Desde hace cuatro años, miles de aves únicas caen del cielo en Alaska inexplicablemente. La muerte masiva de pájaros ocurre además coincidiendo con otra tragedia biológica: ballenas, focas y bacalaos perecen a orillas del Pacífico, lo cual se está reflejando en el sector pesquero, que cada vez se ve en más apuros para remontar. ¿Casualidad? Los resultados de los análisis están llevando a los científicos a diferentes teorías que supuestamente destapan la raíz del problema. Saca tus propias conclusiones.
En el Mar de Bering, el de Chukotka y en el Golfo de Alaska. Las costas de la región más fría de Estados Unidos se cubren ocasionalmente de cadáveres por quinto año consecutivo. La más afectada es la pardela de Tasmania, una especie de ave natural de Australia que suele visitar la zona –a 10.000 kilómetros de su país de origen– en verano.
Otras especies que están sufriendo lo que sea que está dando lugar a la tragedia son los frailecillos (una mezcla entre mini pingüino y tucán), los araos comunes (considerados auténticas balas bajo el agua) y los mérgulos (un pequeño originario del Ártico). En cuanto a los animales marinos que están apareciendo en las costas de Alaska, destacan las ballenas grises, las focas y el bacalao. Este último alcanzó su mínimo histórico este otoño obligando a cancelar su comercio para la temporada de 2020 en el estado.
*Imagen: Monitoreo de la muerte de aves en Alaska / Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EEUU
Según ha indicado el Parque Nacional de Anchorage (la ciudad más grande de Alaska), los análisis han determinado que su muerte está ligada a una desnutrición, pero no es lo único que han encontrado: en su organismo se ha hallado saxitoxina (una sustancia paralizante producida por microalgas). ¿Esto qué quiere decir?
La hipótesis que primó en un primer momento fue la que apuntaba al calentamiento del océano Pacífico: a estas alturas del año la temperatura de la superficie del mar en el entorno de Alaska es entre 0,5 y 3ºC más alta de lo normal. Es lo que se conoce en EEUU como 'the Blob'. También en tierra se nota el calor: el pasado julio Anchorage rompió todos los récords con 32ºC, una exageración en una región que rara vez alcanza siquiera los 20ºC en verano.
*Imagen: Anomalía de la temperatura en la superficie del mar / Tropical Tidbits
Este calentamiento hubiera dado lugar, se teoriza, a una proliferación en el Pacífico de las algas que liberan toxinas al agua, como la saxitoxina encontrada en los análisis. A su vez, esta situación habría estorbado a las aves para alimentarse y reproducirse, además de reducir el número de presas habituales.
Por último, sin duda la sospecha que más sorprende es la que apunta a la contaminación nuclear fruto del accidente de Fukushima, que tuvo lugar en 2011. Un terremoto provocó entonces un tsunami que inundó las cámaras de la central y desencadenó una catástrofe cuyas consecuencias todavía se estudian.
Un estudio publicado en la revista científica 'Environmental Research Letters' demostró detalladamente que los contaminantes radioactivos de Fukushima han atravesado el Pacífico impulsadas por las corrientes oceánicas, pudiendo haber llegado hasta la costa oeste de Norteamérica, lo cual implica que fueron liberadas al mar contradiciendo la versión oficial. Esto explicaría que la muerte de miles de aves haya coincidido con la aparición de ballenas grises y focas en la misma región.
¿Por qué se da validez a este argumento? Porque no sería la primera vez en darse algo así. Ocurrió tras la catástrofe de Chernóbil después de que el viento soplase hacia el norte y repartiese la nube radioactiva por los países escandinavos.
Mikko Teräväinen, investigador de la Autoridad finesa de Radiación y Seguridad Nuclear (STUK, por sus siglas en inglés), aseguró a la revista 'Hakai' el pasado julio que la presencia de materiales radiactivos se monitorea en el Báltico desde 1984, dos años antes del accidente de Chernóbil, y los datos han probado cómo los niveles se han disparado después del desastre nuclear.
Por si fuera poco, el pasado noviembre el ministro de medio ambiente japonés declaró a Reuters que el agua contenida en Fukushima desde el accidente de 2011 tendría que ser liberada al Pacífico cuando alcanzase su máximo de capacidad, respondiendo a cuál era el plan para 2022, cuando la cámara que retiene el agua de los reactores no dará para más.