Mario Cuesta, cineasta y aventurero: “La utopía es real en la Antártida: allí, lo normal es cooperar”
Mario Cuesta, ex guionista de "Desafío Extremo", viajó a la Antártida con el Hespérides y da voz a los científicos que viven y trabajan allí
"Antártida: un mensaje de otro planeta", es un documental que reivindica el espíritu antártico de cooperación y respeto por el medio ambiente
La película, premiada en varios festivales de cine y naturaleza, puede verse actualmente en Movistar + y en Filmin
Si le pedimos que piense en un documental de la Antártida, es probable que vengan a su cabeza imágenes de pingüinos, glaciares, icebergs… y de unos cuantos científicos “raros” que viven y trabajan allí, absolutamente apasionados por lo que hacen y enganchados a la vida -en el más amplio sentido de la palabra- en el continente helado. Pero la Antártida es todo eso, y mucho más.
Es también el espíritu de cooperación que subyace detrás de todas esas vidas y esos trabajos de investigación desde hace más de 60 años. “Había mucho documental sobre la Antártida, pero no se había hecho nada sobre el Tratado Antártico”, explica el cineasta Mario Cuesta. Dicho y hecho.
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Después de varios años trabajando con Jesús Calleja en "Desafío Extremo" y viajando con él por medio mundo, este guionista, productor, director y aventurero aprovechó su experiencia para conseguir embarcarse en el Hespérides, el emblemático buque oceanográfico español.
Fue en el invierno de 2017 y, durante cinco semanas, rodó un documental sobre el Tratado Antártico y todo lo que implica: “Antártida: un mensaje de otro planeta”. Vio la luz en 2019, y desde entonces ha sido premiado en varios festivales, tanto en España como fuera. Actualmente, se puede ver en Movistar +, en Filmin y en el canal internacional de la Deutsche Welle.
El “espíritu antártico” existe
“Para mí, el Tratado Antártico es un faro en las relaciones internacionales, es esa utopía que estamos buscando, en la que todos los países renuncian a sus fronteras, a la explotación económica y de los recursos minerales, y acuerdan proteger de forma estricta y sin fisuras el medio ambiente”.
Es decir, todo eso que lleva años persiguiendo la ONU, en una COP detrás de otra, y “que siempre es un fracaso detrás de otro”, apunta Cuesta en entrevista con NIUS. “Todo eso ocurre en la Antártida desde el año 59. La utopía es real en la Antártida. Si allí es posible, ¿por qué en el resto del planeta no?”, se pregunta.
En pleno verano austral, Cuesta se convirtió en uno más del equipo científico que viajó a bordo del buque oceanográfico. En él salió rumbo a la Antártida a comienzos de febrero, acompañado de un operador de cámara y un sonidista, y de los investigadores que iban a trabajar ese invierno en la campaña antártica del Ministerio de Ciencia e Innovación.
El viaje hasta allí ya incluyó alguna sorpresa. “El paso de Drake, por ejemplo, ya no es lo que era, ahora la tecnología facilita mucho las cosas”, recuerda. El temido paso separa América del Sur de la Antártida, entre el cabo de Hornos y las islas Shetland del Sur, y es uno de los más peligrosos del planeta. Históricamente, sus aguas han sido consideradas como las más tormentosas del mundo. Pero para llegar al continente antártico, hay que atravesarlo. No queda otra.
“Las borrascas, allí, tienen un ciclo de tres días. Generalmente te pilla un día malo o de entrada o de salida. Y ese día veíamos las sillas casi volando por los aires... Pero a la vuelta, en cambio, el mar estaba como un plato. Aunque después de esa calma chicha lo que venía era una tormenta bíblica”, recuerda.
Una vez superado, las semanas que pasó en la Antártida no hicieron más que confirmarle que sí, que el “espíritu antártico” existe. Que aquello es una especie de planeta dentro de otro planeta. Que lo que allí sucede no es extrapolable al resto del mundo, en el que vivimos, pero debería serlo. “El viaje me confirma todo eso. La cooperación entre países, allí, es real, necesaria y efectiva. En el Hespérides, por ejemplo, llevábamos material para otras bases de otros países, no sólo para las españolas, y llevábamos también a investigadores de otros países. Allí, lo normal es cooperar”.
La Antártida, el Ártico y el cambio climático
Y cooperar implica, entre otras cosas, una mejor gestión de los recursos y un menor impacto ambiental. Digamos que la Antártida es el ejemplo contrario a lo que ocurre en el resto del planeta. “La Antártida para mí era un destino muy deseado, muy anhelado, tanto por su faceta de espacio natural protegido como por su enorme valor científico, y su situación única en el mundo… No hay ningún otro lugar donde todos los países del mundo se comprometan así”.
