verían el termómetro de la ciudad marcar los 38ºC. La ola de calor que afecta al norte de Rusia está dejando algunos récords que lamentar como este, y eso está teniendo un reflejo en el terreno que da miedo observar. Un surco de 800 metros de ancho se abre en medio de la tundra a medida que el permafrost se derrite. Los residentes lo llaman ‘la puerta al infierno’.
Hace poco escuchamos que el cadáver de un mamut lanudo de hace 10.000 años había sido descubierto bajo el permafrost. Los mapas de anomalías de temperaturas llevan delatando a la región casi desde que arrancó el año, y el suelo congelado cada vez lo resiste menos. Si el mundo se calienta, el Ártico se calienta el doble. Entre las consecuencias, edificios construidos sobre el hielo antes fiable que se agrietan y amenazan con derrumbarse, y un vertido de diésel por el descongelamiento de los tanques que sigue avanzando por el Mar de Kara. Siberia ya no aguanta.
La puerta al infierno (el cráter de Batagaika) es el mejor reflejo de lo que está ocurriendo. Mide un kilómetro de largo, 800 metros de ancho y tiene unos 100 metros de profundidad en su zona más honda. La vista del cráter de cerca este verano es la de unas paredes cada vez más abiertas que se funden. El barro cae imparable.
Las muestras recogidas en el hoyo, que se ubica en la ciudad de Batagay, confirman que se trata del segundo permafrost expuesto más antiguo del mundo, según publica la revista especializada 'Science'. Por delante estaría el territorio canadiense del Yukón. A los científicos les está ayudando a estudiar cómo fueron los climas cálidos del pasado, como el periodo interglacial durante el que se extinguió, se cree, el mamut.
En la década de 1960 el cráter solo era una cicatriz en el terreno. Entonces se generó principalmente como resultado de la tala del bosque, y eso aceleró su apertura los años siguientes.
Para conocer la edad del permafrost expuesto, un equipo liderado por Thomas Opel, paleoclimatólogo del Instituto Alfred Wegener, se basa en la datación por luminiscencia, que revela la última vez que los minerales en el suelo vieron la luz del día, relata 'Science'. Combinan esta técnica con otra que les permite datar el cloro en el hielo. Esto les ayudará a conocer la cantidad de carbono que el permafrost ha retenido durante milenios.