El Tratado Antártico, de 1959, comienza reconociendo ya en su preámbulo que “es interés de toda la humanidad que la Antártida continúe utilizándose siempre exclusivamente para fines pacíficos y que no llegue a ser escenario u objeto de discordia internacional”, así como “la importancia de las contribuciones aportadas al conocimiento científico como resultado de la cooperación internacional en la investigación científica en la Antártida”. ¿Tiene cabida este espíritu en el resto del planeta?
“Cabida tiene, pero posibilidades de progresar, ninguna”, advierte el cineasta. Lo comprobamos, por ejemplo, si nos vamos a la otra punta del globo y echamos un vistazo a lo que está pasando en el Ártico. “Desde luego, no hay mucho espíritu antártico allí, ya están tratando de explotar los recursos naturales y de disputárselos entre los países”.
El cambio climático tiene en el Ártico su mejor termómetro. En la Antártida también es ya una realidad. En el Ártico, los conflictos por los recursos que el deshielo ha sacado a la luz no han hecho más que empezar. “En la Antártida, las reclamaciones territoriales no se han dejado de lado, se han dejado en suspenso. Pero a día de hoy, el mero hecho de reclamar algo… la imagen de hacerlo, ya sería demasiado negativa. Allí todo descansa sobre la internacionalización”, explica el cineasta.
“Es el lugar más aislado del planeta, pero todo lo que ocurre allí tiene una repercusión constante en el clima de todo el globo. El frío antártico es la fábrica de frío del planeta”, apunta Cuesta. Y advierte. “Sobre cambio climático, no hablé con nadie que no me dijera que se está produciendo, por la acción antrópica, y que nos acercamos al punto de no retorno. De eso, allí, no hay ninguna duda”. Por eso, hay una pregunta que sobrevuela toda la película ¿Podemos salvar la Antártida sin salvarnos antes a nosotros mismos?
Un "gusanillo que se te mete dentro"
De los miles de imágenes que se trajo del continente helado –todas espectaculares para cualquiera al que le guste la naturaleza en estado puro- Cuesta se queda con una. Y no está en el documental, sino en su cabeza. “Me miré con una ballena a los ojos, a metro y medio. Fue algo tan potente que, cuando volvimos a subir al Hespérides, yo no podía hablar”.
El encuentro “ocurrió un día con cielo despejado, algo que es muy raro allí. Una ballena enana austral se acercó a la zodiac en la que íbamos, y llena de curiosidad, empezó a jugar con nosotros. Avanzábamos muy despacito, en zigzag, y ella venía siguiendo la estela. Como íbamos todos con trajes de seguridad de colores muy llamativos, le debimos llamar la atención. De pronto, subió a la superficie y sacó un ojo fuera del agua para ver quiénes eran esas criaturas, y la suerte es que yo estaba en la vertical del ojo”.
Por cosas como esa, Cuesta está deseando volver. “La Antártida es como un gusanillo que se te mete dentro, yo estoy como loco por volver”. Y no sólo le ocurre a él. “Allí, ves a gente movida por una ilusión desbordante, que desde hace muchos años no saben lo que es pasar la Navidad en familia y aun así repite, y repite…”. En el Ártico ocurre algo parecido, aunque a menor escala. Los científicos que vuelven allí, año tras año, lo llaman el “Arctic virus”.
La Antártida, para enamorar a los niños con el planeta
Del viaje no sólo salió un documental, también un libro ilustrado, destinado a un público infantil: “Antártida, el continente de los prodigios” (Mosquito Books). “Es fundamental que todo esto les llegue a los niños, que se enamoren del planeta, mostrarles que tiene lugares fascinantes, promover su conciencia científica y que vean que la cooperación internacional ocurre, es algo posible y muy valioso”.
Con textos de Cuesta adaptados para niños a partir de 6 años y revisados por científicos del CSIC, el libro narra el viaje a la Antártida y cuenta con ilustraciones de Raquel Martín. Ha sido traducido a varios idiomas: inglés, francés, alemán, holandés, italiano y catalán. Las navidades pasadas fue recomendado por el diario francés Le Monde.
Cuesta está embarcado ahora en otro proyecto, que también tiene mucho de investigación y naturaleza, y en el que repite como guionista, director y productor: un documental sobre los 250 años del Museo Nacional de Ciencias Naturales, que cuenta con colaboradores como Juan Luis Arsuaga o Miguel Delibes de Castro. “Es uno de los más antiguos del mundo. Se trata de mostrar que no es solo un lugar expositivo con vitrinas, sino una institución muy activa e implicada directamente en la protección del medio ambiente”.
Este verá la luz en otoño. El de la Antártida, mientras, se sigue emitiendo en decenas de países. Lo compraron, entre otros, Movistar + y el canal internacional de la Deutsche Welle, y está traducido al inglés, al alemán, al ruso y al árabe. Cuesta le calcula una audiencia potencial de 260 millones de espectadores, y cuando habla de su buena acogida, tiene muy clara una cosa. “No es verdad eso que se dice. A la gente le interesa la ciencia”.